Una exuberancia.
Entrar.
"En la casa de abajo, delante del quicio del corredor, hay en el suelo una cruz (de ceniza) clavada con un machete. En el cielo nublado, las auras tiñosas. Una, dos, tres... A veces más."
Parada frente a mí "siempre callada", una niña que luce su bata (de raso azul) me señala. Cómo te llamas: pregunto, y justo ahí, comienza la trama.
Soleida Ríos reaparece en los dominios de La Prueba (1953-54), antigua provincia de Oriente, hoy y ayer, Santiago ciudad bendita (¡¿mala madre?!), arrolladora…, sitio que será el origen —pedregoso—de ese libro inacabado que es su vida. Y es que el libro ha comenzado justo allí"en La Prueba, Alto Songo (un día en que Wifredo Lam pintaba una Abalocha".
Estrías es un volumen que rezuma la sustancia telúrica y hostil de un Santiago interior siempre convulso, que es a su vez motivo de comunión y desidia en la poesía de Soleida. No había leído desde Poveda, un volumen de poemas que interviniera con tanta verticalidad la realidad (real) de una tierra que, siendo absolutamente poética, ha sido llevada y traída tantas veces por los pelos a los sitios más insospechados, pero pocas veces, y esto lo digo sin reservas, a la poesía.
"De Cayo Schmidt (ahora Cayo Granma) al río Carpintero, del río Carpintero a El Viso, de El Viso a un banco de la Alameda, de la Alameda al hotel Casa Granda, del Casa Granda al Taller Cultural de Vista Alegre, a la casa de Joel James (hermano, el más inteligente, el incestuoso), a la nocturnidad de la Avenida de las Américas, acompañada de un hidalgo, de un alemán, de un antílope senegalés; a Versalles; a la casa accesoria de Juana Ríos (tía Cuca); al patio de El Cabildo Teatral; al café La Isabelica, con Alberto Bertot, con el príncipe Bringas; a lo alto del Castillo del Morro; al callejón de Mangachupa; al Tivolí; al Cobre; a Rajayoga; al parque de Dolores..."
Veo a Soleida entrar y salir de estos sitios armada de maletas como quien entra y sale de sí mismo tratando de limpiar adentro, de sacar los restos, los despojos de un mundo ya perdido, pero ese ejercicio no nace del dolor sino de una necesidad de curación, de apertura hacia un horizonte ensanchado por la fuerza que viene aparejada, a la voluntad de superación y al reencuentro definitivo con su verdad, con su mundo.
"De haber lanzado el grito lejos, atravesando toda La Prueba, San Benito, Alto Songo, Boniato, San Vicente, el grito intacto, poderoso, todo el filo del grito, hacia allá, hacia allá, a Santiago (Cuba): Santa Rita, Santa Úrsula, Vista Alegre: 'Mamaaaaaaaaaaaaá…' Ella, en persona, también habría venido y yo no habría sido nunca, después, ésta que soy, La Que Grita en la Noche."
Y es que el mundo que nos rodea quedaría desolado si no fuera por el mundo que hay en nuestro interior. Entre ambos se articula un intercambio que es el mismo que existe entre una forma de vivir y otra; una forma de escribir y otra; una forma de pensar y otra. Transfusiones de uno a otro. Apresuramientos. Descubrimientos. Liberaciones. En la vida lo importante (quizá) sea la verdad tal como es, mientras que en la poesía lo importante es la verdad tal como la vemos. Existe aquí una diferencia real, aún cuando la gente recurre a la imaginación sin darse cuenta en la vida y a la realidad sin darse cuenta en la poesía.
Hay una recurrencia a lo largo del libro a hurgar en el pasado que sirvió de plataforma de despegue hacia los disímiles vericuetos que conforman su bitácora personal. Una circularidad ya inevitable que deviene marca de estilo, materia de los poemas, signo:
"Sentada en la sala, la mirada puesta en la calle, loma empinada, pero yendo aún más allá, a la montaña, al monte, a los caminos..., recuerdo lo fundamental: toda la ardua explicación de Joel James y el sentido final, aligerarse, limpiarse, depurar... todo, lo aprendió (aprehendió) según me dijo, en el Blen blen blen de Chano Pozo."
Y luego:
"Yo solo quiero cruzar, alejarme de ese mar, esa abominación.
