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Artes plásticas

Humberto Calzada: fobia al olvido

'Su obra es hospitalaria, porque nos ofrece una morada a todos aquellos a los que se nos ha arrancado el lugar de lo doméstico, a todos los que hemos sufrido la condición de ser expropiados.'

Nueva Jersey
'Miedo a olvidar', serigrafía de Humberto Calzada, 2022.
'Miedo a olvidar', serigrafía de Humberto Calzada, 2022. Cortesía del autor

Ayer, mientras regresábamos de cenar en un restaurante cubano en Miami, hablaba con el pintor Humberto Calzada (La Habana, 1944) de su pasión por las viviendas, por la arquitectura. Me confesó que le gustaría tener muchas casas, pero no por la ambición de poseer muchas propiedades, sino por la solución que cada morada propone a esa palabra que se deja decir mejor en inglés que en español: dwelling. Cuando funciona como sustantivo esta palabra inglesa se suele traducir por vivienda o morada. Cuando lo hace como verbo, su mejor traducción es habitar.

La obra de Humberto Calzada nos propone el siguiente enigma: cómo cambia el sentido de las viviendas si nadie habita en ellas. O mejor, qué forma de morar se le propone a quien mira un cuadro. ¿Cómo cambia el sentido del habitar para nosotros, ciudadanos del siglo XXI, cuya principal condición —al menos es eso lo que nos dicen— es el desarraigo, la falta de autoctonía, la carencia de un lugar propio?

Se suele definir al hombre moderno por sus desplazamientos. Se habla de su condición global, nómada, errante, cosmopolita. No siempre fue así. Los hombres se definían no solo por su país sino por su patria chica. Santa Teresa le añade a su nombre el de su pueblo, Ávila. Aristóteles era conocido por todos como el Estagirita, por haber nacido en Estagira. La obra de Humberto Calzada, al menos a primera vista, se podría definir por su ciudad natal, La Habana.  Los primeros que se definieron como ciudadanos del mundo, como cosmopolitas, vivían fuera de sus comarcas, fuera del comercio regular con el resto de los hombres.  Uno por ser emperador, Marco Aurelio, y el otro, Diógenes el cínico, por haber renunciado a convivir con los otros hombres: se declaraba exiliado de todos los espacios, vestía en harapos y vivía en un barril.

Pero ahora todos nos definimos como lo hacían el emperador-filósofo y el filósofo-indigente. Ahora, todos somos globales, nómadas.

El arraigo, la autoctonía se ha convertido en un enigma. Este hecho se puede constatar en tres de los artistas de mi generación que más admiro. Carlos Garaicoa recupera a los atlantes, las figuras míticas encargadas de sostener el mundo, a los que actualiza en su función al ponerlos a apuntalar esa ciudad, La Habana, cuyos incesantes derrumbes hacen sospechar que ha perdido sus fundamentos. Alexander Arrechea fotografía un cuerpo al que lo invisibilizan los ladrillos de su vivienda portátil. Néstor Arenas, por su parte, le inventa una nueva altura, un futuro posible, a un espacio marcado por la usurpación. Me refiero a la Plaza Cívica fundada por Fulgencio Batista convertida en Plaza de la Revolución, con mural del Che incluido, y de la que nos salva una prótesis —construcción posible-futura— con la silueta del gato Félix y con el guante de Mickey Mouse. Garaicoa y Arrechea reinventan los cimientos y Arenas propone un utópico arraigo en el más inestable de los elementos, en el aire.  

Humberto Calzada pinta viviendas, moradas que carecen de dueño; casas que, al menos como imágenes, nacieron expropiadas. Yo sé muy bien a qué se refiere. La casa que construyó mi abuelo, al menos desde el año en que yo nací, 1965, tenía una placa que declaraba quien era su verdadero propietario. Esta decía: "¡Esta es tu casa Fidel!" Vivíamos en un espacio que nunca más sería nuestro. El pintor sobre el que hablo también tiene muy claro el referente de su pintura: fue arrancado de su casa y arrojado al exilio el 20 de octubre de 1960.

