Acabo de ver la película Crónicas del absurdo, dirigida por Miguel Coyula y protagonizada por Lynn Cruz. Dirigir y protagonizar son formas de decir en una película a la que llamar así es también una forma de decir. Tal vez por eso esta obra de arte mereció el pasado mes de noviembre el Premio a la Mejor Película de la Competencia Envision, del Festival de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA), el festival más prestigioso de su categoría en el mundo. La Competencia Envision identifica las películas de mayor riesgo en el lenguaje y en la forma de abordar la realidad. El primero, el riesgo en el lenguaje, es un mérito absoluto de su autor; el segundo, la forma de abordar la realidad, lo comparte la película con la realidad de Cuba. "Realidad" es una forma de decir: la otra es "absurdo".
Crónicas del absurdo es un conjunto de secuencias armadas a partir de audios grabados en lo fundamental por Lynn y Miguel de manera discreta, o no, durante varios años. Audios que recogen momentos críticos de la vida de Lynn y que describen el empeño por apartar a una actriz del sistema de contratación artística controlado por el Estado, de sus amigos, de los circuitos independientes de distribución, y de su padre. Todo como castigo a su participación en la película Corazón Azul, de Miguel Coyula, su relación con él, y su propia indagación artística disidente.
Retirando la novedad que supone una película armada a partir de audios, hasta aquí apenas se ha contado una sinopsis de la vida en cualquier país comunista. No se ha descrito la película si no se mencionan las impresiones que va dejando la progresión de esos audios, la laceración cotidiana, el enojo por la impunidad, la activación de emociones periféricas de quien asiste como espectador, sobre todo si ese espectador es cubano. Aunque "cubano" sea una forma de decir.
Junto a Lynn y Miguel, a lo largo de esos audios se va revelando un personaje interpretado por distintos sujetos: el Infame. El Infame representa al poder, es lo mismo un burócrata, que un policía, que un inspector borrachín que simula furia cuando Tania Bruguera le dice que tiene peste a alcohol, que un esbirro —como los dos que le afirman a Javier Caso en un audio hilarante que Cuba tiene la quinta mejor Policía del mundo—, que un doctor. Un doctor, el que debió asistir al padre de Lynn, que entró por sus propios pies al hospital y 24 horas después solo podía responder "tú eres mi hija", sin más capacidad de movimiento que la de sus labios. Un doctor que, denunciado por Lynn Cruz públicamente, recibió un reportaje de homenaje en los medios de difusión de la infamia.
La caracterización del Infame no está completa si no se refiere su fuente: Fidel Castro, y la película principia con un fragmento de su discurso en la Biblioteca Nacional en junio de 1961, caro a la doctrina castrista. En los días que corren, una caracterización tan compleja del Infame a partir de su ubicuidad la encuentro apenas en la obra del grupo teatral El Ciervo Encantado, lo mismo en su rol científico que como buscavidas, sin olvidar al esbirro de la Seguridad del Estado, sublimado en el ángel grotesco de "La anunciación".
Otra característica del castrismo es el escamoteo de sus responsables. No conocemos los rostros de los administradores de nuestra desgracia, y quienes aparecen como tales al frente de sus ministerios e instituciones han sido siempre máscaras vacías. Con la llegada de Miguel Díaz-Canel ese rasgo alcanzó a su jefe de Estado. Lo dice Lynn Cruz a los esbirros en los bajos de la casa de Lía Villares, cuando bloquean el paso del Espacio-Galería El Círculo: "Los delincuentes son los que se esconden, los que no tienen delitos no tienen por qué esconder su nombre. Yo no tengo delito, ya yo le dije quién soy, usted es un delincuente, si usted se disfraza con un uniforme de la Seguridad del Estado y no da su nombre, usted es un delincuente".
Nada mejor que los seres de Antonia Eiriz (1929-1995) para representar al Infame en una película en la que la animación otorga entidad al sonido. La extraordinaria artista extiende su vigencia por medio de Crónicas del absurdo en estos tiempos en que la Nación más determinada está de hacer valer su sino sobre la infamia.
Quienes conocemos a Lynn Cruz, su carácter exaltado y sus aseveraciones enfáticas, admiramos su lucidez en los audios del absurdo. Apreciamos también la afectuosa exposición a cargo de Miguel como editor y director de Crónicas del absurdo. Quizás por eso la película, hacia el final, se permite una de las pocas imágenes filmadas para la ocasión. En ella, Lynn y Miguel se besan, porque esta película —es una forma de decirlo— es una película de amor. En una decisión coherente, a ese beso le sigue la declaración de que no se trata de un final feliz: esa es la realidad premiada de Crónicas del absurdo, la realidad del castrismo, en la que el Infame no destruye el amor, pero tampoco consiente la felicidad.