Existe una importante relación entre la industria tabaquera y la litográfica. Esta última inició su actividad en Cuba, en 1822, cuando el pintor miniaturista francés Santiago Lessieur y Durand instaló en la esquina de Compostela y Amargura, en La Habana Vieja, un taller que se conocería como Litografía de La Habana.
Años después le siguieron otros, la mayoría ubicados en el actual centro histórico de la capital, regentados por emigrados españoles y franceses que se rodearon de aprendices cubanos. Entre las firmas más importantes estuvieron: la imprenta de Luis Caire (1829); la de Fernando y Francisco de la Costa y Prades (1839); la de Francisco Miguel Cosnier y Alejandro Moreau (1839), que tomó el nombre de Imprenta Litográfica de la Real Sociedad Patriótica de La Habana; y la de Francisco Louis Marquier (1849).
Estos talleres trabajaron en colaboración con prestigiosos artistas de la época como Frédéric Mialhe, Eduardo Laplante, Víctor Patricio Landaluze y el propio Alejandro Moreau. Inicialmente, la producción estuvo dirigida a la ilustración de revistas, periódicos y álbumes, y a la confección de cartas topográficas de La Habana y otras ciudades importantes de Cuba. Su trabajo es hoy el testimonio gráfico más valioso de la Cuba colonial, pues suma un compendio invaluable de planos, paisajes, retratos y escenas costumbristas cargados de detalles, que en su momento sirvieron para ilustrar al mundo los tipos y costumbres de Cuba, y principalmente, las características de su flora y fauna, de las más importantes edificaciones de la época y del desarrollo industrial.
A estas impresiones les caracterizó el esmero y la fidelidad con que plasmaron paisajes urbanos, campestres y portuarios, así como los dibujos de inmuebles específicos (fortificaciones, iglesias, edificios públicos, ingenios y viviendas de la alta clase cubana). No obstante, se ha dicho que no supieron captar la luminosidad tropical y que sus composiciones, profundamente académicas e impregnadas de la iconografía clásica, responden a una mirada europeizante no interesada en el drama social que parcialmente se vislumbra en la caricatura y la sátira.
El cambio más significativo en esta industria ocurrió cuando las compañías tabaqueras comenzaron a demandar sus servicios por la necesidad de crear distintas etiquetas. Además de facilitar la identificación y promoción de los productos en el mercado internacional, estas servían como sellos de garantía ante el fraude y las falsificaciones.
Las cerca de 232 marcas de tabaco que existían en 1848 en el país condicionaron el desarrollo de varios tipos de sellos y estampas muy especializados que debían ceñirse a la legislación de marcas y patentes, entre ellos: las vistas, el bofetón, la papeleta, la contraseña o tapaclavo, los filetes, las anillas y los sellos de garantía. Algunos, como las anillas, surgieron con fines muy específicos, en este caso para evitar que el fumador se ensuciara los dedos con el tabaco.
Fuera cual fuese su función, los distintivos colocados en el habano y en sus cajas de cedro devinieron uno de los medios de publicidad más efectivos y a su vez coleccionables, pues en todos se cuidó que tuvieran un diseño preciosista que pronto fue sustituyendo las primeras estampas monocromas. La vitofilia fue construyéndose de este modo sobre la gran variedad de marquillas y la altísima calidad artística que presentaban. Totalmente cubiertas por elementos y escenas rodeadas de motivos decorativos abordaron infinidad de temas, que muchas veces, al igual que en los álbumes, constituyeron una valiosa ilustración de la Cuba de entonces, o de lo que de ella se quiso mostrar y representar, asentando incluso la imagen estereotipada de personajes como la mulata.
Aunque desde el punto de vista temático las marquillas cigarreras fueron extensión de lo ilustrado en revistas y álbumes de la época, sus principales objetivos estaban en proteger y avalar los habanos en el mercado internacional. Esto demandó la superación y modernización de la técnica litográfica cubana, con la introducción de la cromolitografía y el uso de etiquetas tridimensionales o con textura. En ellas ha sido distintivo el uso de la tinta dorada como símbolo de riqueza y poder.
La gran demanda de marquillas y la especialización de sus tipos y diseños, convirtió por fuerza a la industria tabacalera en el principal cliente de las litográficas cubanas, modificando su producción, su equipamiento tecnológico y la propia organización del proceso industrial y laboral. Al igual que muchas otras industrias cubanas que no obtuvieron suficiente apoyo del Gobierno en la Colonia y durante el siglo XX, debiendo pagar altos aranceles por la importación de maquinarias y materias primas, la industria litográfica cubana vio frenado su desarrollo a pesar del potencial que le ofrecía su alianza con otras industrias como la tabacalera.
Esta última encontraba mejores precios en litográficas extranjeras, lo que establecía una competencia desigual que, con el tiempo, llevó a la fusión estratégica de pequeños propietarios en la Compañía Litográfica de La Habana (1907). Esta compañía, con sede en la calle Ayestarán 155, en lo adelante monopolizó este sector en el país y se mantuvo modernizando su tecnología hasta llegar a los sistemas de impresión contemporáneos (offset). El cambio tecnológico a pesar de resultar mucho más rentable repercutió en la disminución de la calidad artística, consagrando el valor de las piezas realizadas antes de la década de 1920.
Recientemente se ha encontrado en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana, un número significativo de piedras litográficas que conservan dibujos originales realizados para marquillas de tabaco. Esta institución fundada en 1962, comenzó a trabajar con maquinarias y materiales heredados de la antigua Compañía Litográfica, razón por la cual es depositaria de estas matrices de gran valor cultural. En un total de 4.000 piezas halladas se reúnen diseños publicitarios de tabacos pero también de perfumes, bebidas, chocolates y otros productos cubanos; así como obras de prestigiosos artistas de la vanguardia vinculados a los primeros años de creación artística del Taller Experimental. Un hallazgo que alcanza un valor documental y artístico relevante, y que motiva a reflexionar sobre el exitoso enlace que un día existió entre arte e industria, y lo que esto significó como marca de identidad.
Salve sus pulmones y su dignidad, no fume tabacos hechos por esclavos. Recuerde que el tabaco da cáncer.
Gracias Yaneli Leal por estas entregas de los domingos.