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Teatro

'Terrenal', de Mauricio Kartun, vista en La Habana

La obra del argentino, presentada en el festival Mayo Teatral, intenta replantear el mito de Abel y Caín como lucha entre capitalismo y comunismo.

La Habana
Mauricio Kartun en Casa de las Américas.
Mauricio Kartun en Casa de las Américas. La Ventana

Con buena prensa ha llegado a La Habana la obra del director argentino Mauricio Kartun, Terrenal, pequeño misterio ácrata. Los periódicos en internet nos informan del éxito que ha tenido en la escena bonarense y del prestigio de su autor. De las 13 obras extranjeras que han venido al festival de teatro latinoamericano Mayo Teatral, organizado por Casa de las Américas, la suya se ha promovido como la primera. Su autor, además, es lo que en el ámbito de las oficinas de la cultura se conoce como un "amigo de Cuba".

La obra fue representada este fin de semana en el Hubert de Blanck con suficiente asistencia de público. Su resultado, me temo, delata la existencia de un texto muy inferior a la puesta. Constituye un ejemplo más de una alegoría que es estropeada por el panfleto, del triunfo de las referencias extraescénicas sobre la lógica interior del drama.

La obra quiere replantear el mito de Abel y Caín, esta vez acriollados e ideológicos. No tardamos mucho tiempo en descubrir con pesar que los personajes representan la contradicción entre el capitalismo y el comunismo o entre "derecha e izquierda", como se dice en la obra (porque incluso el autor sabe que nos encontramos en el siglo XXI).

El abandono alegórico conduce a equiparar completamente la índole de la derecha (el mal) con la historia de Caín y el bien (la izquierda) con el destino de Abel.

Una buena alegoría puede ser sencilla, pero nunca superficial y pobre. Esta, infelizmente, adolece de las dos propiedades: el personaje de Caín —que es el menos logrado— se convierte en un refranero de lugares comunes de la derecha, y el de Abel en una idealización infantil de lo que sería la felicidad.

Los símbolos, por desgracia, no escasean: Caín cultiva pimientos "morrones", vegetales vacíos como él, Abel aprovecha cualquier cosa de la tierra sin necesidad de trabajar, generalmente insectos que usa como carnada. Caín es devoto de las escrituras y el castigo, Abel es un rebelde pasivo-agresivo hacia cualquier norma que no sea el hedonismo simplón.

Por justicia divina, en la construcción escénica del personaje de Caín se vio reforzado lo caricaturesco. Sobre todo en un vicio de la entonación que quiere avisarnos infructuosamente de la comedia. Esto no solo afecta la obra en general sino que daña el clímax, que debió ser un momento sobrio y en cambio se convierte en un contrapunto entre el contenido trágico del sermón que da Dios a Caín y la recepción escéptica del mismo —pero no escéptica hacia la palabra de Dios: escéptica hacia la ficción escénica, que es el pecado en teatro—. El resultado no es una confrontación entre tragedia y comedia al estilo de Shakespeare sino más bien entre el teatro y el circo. Por suerte, el actor Caudio da Passano no se deja amedrentar y consigue sacar felicidad de ese trance.

A la obra la salvan alguna que otra frase de ese sermón y las soberbias actuaciones de Claudio da Passano, Tony Lestingi y Claudio Martínez Bel.

El ultimo día, representantes de Casa de las Américas reconocieron a su dramaturgo y director Mauticio Kartun con el premio Gallo de La Habana, que es un homenaje del evento. El heredero del Abel se deshizo entonces en despistados elogios hacia la Casa y el ejemplo de la Revolución, lo cual explica mucho sobre la llaneza de su personaje.

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