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Crítica

Un poeta resurrecto. Un expediente secreto

Los relatos de Carlos Manuel Álvarez giran alrededor de un Ángel Escobar que no se hubiera suicidado. Y Rogelio Orizondo imagina para una de sus piezas teatrales un expediente de la Seguridad.

La Habana

He tenido la agradable sorpresa de cruzarme con La tarde de los sucesos definitivos (Editorial Abril, La Habana, 2013) y Estos son textos de mi abandono (Ediciones La Luz, 2013). Se trata de dos libros muy breves, a los que pocos prestarán atención —el primero pertenece a la colección de los premios Calendario, el segundo es una remota edición provincial que ostenta, para colmo, el sello de una colección de teatro—, tal vez por eso me da por recomendarlos.

De Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, 1989), el autor de La tarde de los sucesos definitivos, ya yo había leído algunas de sus columnas para OnCuba Magazine. Y recuerdo una entrevista que le hizo a Víctor Mesa. Hay un momento en que el manager del equipo Cuba señala la agenda del entrevistador y le dice:  "Busca la segunda opción, de esto solo no vas a vivir. La segunda opción. Y no es la jeva ni es la casa. Interpreta si puedes".

Siete relatos componen La tarde de los sucesos definitivos. Digamos que son siete fragmentos de un prisma, siete ángulos de una novela rota o, mejor, de un proyecto de novela "de largo aliento" que no se escribió, que optó por no escribirse, con resultados bastante interesantes. Uno de ellos está en el forcejeo íntimo entre la ficción y la crónica; el pulso, muy personal, que intenta sostener el autor partiendo de esa franja movediza hacia un  territorio desconocido.

La prosa narrativa de Carlos Manuel Álvarez tiene, además, cierto influjo reconocible. Hay un fraseo, una respiración, unos tics nerviosos que recuerdan a Roberto Bolaño. Se escucha también, en algunas historias, esa manera de "ser joven" a lo Bolaño. No estoy seguro de si esto es malo o es bueno, pero me inclino por lo segundo. Me inclino a pensar que el Bolaño que atraviesa estas páginas, antes que con efectos de estilo, tiene que ver con los afectos de la inteligencia.

Los relatos giran alrededor de un eje, y el eje se llama Ángel Escobar. En La tarde de los sucesos definitivos, Escobar, el poeta, está vivo, vive en La Habana y es librero, tiene una librería de viejo. Escobar, que nunca se suicidó (o tal vez sí se suicidó y el negocio de libros usados es el después del suicidio), en el presente de esta ficción es apenas una sombra oscura y silenciosa en "una covacha repleta de estantes", es decir, un sitio donde confluyen, con elegancia y también con serenidad, literatura y fracaso.

Y es que ese pudiera ser uno de los temas de fondo del libro. El fracaso en la relación amorosa, en la relación entre padre e hijo. El fracaso instalado en cada línea de diálogo, en cada gesto o movimiento de los personajes (ver, en especial, el relato "Disgrace"). La experiencia literaria vivida como fracaso.

Si en lugar de su agenda de periodista Carlos Manuel Álvarez hubiera tenido en las manos La tarde de los sucesos definitivos, su primer libro, Víctor Mesa le hubiera señalado lo mismo: "de esto no vas a vivir". Hamlet Hidalgo, el personaje central, dice en la última página: "Dejé todo: el periodismo y la literatura. Yo era joven, y no he vuelto, desde entonces, a largar una línea. Al contrario, entré en el mundo de los negocios. Vendí latas de atún, trafiqué con alcohol de tercera, y para estar acorde con la época, no sin esfuerzos, logré abrir una cafetería".

La segunda opción: la cafetería, la compraventa de libros, el negocio de poca monta... Frente a la idea (que es mucho más que idea, es ideología) de la escritura como oficio, como vehículo de la eficacia, la productividad y el éxito, hay ahí un comentario sobre una experiencia de la literatura que no tiene muchas opciones, o que es ajena al concepto mismo de "buscar opciones". Tal vez porque no está del todo acorde con la época. Tal vez porque está ocupada buscando otras cosas.

A diferencia de Carlos Manuel Álvarez, que debuta en la ficción, el autor de Estos son textos de mi abandono ya tiene recorrido y más de un premio en la escena cubana. Rogelio Orizondo (Santa Clara, 1983), el dramaturgo detrás de piezas como Antigonón, Perros que jamás ladraron y Ayer dejé de matarme gracias a ti Heiner Müller, ha compactado en este libro dos miniaturas teatrales de elevado octanaje político: Este maletín no es mi maletín y Mahmud no me va a obligar a ponerme el pañuelo y si me obliga yo me lo quito.

El volumen incluye también varios materiales anexos, entre ellos un par de textos críticos a cargo de Margarita Mateo y Magaly Muguercia. Dice esta última: "En los años 1980 y 1990 la dramaturgia cubana puso en evidencia los simulacros que desalojaban a la vida de su lugar, y ahora, en una época diferente de la crisis del socialismo, la escritura dramática visita de nuevo los simulacros, encontrándoles quizás una nueva productividad, diciéndolos con una palabra que les pone a los simulacros más cuerpo, más apremio y velocidad".

A propósito de Mahmud no me va a obligar..., Muguercia analiza lo que ella llama "poética de la quemadera". Término interesante este, la quemadera, sobre el que me parece que hay que seguir discutiendo.

Entre otros atributos, la quemadera tendría una estructura to go: "En la estructura to go no hay tiempo ni deseos de disimular la diseminación y el balbuceo. [...] La estructura to go es veloz y esquizofrénica y ejerce sus lealtades mientras va devorando en su camino".

Para mí, la quemadera está ligada al destino teatral de ciertas palabras de la jerga oficial cubana. Muguercia habla de la combatividad. Y es cierto: está la combatividad del comecandela y, en la esquina contraria, la combatividad de la quemadera. Una escritura en modo réplica que, a tono con la velocidad que le es propia, hace las veces de respuesta rápida.

Pero hay otra palabra clave: provocación. Quemadera y provocación se conectan (de manera un tanto aséptica, pero se conectan) para bien y para mal. La provocación, claro, entendida según el sentido que el Ministerio del Interior le ha impregnado en los últimos años a esa palabra. La provocación como un show (y ya se sabe que todo show es mediático). La escritura-provocación como sinónimo de una espontaneidad indisociable de la actuación, y esa actuación como una evidencia de lo farsesco.

Margarita Mateo, por su parte, a su trabajo sobre Este maletín no es mi maletín le adjunta la transcripción de un chat entre ella y el autor. "¿Puedes decirme algo sobre la estructura, que ves como archivos, chat y voces grabadas?", le pregunta, y Rogelio Orizondo responde que se imaginó un expediente de la Seguridad del Estado, un expediente con cintas, y que esas cintas serían las voces de uno de sus personajes.

La Seguridad del Estado escribe, ya lo sabemos. Ahora Orizondo nos dice que, tal vez inconscientemente, la Seguridad del Estado escribe teatro. Igual que él. Imaginar y reciclar sus materiales para pensar los proyectos propios, para seguir pensando el tema de la representación, de los simulacros, no solo parece posible sino que además, en el punto en que nos encontramos (¿pero en qué punto nos encontramos?), yo diría que es casi obligatorio.


Carlos Manuel Álvarez, La tarde de los sucesos definitivos (Editorial Abril, La Habana, 2013).

Rogelio Orizondo, Estos son textos de mi abandono (Ediciones La Luz, Holguín, 2013).

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