Busco salida,
mi salida."
Es ahí donde podemos encontrar la clave que sustenta este mazo de textos: huir, rehuir, cuando no se puede ya. Y es que ellos (los muertos y los vivos) y (nosotros mismos) hemos tapiado todas las salidas al aire libre. Entonces aguardamos el instante de la asfixia. Porque ante un proceso de destrucción, de desmoronamiento y desastre en que se encuentra el pabellón interior, ante la agresión sistemática de lo externo-paralizante, siempre hemos querido la curación cuando no hay ya curación posible. Hemos querido evadirnos de esto y de aquello cuando no es posible ya evadirse. La memoria se reescribe devastada y se intenta resistir esa escritura:
"Así, a toda la blancura (el blanqueamiento) de arriba le sucede el desastre de abajo…, justamente en el lugar de la unión.
¿Qué es lo que queda?
Mis siete muertos.
Mis pies.
Mis siete sayas.
Y este CANTO hondo debajo del semillero del chekeré."
Es precisamente este contacto con la realidad tal como nos afecta desde afuera, quien genera la sensación de que podemos tocar y sentir una realidad sólida que no se disuelve por completo en las concepciones de nuestro espíritu. Ningún hecho es un hecho desnudo, ningún hecho individual es un universo en sí mismo. "Lo que se dice" es importante, pero solo es importante para el poema en la medida en que lo que se dice de ese algo concreto es una forma especial de revelación de la realidad.
Muchos autores cuando van entrando en edad se vuelven más serenos y fríos. La textura de su prosa se diluye, el tratamiento de los conflictos y de la acción es más esquemático. El síndrome suele atribuirse a la disminución de su capacidad creativa y sin dudas, está relacionado con la reducción de las capacidades físicas y sobre todo, con la capacidad de desear. No obstante, desde dentro, esa misma evolución puede verse desde una perspectiva contraria, distinta: puede verse como una liberación. El autor se libera de la esclavitud de las apariencias, permitiéndose enfrentar directamente a la única cuestión que en verdad hace vibrar el espíritu: la cuestión de vivir (es decir, la cuestión de sanar).
Soleida ha logrado, desde una estructura rota, que empezó a ejercer tiranía en su literatura desde El libro sucio, y que se ha hecho manifiesta en sus libros publicados a lo largo de estos años, y que encontrara —para mí—, su expresión más alta en Escritos al revés, hacerse de una escritura que al igual que una concretera, mezcla prosa, verso libre, paréntesis, rupturas, diálogos; una suerte de collage muy contemporáneo, que sumado a un trabajo riguroso con el lenguaje la convierten en una autora muy atendible en la poesía cubana.
No estamos ante lo que llaman, algunos sabios (poetas y críticos cubanos de hoy) un libro "bien armado", es decir: un conjunto de poemas (fundamentalmente en prosa o estructuras parecidas) que no tienen nada en la bola, constructos vacíos de forma y contenido que se llevan al agua los premios más sonados por el simple criterio de que están "bien armados", ¡por DIOS! Uno ve una buena cantidad de poesía, tal vez por culpa de Un coup de dés…, o de las vanguardias siempre tardías en nosotros, en la que la búsqueda formal no supone otra cosa que finales de versos excéntricos, demasiada puntuación o demasiado poca, galimatías, y aberraciones por el estilo. Esto no tiene nada que ver con estar vivos. No tiene nada que ver con el conflicto entre el poeta y aquello de lo que están hechos sus poemas. No son como diría Stevens "ni buena sopa", "ni bello lenguaje".
Sé que muchos de los temas abordados en el libro, así como sus personajes, sus sitios, han sido abordados en otras entregas de la autora con mayor o menor suerte que en esta, pero Soleida se las ingenia para macerar esas motivaciones y devolverlas al lector con vida nueva. Estrías, nos deja el regusto de la buena poesía y de la calidad de una autora que ha sabido hacer los ajustes pertinentes ante el paso de los años para no anquilosarse y caer en el tedio expresivo que ha colonizado a tantos.
Me he leído con sumo placer este libro, y he querido —en lo posible— convidarlos.
Soleida Ríos, Estrías (Premio Nicolás Guillén 2013, Letras Cubanas, La Habana, 2013).