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Literatura

José Kozer: 'Creo en la cabeza respiratoria'

'Creo como nunca que un buen poema, una cantata de Bach, un motete de Charpentier, un cuadro de Constable o de Delacroix, una idea de Wittgenstein o de Camus es lo que me da vida.'

Holguín
José Kozer.
José Kozer. Latin American Literature Today

José Kozer (La Habana, 1940) protagoniza una de las aventuras literarias más originales de nuestra época. Descendiente de judíos checos (por parte de madre) y polacos (por parte de padre), en 1960 prosigue la diáspora ancestral y se radica en Nueva York, donde vivió hasta 1997 y, luego de un paréntesis en Andalucía, se establece definitivamente en Hallandale, Florida.

Más allá de tópicas coordenadas geográficas, estamos ante un hombre cuya existencia debemos rastrear en la latitud del idioma. Como el mismo ha proclamado en más de una ocasión, su patria verdadera es el lenguaje, o lo que es lo mismo, la irrealidad del lenguaje. Todos los días de este mundo, al término de un recurrente ritual mañanero, Kozer escribe un poema.

Un hombre que ha escrito más de 10.000 poemas pone en crisis unas cuantas nociones sobre la creación poética. Al margen de la trascendencia de esta escritura (sobre cuya calidad inequívoca no es necesario insistir) nos fascina esa actitud suya ante el idioma. Su mayor ambición es hacer ingresar en el dominio del poema todo el vocabulario. José Kozer es una máquina que procesa sin detenerse toda clase de materias verbales. El lenguaje en todos sus registros, desde los localismos más ilocalizables, hasta la jerga clínica, escatológica, propedéutica, filosófica, arrabalera, todo vale, todo puede metabolizarse en el estómago del poema.

Atenazado por una ringlera de compromisos públicos y proyectos personales, José Kozer, quien es considerado por muchos el poeta vivo más importante de nuestra lengua, accedió a este breve intercambio.

En las últimas décadas del pasado siglo se consolidó un fenómeno que venía gestándose desde mucho antes y hoy constituye, sin lugar a dudas, uno de los pilares de la cultura occidental: el remix. Una filosofía, por llamarle de algún modo, que legitima toda suerte de canibalismos durante el proceso creativo. ¿Hasta qué punto es auténtica la incorporación de textos ajenos en el discurso poético propio?

Hace años conversando con Nicanor Parra en Nueva York me espetó: ahora en poesía todo cabe. Su dictamen fue como un dique que se rompía, una compuerta abierta de par en par y recuerdo que sentí una fruición liberatoria, un poeta reconocido me daba manga ancha que era lo que mi inquieto espíritu necesitaba en aquel entonces y todavía necesita.

Los textos ajenos incorporados al propio texto son primero que nada un homenaje, un guiño de ojos entre escritores, una manera de inmiscuirse en la tradición desde una nueva perspectiva menos ortodoxa, menos excluyente y que no deja de ser respetuosa: todo poema es un rescate del acervo cultural, es una manera de reatar, reanudar, sostener el eslabonamiento y la continuidad del mundo protegiéndolo; y es una manera de dejar que el poema propio se mueva por cauces cada vez más numerosos, cada cauce con sus radas y recodos agrega materia al texto, y los materiales acumulados, sugerencia, detrito, desconocimiento, citas apócrifas, citas al pie de la letra, son parte del sostén de lo que se llama una obra (palabra a la que no soy muy dado). Obra, Opus, Oh pus; obra, mexicanismo por obrar o defecar.

La utilización de computadoras para la producción de textos literarios es un hecho que marca a la literatura que se escribe hoy día. No es lo mismo escribir a la manera de un Dylan Thomas, que sacaba en limpio una y otra vez su poema de la máquina de escribir, que trabajar asistidos por las facilidades proporcionadas por Microsoft Word, con sus menús contextuales, sugerencias estilísticas y visualización inmediata del texto en una variedad casi infinita de fuentes y formatos. ¿Cree usted que la elaboración del texto en este tipo de plataformas pueda ir en detrimento de la escritura poética o, por el contrario, ve en ello una apertura hacia nuevas posibilidades de expresión?

La computadora me ha aliviado del papel carbón, del error que obliga a reescribir todo el poema, volverlo a mecanografiar, y de paso tener que hacerlo siempre desde la inalterable linealidad de la consecución a que obliga toda escritura.

La computadora me ha dado un grado mayor de libertad a la hora de corregir el poema. Lo escribo a mano, nunca directamente en pantalla, soy incapaz, pero lo corrijo desde mi cuaderno de poemas en pantalla, lo que me permite añadir, improvisar, eliminar, revolver, divertirme, jugar, socavar lo hecho, limpiarlo, mejorarlo, quizás empeorarlo: ¿no nos dice Rimbaud que il faut être absolument moderne? La frase adolece de exceso, yo la prefiero sin ese "absolument" de modo que así se puede ser un moderno que no se desliga para nada de la tradición que ama.