El hecho cultural primario, lo que nos distingue de los animales, es la construcción de lo doméstico tanto como espacio primordial como recinto postrero.  El momento doméstico originario acontece con la invención de un espacio propio, la casa, donde los elementos que nos rodean se pondrán, poco a poco, en función nuestra: el fuego calienta desde el hogar, el agua corre según el cauce que nos place, la intemperie es un paisaje que se puede disfrutar desde una ventana o en un patio, el aire se hace circular para refrescar los ambientes en que se mora, la parcela de tierra en que se vive es el lugar que definimos como propio.  Cuando los humanos empiezan a enterrar a sus muertos —momento a partir del cual lo doméstico absorbe también a lo póstumo—, la muerte deja de ser un simple hecho orgánico, natural, impersonal. Una sepultura intenta preservar la memoria de una persona que ahora es solo cadáver, mantener su recuerdo ante la indiferencia del cosmos.

Una casa expropiada, que nunca puede ser nuestra, es una casa que carece de la dimensión de lo doméstico. En ella los elementos nos vuelven a amenazar. Estas casas se inundan, se incendian, quedan expuestas a la furia de la intemperie, de lo ilimitado.   

La obra de Humberto Calzada no se limita a dar testimonio de la desolación a la que estamos sujetos seres desarraigados como somos casi todos. En las dos serigrafías que presentamos hoy "Al sur de la ausencia" y "Miedo a olvidar" —producidas con esa calidad gráfica que caracteriza a todo el trabajo del taller de Pepe Herrera—, Calzada propone un nuevo habitar para todos aquellos que padecen la condición existencial del expropiado, aquellos que tienen muchas moradas, pero no un hogar, aquel lugar que se puede definir como propio.

En la serigrafía "Al sur de la ausencia", se coloca al espectador delante de cuatro columnas truncadas que cumplen la función que tuvieron las míticas columnas de Hércules para el mundo clásico: delimitar el espacio conocido, definir un límite luego del cual se acaba el mundo, el espacio habitable, y empezaba el cosmos, entendido este último como el lugar donde se está expuesto a lo desconocido, a lo ilimitado. Los conjuntos arquitectónicos que ocupan la parte derecha de esta imagen esconden su interior, el espacio de lo doméstico. Las paredes-ventanas, que se sitúan en la parte izquierda de esta serigrafía, no nos aíslan del mar y el cielo que lo rodea todo, pero sí enmarcan esos espacios que se abren hacia lo infinito. Al enmarcar el afuera, no nos dejan totalmente expuestos al sin sentido, a lo ilimitado. No se puede hablar, a cabalidad, de una presencia, un espacio propio, pero sí queda algo del otro lado donde no hay nada, al sur de la ausencia.

Ya no hay espacio propio, doméstico… pero no quedamos, como espectadores de la obra de Humberto Calzada, desamparados ante el cosmos, ante los elementos. La obra del pintor habanero le enmarca al espectador un espacio en que su mirada puede reposar, habitar, to dwell.

La última vez que hablé sobre la obra de Humberto Calzada dije que yo, ni ninguno de los miembros de mi generación, éramos nostálgicos. Yo no soñaba, como sí lo hicieron muchos de mis compatriotas que me antecedieron en la experiencia del exilio con un "Next Year in Cuba". Mi sueño era que el próximo año me trajera cualquier lugar que no fuera esa isla que tanto daño me había causado. La palabra nostalgia es un compuesto de dos palabras griegas nostos (regreso) y algos (dolor). El nostálgico es quien tiene dolor por no poder regresar. Pero el reto que nos propone la otra serigrafía que se presenta hoy es diferente: "El miedo al olvido".  La palabra miedo deriva de la palabra griega fobos, vocablo del cual se deriva fobia. La palabra olvido proviene de Lete o Leteo, nombres que designaban a uno de los ríos del Hades, de cuyas aguas se bebía para no llevar, en la nueva reencarnación, el peso de lo que se había vivido antes. El reto ético que nos lanza la obra de Humberto Calzada no es la nostalgia sino la leteofobia, el miedo al olvido.

El arraigo, lo doméstico, como dije al principio, es una condición que nos está vedada. Pero eso no nos convierte automáticamente en nómadas, en ciudadanos de todos los lugares y de ningún lugar, como son los cosmopolitas.

Hay otra figura en el pensamiento antiguo, la hospitalidad, que era la que codificaba el trato con el otro, con el extraño, con el extranjero. Gracias a la hospitalidad se recibía al otro, a quien no se conocía de una forma amistosa. Homero en la Odisea decía a través de su protagonista que aquellos que no eran hospitalarios estaban por encima o por debajo de lo humano: eran bestias o dioses.

