Para Francisco Morán
Las versiones cubanas de poemas de Wallace Stevens que aparecen a continuación las he trabajado como un ejercicio más de calistenia verbal. Me propuse no una traducción literal sino una recreación que a su vez fuese una versión cubana del español.
Como se sabe, el poeta Stevens visitó Cuba solo una vez, en febrero de 1923, como viajante de seguros. A partir de entonces, y posteriormente gracias a la admirable insistencia de José Rodríguez Feo, Stevens vivió fascinado por Cuba, aunque menos como sitio real que como imagen. Que para él Cuba era eso, incluso cuando visitó, lo sugiere la postal que le escribió a su esposa Elsie (una de dos piezas) enviadas desde La Habana, donde observa: "The place is foreign beyond belief" (El lugar es increíblemente extranjero).
Las cartas entre Stevens y Rodríguez Feo que a lo largo de once años se escribieron, y que fueron amorosamente recogidas en Secretaries of the Moon (edición de Beverly Coyle y Alan Filreis, 1986), muestran no solo la fascinación de Stevens sino el sentido que para él tenía Cuba, amén del interés por sus poetas y pintores.
No es el momento para entrar en detalles del extraordinario diálogo epistolar entre el poeta de Hartford y su amigo habanero. (Refiero a los interesados al libro de marras.) Baste decir que, a sabiendas de ese diálogo, en las versiones que ofrezco me plantée un problema: ¿cómo insertar el contexto de esa fascinación e interés de Stevens en un texto en español? Quise hacer de sus "poemas cubanos" no una traducción al español sino una versión al cubano y escogí aquellos textos que me pareció se prestaban a ese ejercicio.
Para mi trabajo, más de artesano que de artista, eché mano a las traducciones al castellano, algunas notables, de Daniel Aguirre, Jenaro Talens y Andrés Sánchez Robayna. Los conocedores sabrán que a veces coincido con ellas; en otras, difiero en aras de invocar un tono, cuando no un vocabulario, cubano. Solo advierto que mi deseo de "cubanizar" a Stevens no quiso, ni necesitó, vulgarizarlo. Me interesó hacer versiones, no pastiches, y trasponer la sabrosa elegancia de Stevens en un equivalente cubano personal sin recurrir al folclor.
No dudo que mis versiones provoquen crítica, o incluso el rechazo, de lo que mi amigo, el magnífico poeta y traductor escocés Alastair Reid, llamó una vez the translation police: ¡a lo mejor ni siquiera se logra, o entiende, mi cubano! Pero si de hecho ocurriese así, entonces habré cumplido con buena parte de mi cometido, y ojalá que esa indignación colectiva redunde en nuevas versiones que, en respuesta, DDC tal vez pudiese publicar.
Para mis versiones escogí cinco poemas, tres de los cuales son conocidos. Sin duda, los más recónditos, y misteriosos, son el breve "The Cuban Doctor" y "Someone puts a Pineapple Together". Confieso que este último casi me derrotó: la dificultad del original me impidió terminar la versión. Y digo casi porque, si bien he terminado un respetable cacho, no he abandonado la lidia del todo. Pero ¿cuándo en verdad se termina la traducción de un poema?
Nota curiosa sobre este: se basa, al parecer, en un cuadro de 1944 de Mariano Rodríguez, "Naturaleza muerta con piña", que Rodríguez Feo le regaló a Stevens. Lo más que he podido hallar sobre este cuadro, aparte de lo que se dice en la correspondencia, es la inclusión de su registro y foto, por desgracia en blanco y negro, en el Catálogo razonado del pintor (Vol. I, 170, ítem 44.44, 2007).
Al mismo cuadro, por cierto, Rodríguez Feo dedicó unas líneas en su "La pintura de Mariano Rodríguez: una definición sensualista e intelectual del color" (Siempre! México, 25 de junio, 1975, pág. II). Desconozco, por desgracia, el paradero del cuadro. Sería bueno tener algún día una foto a color del original.