¿Es ser moderno descartar a Villon y vía Villon a Ezra Pound? Ser moderno es aprovechar las ventajas, casi virtudes que nos ofrece la virtuosa y virtual computadora y equilibrar ese artefacto con el uso de la mano que rasga, garabatea, se desliza, corre, se detiene, y se siente sobre el escurridizo papel cuerpo vivo. Es ideal la situación: la tecnología me apoya facilitándome la vida amanuense; la tradición pone a mi disposición todos los libros, al sirviente Google, las referencias intertextuales habidas y por haber, y todo ello con un click, un toque leve de la tecla.

Por supuesto, que ni decirse hace falta que todo esto, sin talento y devoción, talento y trabajo, desasimiento del ego e inmersión en el momento poético, espontaneidad que semeja a la del calígrafo japonés que medita y luego de repente suelta su ideograma sobre el papel de seda o de arroz, de nada sirve: la falta de talento y del riesgo que implica tenerlo jamás puede ocultarse; es evidente que casi todos los poemas malos que surgen, y son titipuchales, vienen de la falta de talento que informa la obra de un alto porcentaje de poetas; de ahí que del Siglo de Oro, entre quién sabe cuántos aspirantes a la "gloria", solo hayan quedado dos decenas.

El poeta Cesar Vallejo dijo en algún momento que "lo que importa en un poema es el tono con que se dice una cosa y, secundariamente, lo que se dice". Nicanor Parra tiene ese enigmático verso "Yo digo una cosa por otra". Dylan Thomas llegó a afirmar que "el sonido de las palabras es lo importante". El pasmoso desarrollo de la lingüística ha dado consistencia científica a planteamientos de esta naturaleza. ¿Considera usted que se pueda escribir y, como es lógico, leer un tipo de poesía donde el significante se desentienda completamente del significado? ¿Hasta qué punto el poema es un receptáculo apto para el trasvase de sentimientos, opiniones, estados de ánimo? ¿Para qué sirve la poesía?

Solo puedo referir su pregunta a mi propio trabajo, a mi propia experiencia en continuidad de extrañeza. Para mí, a quien se denomina poeta neobarroco y del lenguaje, poeta de la dificultad, no existe nada de eso: ni siquiera me considero poeta, y no lo digo para congraciarme con nada ni con nadie, la palabra en sí me repatea (recuérdese que Lorca al ser presentado por alguien a alguien, y oír que este le preguntaba si él era el poeta, contestó: Si Ud. lo dice): de nuevo, al igual que creo en la dosificación de elementos tradicionales con módulos actuales y "modernos" creo en que los significantes se embragan sin mayor problema y desde una naturalidad inevitable con los significados, de manera que en un poema observo, repito que en mi caso, cómo voy escribiéndolo o veo que se va escribiendo (él corre; yo camino) y cómo por un lado el poema en su particular desarrollo cuenta y canta al modo tradicional, desde mi oído medio, a veces interno, y ese cuento (a veces chino) tiene espacios, pausas, pautas, donde lo que se cuenta queda soslayado por la presencia en puridad del lenguaje, digamos que son momentos en que el significante tiraniza el texto y luego reposa y deja de nuevo paso al cuento, al significado, a la materia biográfica que bien sabemos de biográfica no tiene nada: ambos bailan, ambos tiranizan, ambos aspavientan, y de una manera bastante misteriosa se imbrican, colaboran, se guiñan el ojo y se remansan al desembocar en el desenlace del poema. Es, y perdonad el regodeo, maravilloso.

En una de sus famosas cartas, Rainer María Rilke llama la atención de su discípulo Franz Xaver Kappus sobre la relación entre arte y vida: "Aun viviendo de cualquier manera, puede uno prepararse para el arte, sin saberlo. En cualquier realidad se está más cerca de él que en los oficios irreales, artísticos a medias, que, aparentando cierta vecindad con el arte, en la práctica niegan y socavan la existencia de todo arte". Una característica muy visible de buena parte de la poesía contemporánea es su ensimismamiento. Las exploraciones poéticas escarban cada vez más hondo en el lenguaje, prolifera un tipo de literatura autofágica, extremadamente alejada de los menesteres que abruman al hombre común. ¿Cómo ve este fenómeno José Kozer, un poeta que se nutre tanto de la palabra escrita o hablada como de su circunstancia exterior?

