En Cuba la academia de arquitectura se fundó en 1900 y tuvo sus primeros graduados en 1905. ¿Quiénes entonces asumieron el diseño de las obras arquitectónicas del país los cuatro siglos anteriores? ¿Es que antes y después hubo otros profesionales a cargo? A veces miramos nuestro entorno construido y nos preguntamos cuestiones como estas, cuyas respuestas dan visibilidad a otros muchos actores que también contribuyeron a dar forma a la riqueza arquitectónica de la Isla, y consecuentemente merecen justo reconocimiento.
Antes de que Cuba contara con arquitectos instruidos profesionalmente en la Isla, la proyección de los edificios estuvo a cargo del cuerpo de ingenieros militares de la Administración colonial, así como de facultativos extranjeros contratados por familias ricas. Fueron ellos quienes asumieron, en general, los trabajos de mayor relevancia, quedando la mayoría de los inmuebles habitacionales y de comercio menor en manos de experimentados albañiles, conocidos por el calificativo de maestros de obras.
Esto no quiere decir que estos últimos no trabajaran directamente en obras de envergadura. Está el caso de Francisco de Calona, maestro cantero que dirigió la construcción del Castillo de la Real Fuerza desde que estaba en los cimientos (1562-1577), los cuales debió incluso corregir. De estos siglos aparecen otros nombres como Pedro Hernández de Santiago, quien levantó la torre de la iglesia del Convento de Santa Clara (1698) y la de San Francisco de Asís (1719), la más alta de La Habana durante todo el periodo colonial.
Al considerarse la fortificación de algunas villas como La Habana y Santiago, tuvo Cuba la presencia temprana de ingenieros militares a cargo del diseño y mantenimiento de las fortalezas, así como del planeamiento urbano estratégico de las ciudades para que también favoreciera su defensa. De ellos son muchos de los planos de ciudad de esos siglos, que tanto contribuyen a reconstruir la historia urbana. Al mismo tiempo acometieron importantes obras de infraestructura. Especialmente notables fueron las del siglo XIX en La Habana, llevadas a cabo por ingenieros militares como Félix Lemaur (sistema de cloacas y empedrado), Francisco de Albear (acueducto), Manuel Pastor (avenidas para el ensanche, como Carlos III), Mariano Carrillo de Albornoz (paseos marítimos, alumbrado público, saneamiento, etc.).
A ello habría que sumar un número significativo de construcciones de relevancia artística y arquitectónica como: los palacios de Gobierno, el Templete, la antigua Cárcel, el desaparecido Teatro Principal, etc. Asimismo, a ellos corresponde la introducción en Cuba del urbanismo moderno, con ejemplos fundamentales como el barrio de El Vedado de Luis Iboleón Bosque, y la ciudad de Cienfuegos, de Esteban Famadas.
Por su parte, los maestros de obras, aunque no fuesen muchos, eran bastante más que los anteriores y tuvieron una obra más extensa, completando con sus diseños parte importante de las ciudades que hoy habitamos. Fueron emigrantes españoles que, como tantos otros, llegaron a Cuba en busca de mejores oportunidades. Una vez instalados, hicieron uso de la tradición constructiva aprendida en su tierra natal y de los avances tecnológicos más importantes del momento. En ocasiones asumían la doble función de facultativo y contratista, es decir, tenían a cargo tanto el diseño y dirección de la obra, como su construcción.
Su vasta experiencia práctica les ganaba un alto nivel de preparación y les garantizaba gran prestigio social. Las Ordenanzas de 1861, vigentes hasta 1963, les otorgaban iguales derechos y responsabilidades que a otros especialistas de mayor rango. No obstante, siempre existió un afán por elevar su nivel profesional, pues en su mayoría no eran titulados. Por eso, en 1855, se creó la Escuela Especial de Maestro de Obras y Agrimensor, que funcionaba como continuidad de la Preparatoria, a la que incorporaba dos años de especialidad. En 1863, se fundó el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana, que incluía la Escuela Profesional de Maestros de Obras, Agrimensores y Aparejadores, versión perfeccionada de la Escuela Especial, también desarrollada en dos años académicos.
Este instituto desapareció con la Escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, creada en 1900. No obstante, la especialidad de maestro de obras continuó como carrera agregada a la Facultad de Letras y Ciencias hasta 1933. Para ingresar se debía presentar un título de bachiller, y entonces cursar 17 asignaturas durante cinco años. Al ser muy similar a la carrera de Arquitectura era menos solicitada, pues requería igual esfuerzo y una vez egresado el alumno se le consideraba de menor categoría.
Sin embargo, el prestigio de los viejos maestros de obras se mantuvo por mucho tiempo a pesar de las nuevas promociones de arquitectos en el país. Lo que no dejó de motivar cierto enfrentamiento profesional justificado en diferencias de concepto y estilo, pero que mucho tuvo que ver con el alto nivel de competitividad que los maestros de obras imponían a los nuevos arquitectos.
Además del sinfín de viviendas que construyeron, durante la República también asumieron la autoría de edificios públicos muy reconocidos en el país como la Lonja del Comercio (1909) de José Mata, el Banco Gelats (1910) de Luis Juan Dediot y la sede The Trust Company of Cuba (1913) de Alberto de Castro, en La Habana; el Palacio Ferrer (1918) de Pablo Donato Carbonell en Cienfuegos; el Teatro Apolo (1909) de Claudio Muns, la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (1919) y el Hotel Colón (1926) de Jaime Cruanyas, y el Parque Casino Campestre (1924) de Antonio Moya en Camagüey.
Estos artífices de menor rango profesional marcaron las primeras pautas de la arquitectura moderna, al asumir la avanzada e introducir nuevas técnicas y estilos como el art nouveau. Debe recordarse especialmente a los catalanes que, además de constituir mayoría, reúnen una obra excepcional. Con ella introdujeron el uso de la bóveda y la columna catalanas, el mosaico hidráulico y los elementos prefabricados de yeso y cemento, ampliamente desarrollados en sus talleres regentados en distintas zonas del país. De esta forma, legaron a las ciudades cubanas la destreza de su experiencia práctica y fomentaron el desarrollo del oficio que transmitieron a los aprendices criollos que los auxiliaban.
Maestros de obras e ingenieros militares constituían una fuerza especializada actualmente bastante desconocida, pero que resultó fundamental en el florecimiento arquitectónico de las ciudades cubanas a dónde su oficio llegó. Tuvieron a su cargo el desarrollo urbano, arquitectónico e industrial de los primeros cuatro siglos, y aún en la primera mitad del XX, los maestros de obra continuaron trabajando en paralelo a los nuevos arquitectos titulados.
Gracias a Yaneli por traernos este artículo y recordarnos ese término tan respetado entonces del maestro de obras. Mi tío era albañil, graduado de una escuela tecnológica a inicios de los años 40. Formaba parte de una "cuadrilla" con plomeros y electricistas, que respondían a un maestro de obras. A éste lo contrataban familias, bien para construir sus casas, bien para repararlas. Cada quien era especialista en su oficio, quienes a su vez contaban con ayudantes que iban aprendiendo mientras trabajaban, y la "autoridad" de la construcción era el maestro de obras.
El maestro de obras es lo mismo que los contractors de Estados Unidos los cuales lidian con todo desde electricidad,stucado,paneles,albañilería, plomeria.Este debe pasar las diferentes inspecciones del condado para terminar la obra de acuerdo a los códigos de edificación de cada ciudad.