La exhibición Baruj Salinas (1972-2022), organizada por el Museum of Art and Design (MOAD) del Miami Dade College y el American Museum of the Cuban Diaspora, presenta en la sede de esta última institución una selección de obras que abarca medio siglo de creación de este pionero nacido en Cuba en 1935, cuyo abstraccionismo cosmogónico ha dejado una estela propia en la historia del arte hispanoamericano y caribeño.
Formado como arquitecto (Kent State University, 1958), Baruj Salinas, Premio Amelia Peláez 2021, construyó su obra bajo el influjo de la cosmología y la filosofía, de la música y la literatura. En sus paisajes abstractos recrea sin cesar la formación del universo con una visión que conjuga la continua transformación de sus elementos y el rastro de antiguos alfabetos o de grafemas de una lengua imaginaria.
Como los presocráticos, indaga en sus diversas series en el misterio primordial de la materia, en la naturaleza del agua y el fuego, de las fuerzas telúricas, y del aire —el neuma de Anaxímenes—, que explora en obras vinculadas al espacio sideral o al más cercano "Lenguaje de las nubes", que origina su serie más extensa. El crítico José Corredor-Matheos sitúa certeramente su pintura "entre el Caos originario y la intuición del Espíritu" ("El universo en expansión de Baruj Salinas", Baruj Salinas. La mirada del que mira, Diputación de Málaga), y el poeta José Kozer sintetiza su trabajo en una frase reveladora: "Intentar crear el origen" ("Trenzar descentramientos", Baruj Salinas. La mirada del que mira).
Cuando Salinas exhibió en el Witte Museum de San Antonio, Texas, en los tempranos 60 su obra estaba marcada por la pintura de acción de la escuela neoyorquina, pero la gestualidad de su expresionismo se vertería cada vez más en una recreación de los orígenes del mundo, del arjé o principio del universo de la filosofía griega, explorada a partir de una poética de los elementos que contiene la inquietud del ser ante el universo.
Tras la llegada de nuestra especie a la luna y bajo el influjo de autores de ciencia ficción como Isaac Asimov y Arthur C. Clarke, o del astrónomo Fred Hoyle, Salinas empezó a pintar, con la subjetividad de un visionario, el espacio afuera de la tierra al que siempre retorna. Ese ejercicio, vinculado a la tradición judía que marca su propio origen, inspiró el reciente Proyecto Torah (2015) que abarca una serie de abstracciones que contienen momentos fundacionales de los cinco libros del Génesis, y la serie derivada de lito-serigrafías que ilustra The Torah Book (2017), con textos de Adolfo Roitman, curador de los Rollos del Mar Muerto, Israel Museum, y una nota firmada por el papa Francisco.
Una sección de la exhibición despliega este proyecto incluyendo diversas versiones de la creación, el surgimiento de mares y nebulosas, o la aparición, en el mismo Pentateuco, de formas sagradas relacionadas con los elementos: el arbusto que arde en un fuego sin consumirse, la plaga que avanza en el cielo nocturno, o las letras hebreas de la palabra Torah y la trompeta de cuerno —Shofar— que Salinas hace aparecer en las nubes, como formas suspendidas en esa atemporalidad de lo sagrado que origina la ritualidad humana.
La sala central reúne nueve pinturas de la serie "El lenguaje de las nubes", pintadas en un periodo crucial —1979 y 1980— por dos factores: por la aparición predominante del blanco que define su más extenso cuerpo de obra, y al que retorna rememorando los diálogos sobre el vacío —en su obra y en el universo— con la filósofa María Zambrano; y por su conjunción con el vestigio de alfabetos ancestrales o de su propia escritura "asémica", también vacía de la atadura de las palabras a las cosas. En su obra, ella vio lo blanco "atravesando espacios, desiertos, entre astros desconocidos, moviéndose sin figura todavía, musicalmente" ("En la pintura de Baruj Salinas", Baruj Salinas. La mirada del que mira). Y describió así sus signos: "Aparecen en ciertos cuadros de Salinas signos que más que ser enigma son misterio. Signos del misterio de la creación; letra quizá. Todo transita en una quietud que solo la máxima velocidad alcanza".
Lo caligráfico apareció en la obra de Salinas en 1979 a raíz de la primera de numerosas colaboraciones con el poeta y humanista José Ángel Valente para la Festa de la Lletra en Barcelona. En 1980, inspirado en el officium tenebrarum, este publica Tres lecciones de tinieblas, ilustrado por Salinas. Cada poema inicia con la transliteración en el título de una letra hebrea (Francisco J. Escobar Borrego, "Tres lecciones de tinieblas, de José Ángel Valente: naturaleza musical, claves de poética e implicaciones simbólicas", Enthymema, VI 2012). Desde entonces, el acto de escribir, como rastro gráfico multiplicador de sentidos, marca su obra. Hay nubes que se transmutan en letras de modo que la abstracción contiene un lenguaje cifrado como hilo conductor: "Aleph" (1979) se inspira en "la primera letra de la creación, el inicio", como precisa Salinas, y "Ayin Letter Landscape" (1980), en la décimosexta letra, que simbólicamente alude a percibir con el ojo interno lo invisible.
No todos los signos son alfabéticos y reconocibles. Algunas nubes forman estructuras megalíticas —"Dolmen", 1979—y elementos de arquitecturas —"Laced Arch", 1980— o fuerzas en tensión —"Open, Closed", 1979—. Pero hay, sobre todo, una suerte de grafemas propios, a lápiz y crayón, que Salinas traza siempre con vertiginosa gestualidad, inclinándose sobre el lienzo tendido en el suelo para marcarlo así, incluso antes de que empiecen a aparecer los colores y sus volúmenes blancos y oscuros.