Nuestro país ha dado grandes traductores: de José María Heredia y Cirilo Villaverde y José Martí hasta Rodríguez Feo, pasando, entre otros, por Eugenio Florit, Mariano Brull, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Lydia Cabrera, Alejo Carpentier, y más recientemente, Guillermo Cabrera Infante, Nancy Morejón, Desiderio Navarro y Néstor Díaz de Villegas. No suele reconocerse el valioso, y yo diría imprescindible, trabajo literario de estos escritores. Mis versiones, que se inspiran en ese trabajo, quieren ser un doble homenaje: a esos escritores y al gran poeta americano.
Alguien junta una piña
I
¡Dále muchacho! El contempla
una naturaleza completamente artificial. En ella
la profusión de metáforas va en aumento.
Se trata de algo que él ve sobre una mesa.
Raíz, fondo de una forma (como el de esta fruta):
ángel en medio de corteza.
Esta cáscara de Cuba, encajada esmeralda,
podría ser la irreductible X
sobre un fondo de artificio imaginado,
Algo como su habitante, expositor elegido.
como si hubiesen tres planetas: sol,
luna, imaginación; o a lo mejor:
día, noche, hombre e interminables efigies.
Si vislumbra un objeto sobre una mesa, como si fuese
un jarro de espigas de un campo callado, verde
y brilloso, o como venerable urna
que fortifica con cenizas que lleva dentro,
como un verde ceniza de lo verde,
lo ve todo en esta tangente de sí mismo.
Esa tangente se convierte en una cosa de peso
sobre lo cual descansa lo ingrávido, y desde lo cual
acuden lo efímero de la tangente, el concurso
azaroso de planetas originales,
y, tal parece, de la residencia humana.
II
De la fruta no se debe decir nada que
no sea verdad, ni pensar menos de ella. Sí debe retar
la metáfora que asesina a la metáfora.
Él busca una imagen como doble del ser,
hecha sutil a base de la sutileza más celosa de la verdad,
como la verdadera luz del verdadero sol, del verdadero
poder de la varita mágica de la luna,
y cuyo brillo es la inteligencia de nuestro sueño.
Él busca una imagen tan cierta como el sentido
lo es al sonido, su substancia, su ejecución,
la vibración exacta en una proclama
que le hace decir lo poquito que dice
debajo del rollo de la prerrogativa. Vista así, la fruta
como parte de una naturaleza que él contempla
es fértil con más que solo los cambios de luz
sobre la mesa o con los colores de la habitación.
Sus propagaciones son más eruditas,
como preciosas escolias que se apuntan en la oscuridad.
La época en que la concibió ¿no la incluyó entre
Sus filtraciones? Había una vez una época
en que piña sobre mesa bastaba y sobraba
sin que entraran los falsos especialistas
con sus festejos y pálidas galas,
o con el fiero rugido de su capital.
En aquel entonces lo verde tenía un pincho implacable.
Pero hoy se ha formado cierto hábito de verdad
para protegerse en su privacidad y en la cual
el capcioso especialista le dice lo que puede
de todo aquello, donde la verdad no es respeto de uno
sino siempre… de muchos. No había que decirle
sobre los increíbles temas de la poesía.
Estaba dispuesto a que siguieran siendo increíbles.
Porque lo increíble también tenía su verdad,
Su cáscara de esmeralda que es real a pesar
de que alentara falsas metáforas.
A él lo increíble le daba un propósito creíble.
Idea del orden en Cayo Hueso
Mejor cantaba ella que el genio del mar.
Su agua no creaba ni voz ni espíritu,
como si fuera un cuerpo todo cuerpo que flotara
entre mangas vacías. Pero su único compás
era un gemido constante que causaba otros gemidos
poco nuestros, inhumanos pero familiares.
Como si viniesen del verdadero mar.
No era máscara el mar. Ella tampoco.
Canto y agua no eran sonido acompasado,
aun cuando ella cantaba lo que oía
y una a una pronunciaba su canción.