La obra de Humberto Calzada es hospitalaria, porque nos ofrece una morada a todos aquellos a los que se nos ha arrancado el lugar de lo doméstico, a todos los que hemos sufrido la condición de ser expropiados.

Sus obras están vacías, carentes de presencia humana, porque se abren y le regalan sus bellos colores y casas a todos aquellos que se atreven a mirarlas asumiendo el reto ético que nos impone la leteofobia. Aunque no tengamos un lugar propio, no se nos debe borrar la memoria y la esperanza de lo doméstico, de ese lugar donde el universo se hace mundo, donde la naturaleza se convierte en cultura.  Aunque no tengamos un lugar propio, no debemos convertirnos en seres desarraigados, fugaces y nomádicos, en seres devorados por el olvido del lugar.  

No se debe olvidar nunca nuestro deseo de pertenencia. No se debe olvidar nunca que lo que nos hace humanos es crearle una casa para el que nace y otra para el que muere. No se debe olvidar nunca que la hospitalidad —que acoge tanto al que todavía no tiene mundo, al que está por nacer, como al que lo perdió, el difunto— es el es el rasgo definitorio de nuestra humanidad y no el cosmopolitismo. 


Estas palabras fueron pronunciadas en el evento "Imaginando un habitar", en la Biblioteca Central de Miami Dade, el pasado 28 de mayo.

6 comentarios

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Comentarios lúcidos, sugerentes sobre la obra de Calzada, y sobre temas que tocan de cerca, en la órbita del origen y el desarraigo, temas que agobian y a la larga nos definen. Cuando mirar por la ventana a las orquídeas del patio es solo imagen remota y cuando la nostalgia se convierte en mercado, queda otra opción, al prójimo abrir la puerta, aunque sea alquilada. O pintar recintos vacíos para que los habite la mirada ajena.

Gracias por este ensayo Brioso. En el se manifiestan el dolor de la perdida y la esperanza del futuro. El desarraigo y la hospitalidad del inmigrante. La dimension acogedora de lo domestico que ya no esta y la grandeza de lo cosmopolita que esta por llegar o que quizás no llegue nunca pero que puede llegar. Ese optimismo que traemos arraigado con los colores del trópico. Ese, para siempre "esta mi casa la del inmigrante, es también tu casa, amigo."

La obra de Calzada le llega a los cubanos por razones de nostalgia y de sentimientos relacionados a la pérdida de su país y su cultura, o sea, a su particular tragedia, pero no es obra universal. Puramente como pintura, como plástica, no es gran cosa, aunque resulta agradable y decorativa. Tiene su lugar y su mérito en cierto contexto, pero su alcance es limitado. Por supuesto, esa es mi opinión, y hay otras.

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Parece un balneario colonial .... todo era realmente más bonito antes del desastre ... son peor que la sangre del Alien de Ridley Scott, lo corroen todo ...

Me gustó su imagen estimado Alcalde, efectivamente Cuba parece hoy haber sido digerida en el vientre de la revolución, como esos reptiles que corroen lentamente con ácidos digestivo el cuerpo que ingestaron.

La mugre y ruralización de la Capital, junto a la caída y decadencia del resto del país es una catástrofe que los próximos gobiernos deberán enfrentar con enegía si desean salvar lo que queda de aquella maravillosa capital de América.

De Calzada disfruto con preferencia sus colores planos dentro de líneas y contornos limpios y precisos del dibujo. Saludos.

Quizás el primer pintor moderno que nos enseñó a habitar mentalmente espacios urbanos imaginarios fue Giorgio de Chirico con sus plazas solitarias, seguido después por variados maestros, sobre todo norteamericanos, los cuales introducen visiones interiores de casas y comercios solitarios.

La ausencia a veces total de presencia humana en estos escenarios públicos genera inevitablemente una sensación no sólo de soledad sino de angustia. Si dentro de ese contexto encontramos referencias explícitas a una cultura arrebatada a nuestra niñez, es casi inevitable que nos impacten emocionalmente.

Mi relación con la obra de Humberto Calzada es dolorosa, porque me lleva a una cubanidad esencial, por haber nacido y crecido en una casa colonial construida con cantos de piedra unidos con cal y arena que conservaba intactos sus arcos de medio punto y los laboriosos encajes en hierro de rejas, escaleras espirales y barandales.

Gracias a este gran maestro por mantener viva a Cuba con su arte .