Me habla una vez más de una vía media, la que en la Grecia antigua o el budismo zen, o el propio confucianismo se considera la ideal, el aurea mediocritas, el punto intermedio (el intermediario, el intercesor) entre extremos que muchas veces llevan, quizás, al más rotundo fracaso (los excesos me parecen cada vez más abominables).

El último Celan o el Joyce del Finnegans me preocupan hace décadas: dos escritores que amo, y cuyo último intento de trabajo me hacen dudar de los extremos: leo el Anatomy of Melancholy de Burton y tengo acceso y me siento en casa; leo en traducción los últimos poemas de Celan y los respeto como intento, como expresión de una devastadora soledad, de una experiencia (los campos de concentración nazis) que no es posible asimilar, pero (y el pero es lo que me obsesiona) no entiendo, no oigo, me abrumo, no veo nada, canturreo esas palabras valija y acabo con agua escurrida entre las manos, sin oficio ni beneficio, desolado: tal vez esa desolación, esa devastación es lo que Celan necesita imponer (ese Celan que dicen que dijo que la poesía expone, no impone).

El Finnegans Wake tiene zonas maravillosas y asequibles (así Anna Livia Plurabelle) muchas menos que el Ulysses, pero son pocas, el resto se me vuelve cuesta arriba de lenguaje, donde el chascarrillo o la paronomasia, por exceso y saturación, acaban por opacarme la presencia viva del texto: su humanidad se me desmorona, su juego barroco me desvirtúa la función lectora. ¿Soy injusto; digo esto desde una limitación en mí brutal, una inaccesibilidad contra la que, impotente, no consigo rebasarme ni hacer nada?

En La revolución electrónica, William Burrougs denuncia la existencia de una amenaza letal para la especie humana: el virus lenguaje. En su inquietante opúsculo el norteamericano ofrece unas cuantas fórmulas para "desmagnetizar el lenguaje" y así librarnos del virus. Antonin Artaud llegó a decir una frase que parece caminar por la misma cuerda: "Soy un idiota por estupefacción de la lengua, por mala formación del lenguaje". ¿Opina usted que la palabra poética tiene algún enemigo público a la vista, algún adversario que enfrentar? ¿El verbo poético alberga todavía alguna posibilidad de redención para el género humano?

Creo, no a pies juntillas, en la poesía. Estoy por estos días releyendo a Cavafis, la introducción de Auden, que como siempre es acertada, y esa poesía sin duda tradicional cuan moderna, riesgosa cuan opaca y de ocultamiento en transparencia, me permite, a la noche, desde un cansancio en mí que siento milenario, desde la cercanía de mi muerte, de mi anagami (que es el no haber vuelto a Cuba, mi lugar sin retorno) rehacerme, deshacerme de mí, ser otro, estar en el negative capability de Keats a Shakespeare, y alcanzar por unos momentos, gracias a la poesía, en este caso de Cavafis, ese lugar casi utópico o quizás del todo utópico donde yo no soy yo, y así irme durmiendo en mi propio cansancio, en el desasimiento de la personalidad (ese horror) de la opinión del mundo y de la propia opinión (ya decía en su momento Heine que hasta su época la gente tenía convicciones, pero ahora, en la modernidad, la gente tiene opiniones) (o qué lindo aquello de que todo es átomos y estrellas, lo demás son opiniones): y así, destituirme, y destituido, ser alguien fuera del tiempo, no comido por el tiempo, esa diaria somnolencia, y sentirme libre del fardo que soy, libre de la propia existencia (las Leyes de Manú establecen que el castigo de los dioses es que el hombre esté condenado a existir).

¿Redención? Uf. Palabreja demasiado recargada de falsa religiosidad. ¿Género humano? Término, como tantos, que acaba siendo una pura abstracción, impalpable, irreal al máximo.

Creo como nunca que un buen poema, una cantata de Bach, un motete de Charpentier, un cuadro de Constable o de Delacroix, una idea de Wittgenstein o de Camus es lo que me da vida, y eso es lo que necesito, lo que me da vida: lo demás se me vuelve pacotilla y chorrada, agua estancada que si dejo empozarse en mí me pudre el alma, alma en la que cada vez creo menos, en su lugar creo en la mente, en la cabeza respiratoria.

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2 comentarios

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Las preguntas son inmetibles, las respuestas son innecesarias, ampulosas, vacías. El poeta es un hombre vacío que produce obra, en el sentido mexicano de la palabra, cuando se explica. No entiende nada, no entiende a Joyce y lee a Celan en traducciones. El interrogador no está interesado en descubrir nada sino en producir sonidos. Son dos victrolas enfrentadas que tocan discos rayados.

Artículo cuyas preguntas son mucho más agudas que las respuestas. Gracias, DDC.