Será que el agua intrépida y el viento sin aliento
en sus frases habían resonado…
Pero era ella, no el mar, lo que se oía.
Porque era ella la que hacía la canción que nos cantaba.
Este mar encapuchado, siempre trágico,
era apenas el suelo
por el cual su canción se deslizaba.
¿De quién será este espíritu?, me dije, porque supe
que ella era el espíritu que buscaba,
como también sabía
que cada vez que ella cantara volvería yo otra vez a preguntarlo.
Si fuera únicamente la oscura voz del mar
o la voz que muchas voces colorearan;
si fuera solo del cielo la voz de afuera,
o de la nube, la del coral tapiado en agua,
cualquiera que fuera su transparencia,
habría sido aire profundo,
pesada habla del aire, sonido veraniego
repetido en un verano sin mesura
ni sonido nada más.
Pero era mucho más.
Mucho más incluso que su voz, o que la voz nuestra
entre el viento y cascadas insensatas,
o espacios teatrales que acumulan sombras de bronce
sobre altos horizontes, atmósferas gigantes
de cielo y mar.
Era su voz lo que hacía el cielo más agudo cuando esfuma.
Medía soledades al minuto.
Era ella la única artífice del mundo
en que cantaba y el mar, cuando cantaba,
cualquiera fuera el ser que mantenía,
volvía a ser el ser de su canción
porque era ella quien la hacía. Y entonces,
al ver que se iba sola,
supimos que nunca hubo un mundo suyo
excepto tal vez el que cantó, y canto hizo.
Dime, Ramón Fernández, si lo sabes:
¿cómo fue que cuando el canto terminó
y hacia el pueblo nos desviamos,
cómo fue que aquellas luces cristalinas,
esas luces de barquitos que allí anclaban,
a medida que la noche nos caía y que el aire se mecía,
cómo fue que se adueñaron de la noche, repartieron el mar
entre zonas bien marcadas, mil fogatas,
e hicieron de esa noche orden, profundidad, hechizo?
¡Ay, Ramón, cambia esa cara! ¡Bendito sea este espectáculo del orden!
¡Bendita sea la furia del que hace un mar
de las palabras!
Palabras de portales tan fragantes con una estrella apenas.
Palabras que son nuestras, palabras del origen.
Más que la voz de un fantasma,
un canto nuestro.
["The Idea of Order at Key West"]
Dos palabras con José Rodríguez Feo
Como buen secretario de la luna,
esa reina de la ignorancia, te quejas
de que ella se ha vuelto la jefa de los bobos. Que la noche
vuelve todo grotesco. ¿Te parece que la noche
sea la naturaleza del mundo interior?
¿Que esa Habana lunar sea una Cuba del ser?
Mira: debemos penetrar ese mundo interior
y sacar conclusiones de lo que conocemos.
Tomemos este viejo vendedor de frutas
echando una siesta junto a su carrito.
Ronca y resopla su ronquido.
¿Qué informe tránsito de ideas se podrá mover allí
envuelto en su revuelo como si fuese un feto?
El espíritu se cansa. Hace tiempo se cansó de todas esas ideas.
Y nos dice: el grotesco absoluto existe.
Existe una naturaleza grotesca en la Avenida de los Presidentes.
¿Para qué pensar entonces
que se trata de un mundo interior,
o que al ver las formas inconscientes de la noche
pensemos que se trata de figuras de otro tipo de conciencia?
Lo grotesco, chico, no es una visita.
No es aparición, sino prisión.
Forma parte de esa simple geografía por la que la luz del sol nos llega.
Como suele ocurrir con esas noticias que nos llegan, por ejemplo,
del África.
["A Word with José Rodríguez-Feo"]
Discurso académico desde La Habana
I
Canarios por la mañana, orquestas por la tarde.
De noche, globos.
Por lo menos muy distinto de: ruiseñores, Jehová, Leviatán…
Ni el aire es tan elemental ni la tierra está tan cerca.
Pero en las metrópolis la sustancia de la selva
no da vida.
II
La vida es un viejo cabaret en medio de un parque.
