Como "el mejor espectáculo humorístico del año" se promueve Sinfonía con de nada, de Kike Quiñones, merecedor del premio Aquelarre 2023. Desde entonces ha hecho un recorrido por todo el país a la inversa de lo acostumbrado, es decir: dejando La Habana para el final y empezando por tierras orientales. El pasado fin de semana ocurrieron las cuatro presentaciones correspondientes a la capital, en el Teatro Nacional.
La idea del espectáculo es la explotación del humor usando el lenguaje musical como herramienta. Un concepto encomiable que comporta dos graves obstáculos: el primero, la necesidad del dominio del código a emplear (es decir, el sonoro), y el segundo es que ya el mejor grupo humorístico de habla hispana hizo una larga carrera en torno a esta idea. Un referente demasiado fuerte con el cual la comparación será inevitable.
En cuanto al primer obstáculo, la ejecución de la joven Sinfónica del Conservatorio Amadeo Roldán estuvo correcta. El mérito de estos jóvenes talentos es mayor, ya que contaron apenas con diez días para aprenderse todo el guión. La debilidad musical radicó más bien en el líder del espectáculo, cuyas aptitudes para el canto no fueron evidentes en escena. Kike Quiñones tiene un timbre propicio para el sainete, que es lo que ha ensayado hasta ahora. Sus intentos anteriores de rescatar el teatro musical vernáculo han tenido buenos frutos y se puede hablar de un decente desempeño. No ha sucedido lo mismo igual cuando el canto exige condiciones técnicas y vocales mucho más complejas que el humorista, hasta la fecha, no parece tener. Entonces por qué intentarlo, se preguntaría una.
Podría objetarse que la idea de Sinfonía con de nada no es la precisión sonora, como en Les Luthiers, sino la parodia, el gazapo. Un contraargumento peligroso porque a la derecha o a la inversa, la música sigue siendo el código que se quiere emplear para reír, y para alterar un código con eficiencia, de cualquier manera, hay que dominarlo. La parodia debe constituir una conquista del lenguaje a subvertir, no en el abandono del mismo. De lo contrario, el resultado tendría la forma un intento naif, como es el caso.
El diseño musical general, por otra parte, no estuvo a cargo de un humorista, sino de un músico, sin mayor experiencia en el humor. De manera que los momentos destinados a la comedia, propiamente dicha, siguieron dependiendo de lo escrito, de lo literario. De su eficiencia podremos decir que el público rió. Siempre nos queda la añoranza de dejar de oír chistes de comida o de viajes como emblemas de crítica social. Debe ser el caso que censores hambrientos se los dejan pasar, pero podríamos esforzarnos más en despistar a los censores.