Primero está, no la palabra sino el signo gráfico que contiene lo impronunciable, y luego la aparición de los elementos del mundo en su pintura. Aunque algunos trazos evocan lenguas como el griego o el hebreo y el turco que oyó hablar a su abuela, o remiten a los pictogramas paleolíticos de los íberos que vio en Peratallada, España, o a otros ideogramas, predomina la invención de signos propios que transmiten la fuerza de una escritura no lineal e indescifrable, pero capaz de acercarnos a otra comprensión. Su pintura retorna a esa zona entre la poesía visual y el arte, donde están las prácticas que evocan las "líneas errantes" de Henri Michaux con sus "lenguajes hipotéticos e imaginarios", que siendo ilegibles, nos iluminan (Julio Prieto, "La línea pseudoalfabética: apuntes sobre lo ilegible en Mirtha Dermisache y León Ferrari", Cuadernos Líricos, 21, 2020).
"Cloudscape: To Life" (2021-2022), reitera la visión de este "habitante de las nubes" que inscribió en ellas su escritura asémica, con la consciencia de que no hay lenguaje definitivo ni preciso que pueda pronunciar el enigma del universo.
En la sala "Bosques y fuerzas telúricas" una obra en medio mixto, "Enigma VI" (2012), se inspira en las variaciones de un mismo tema de la composición de Edward Elgar Enigma Variations: la salpicadura de un trazo negro crea la eclosión de la materia y las variaciones surgidas de un azar preciso. También hay una selección de las versiones que hizo Salinas de la tierra como elemento primigenio y del espacio de los bosques, infinito a su manera.
La serie "Claros del bosque", retoma el título del libro de María Zambrano, evocando a la filósofa con quien tanta afinidad tuvo y tantas colaboraciones poético-pictóricas realizó: exiliada en Ginebra, ella extrañaba la quietud de un espacio, al lado de su casa en España, un "claro del bosque que después ha sido lamentablemente destruido". Los bosques de Salinas se multiplicaron como una restitución poética. Entre los cuatro exhibidos que pintó de 2003 a 2008, hay bosques leves y blanquísimos, "en homenaje a María", según afirma; o nocturnos y densos, con predominio de ocres, grises y negros; pero todos son paisajes imaginarios: parajes interiores a donde refugiarse y reencontrar esa otra "memoria del origen" que de modos diversos buscaban.
En las maravillosas obras en medio mixto sobre papel de amate —"Arrecife" y "Archipiélago", ambas de 2012— lo matérico es casi táctil: Salinas usa geles para adherir la misma tierra a la pintura, como los informalistas que marcaron su pintura. Estas obras contienen una invocación de la isla que perdió a su vez en su exilio voluntario. La nostalgia —del griego nostos, retorno (al propio terruño), y algos, dolor— se adhiere a la superficie de un modo inseparable de las fuerzas telúricas que pinta. La presencia de la geología del planeta había ya aparecido en "Nocturnal Emission" (1999), que captura el instante en que despierta un volcán dormido. Como Malcom Lowry, en 1947, Salinas experimentó a los pies del Popocatépetl terror y fascinación ante las emisiones de lava.
El mar es igualmente un leit motiv en su obra, no sólo vinculado al hecho de crecer en una isla rodeado de "el agua por todas partes" (Virgilio Piñera), como se advierte en la pintura "Bartlett Deep" (2013), inspirada en la zona más honda del mar Caribe; o a una evocación subjetiva de los diversos mares de la tierra; sino imaginado como el agua del origen. Salinas recrea gestualmente la tensión entre caos y creación y refuerza ese paralelismo con diversas exploraciones de un mismo elemento.
Así ocurre en "El primer mar" (2012), donde trazó una suerte de letra "a" latina flotante que extiende su luz blanca sobre la oscuridad de las aguas, y "Tsunami" (2016), tema marino que, como advierte, contiene el "terror a lo incontrolado, al poder desatado de los elementos, y a la incertidumbre que acecha en medio del gozo de existir". Ambas obras se exhiben en un espacio contiguo a la sala "Cosmogonías" que reúne pinturas abstractas inspiradas en la memoria de otros mares cargados de mitos —"Mar Egeo II", 2013, o "Red Sea", 2014— o de cambiantes cielos —los dípticos "Southern Glow", 2012, y "Mid Autumn Skies", 2016—, junto con dos pinturas de gran formato inspiradas en procesos celulares: "Núcleo", 2012, y "Desfloración", 2012, cuya geometría orgánica explora el inicio de la vida humana.
Cada obra es una reiteración que unifica su visión de la unidad entre lo micro y lo macro, y la convicción de que su propio arte, tanto como el universo entero están siendo creados constantemente y participan de un mismo enigma en continua expansión. Sin duda, de Baruj Salinas podría decirse, parafraseando a Vicente Huidobro, que el pintor es un pequeño dios, empeñado en crear, en el propio ahora, una y otra vez el origen. A fin de cuentas, el génesis no es solo un acontecimiento remoto: miríadas de mundos aparecen y desaparecen en este mismo instante. Salinas sostiene que "el espacio intermedio entre la creación y la destrucción incesante es el que ocupamos los humanos y está —como también su obra— lleno de fascinación y belleza".