Los picos de los cisnes se caen.
¡Qué viento desolado enfría a Fátima Roja!
Y una gran decadencia, como ese frío, reposa.
III
Antes de que esos picos decayesen,
antes de que la crónica de homenajes afectuosos embarrase tanto libro,
los cisnes ya custodiaban blancas aguas de lagos
y carpas, que como islas iban anunciando el cabaret.
Mucho antes de que la lluvia barriese esas tapias,
o que hojas muertas incrustasen las fuentes,
ya se habían desplegado los ocasos del mítico Cubanacán.
Siglos de excelencia por venir
surgieron de la promesa y se volvieron certeza
de trombones flotando en ramas.
La tarea de pensar evocaba paz—
excéntrica para el ojo, cara al oído.
Tumbadoras resonando sin alarmar al populacho.
El progreso indolente de los cisnes
hacía que la tierra se comportara.
Una parodia manisera
para un pueblo manisero.
Y es que un mito más sereno
concebido en perfecta plenitud,
voluptuoso como junio, más fructuoso que esos días
del verano más jugoso, siempre ávido al tocar
el más cálido florero,
o sonar una vez más resonancias más extensas,
coronar la muchacha más sirena con la hierba más sincera,
o montar el hombrazo más hirsuto en corceles más robustos,
este urgente, competente, este mito más sereno,
como un circo,
procedió.
El político ordenó:
¡Condenado imaginar!
Para centro de universo:
¡Abuelas, cestas de fruta!
¡Con eso basta! Y más si a la potranca,
toda melocotón y marfil,
para quien construimos esas torres
le añadimos sus dos hijas.
¡El pecho del burgués, no el éter estrellado,
debe ser nuestro sitio de prodigio!
(A menos, claro está, que los prodigios
sean trucos.)
El mundo no puede ser chuchería del insomnio,
ni tampoco una palabra
que a Cuba deba importar un comino universal.
(¡Apunte esa perla, Secretario!)
De todo eso, Júpiter se alimenta. Su leche tan casual
caerá cual dulce en la noche vacía
cuando la gran rapsodia caiga anulada
y el verso beodo provoque nuevos sudores…
Y dale que dale que dale…
La vida, definitivamente,
es un viejo cabaret en medio de un bosque.
IV
La función del poeta aquí:
¿sonido apenas?
¿más leve que una ornada profecía que tupe orejas?
Le hace repetir al infinito y fundir
su poco de ébano con su poco de halción.
Le pesa con lógica de un güin.
Él es parte de la naturaleza,
y parte nuestra también.
Sus extrañas cosas son nuestras:
que ellas nos sirvan y nos reconcilien con esas
verdaderas reconciliaciones: oscuras y pacíficas palabras
y diestras armonías del caer.
¡Que cierren el cabaret! ¡Que se apaguen los candelabros!
Esa luna no-amarilla es de un blanco
que manda a callar el barrio fidedigno.
¡Qué pálida y qué auténtica puede ser la noche
que suelta bocanadas de este mar!
Todo esto es más antiguo que el himno más antiguo.
Y no tiene más sentido que el pan
que mañana nos vamos a comer.
Pero si dejas que el poeta hable desde su balcón,
los dormidos se agitarán en su sueño
y cuando despierten verán la luna en el piso.
Todo lo cual podrá ser bendición, sepulcro o epitafio.
Pero a lo mejor es un hechizo
que la luna con su ejemplo defina
de manera opulentamente clara.
Igual, este viejo cabaret podría definir
otro infinito hechizo:
una gran decadencia de cisnes
que fallecen.
El médico cubano
Me fui a Egipto para escapar
al Indio. Pero el Indio salió corriendo
de nube y cielo.
Nada de eso fue gusano criado en la luna,
como si horadara hacia abajo del aire fantasma
o soñara en cómodo sofá.
El Indio se rajó y pitó.
Ya sabía yo que mi enemigo estaba cerca—
y dormité en la trompeta más dormida
del verano.