Los terrenos que actualmente ocupa Alamar fueron comprados en los años 50 por la compañía del Aeropuerto Internacional de La Habana, tras decidir ampliar la ciudad hacia la zona del este.
Tras la compra la empresa comenzó a trabajar en dicha zona con el propósito de crear nuevos asentamientos urbanos, por lo que en 1959 ya se habían ejecutado obras de infraestructura y se había ubicado mobiliario urbano en la localidad.
Los encargados del proyecto se inspiraron originalmente en ciudades satélites como Vållingby, en Estocolmo, y el movimiento de las New Town en Londres, Inglaterra, iniciado en 1946 con el propósito de disminuir la congestión que se generaba en el centro de la ciudad.
En los años 70 se comenzaron a construir conjuntos de viviendas con servicios básicos en las periferias de la ciudad de La Habana, y Alamar fue uno de los lugares ideales para ello, ya que sus terrenos disponibles eran muy amplios, lo que permitió que se pudieran realizar grandes operaciones de construcción con redes de infraestructura ya dispuestas.
Para la ejecución del proyecto las autoridades cubanas decidieron valerse de los movimientos de microbrigadas sociales, que se basaban en sacar de su actividad laboral a los trabajadores estatales con el propósito de incorporarlos al proceso de autoconstrucción, motivados por la necesidad de obtener una vivienda propia.
Originalmente Alamar fue planificado a semejanza de los suburbios estadounidenses, con viviendas individuales y baja densidad poblacional, dependiendo del automóvil para el acceso a los trabajos y servicios de todo tipo.
Se estima que cerca del 10% del territorio de Alamar ya estaba ocupado antes de 1959 con dichas viviendas, a lo que se sumaron alrededor de 400 más, conocidas por sus cubiertas de bóvedas y construidas a principios de 1960 por el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV), asignadas en su mayoría a técnicos extranjeros. Estas viviendas son hoy conocidas popularmente como "las casitas de los rusos".
La urbanización contaba con la estructuración que le dio en el periodo republicano el ingeniero Gustavo A. Béquer, pero la concepción de las manzanas que propuso el ingeniero no eran compatibles con los modelos de edificios de estilo soviético proyectados posteriormente para la zona.
Entonces, en lugar de adaptar las propuestas arquitectónicas a la concepción del trazado urbano, la Dirección de Vivienda del Ministerio de la Construcción de La Habana, encargada de llevar a cabo el proyecto, dirigido por el arquitecto Julio Ramírez Padial, decidió alterar la retícula ya construida para hacer encajar a los edificios. La solución no fue la mejor, lo que se aprecia claramente porque es imposible hacer coincidir una retícula asimétrica con prismas gigantescos dispuestos de forma aleatoria.
A gran escala, la disposición organizativa del diseño dividió la zona de ocho kilómetros cuadrados en diez microdistritos, calculados para recibir entre 8.000 y 15.000 habitantes, llegando a 130.000 en total, y uno especial con capacidad industrial para acoger "la planta de prefabricado y de hormigón, la terminal de ómnibus, base de taxis y las fábricas de sorbetos, caramelos y distintivos, así como la cocina y la lavandería centralizadas", que garantizaría puestos de trabajo cerca del área residencial enfocados hacia el sector femenino mayormente.
E-14 es el título del diseño masivamente empleado en los edificios de entre cuatro y cinco plantas, además de los SP-79 que tenían en cada nivel un apartamento cuya fachada quedaba dispuesta frente a la escalera general, dándole como sobrenombre "El Afectado". También se utilizó el sistema IMS, importado desde Yugoslavia, para sostener edificios desde ocho hasta 18 plantas. Otros sistemas utilizados fueron el Gran Panel 6 y el LH Gran Bloque.
La ejecución y dirección técnica estuvo a cargo del arquitecto Humberto Ramírez, quien contó con un equipo formado por arquitectos, ingenieros y técnicos medios, en su mayoría insertados de la CUJAE.
Los arquitectos, limitados por los diseños preconcebidos, se vieron obligados a usar solamente los colores en las fachadas como elementos atractivos, lo que terminó por ser efímero. No fueron diseñadas las áreas exteriores ni los espacios públicos. Tampoco se construyeron estacionamientos, ni se tuvo en cuenta ningún tipo de mobiliario urbano, ni redes de comercio o de servicios locales.
Esto trajo como resultado que los propios habitantes fueran creando un circuito informal en el que completaban sus necesidades llenando los espacios vacíos con talleres y garajes improvisados, cercando los perímetros inmediatos a las viviendas en plantas bajas, y en muchos casos tomando áreas de jardín para construir alguna habitación extra.
Mediante asambleas convocadas en los centros de trabajo se fueron otorgando las viviendas terminadas a los microbrigadistas, teniendo en cuenta primeramente los "méritos" y luego la necesidad de vivienda de los trabajadores.
Cada edificio terminado debía separar un apartamento para donar a familias latinoamericanas refugiadas en Cuba. Luego esto pasó a ser un 20% de los edificios construidos con tecnología tradicional mejorada y un 50% para los prefabricados, generalmente IMS. El resultado final fue pactado en un 20%, exceptuando a los edificios del Ministerio del Interior y el Ministerio de las Fuerzas Armadas, y los que iban a quedar como medios básicos de un organismo estatal.
El ejemplo de Alamar, inicialmente presentado por el Gobierno como el gran proyecto que solucionaría el problema de la vivienda en la capital, pasó a ser marginalizado por la falta de pertenencia de sus propios habitantes, los cuales cada día tienen que trasladarse kilómetros en las formas más precarias para poder satisfacer necesidades básicas que su entorno no cubre.
Desde la limitada economía de recursos, tanto humanos como materiales, hasta el cambio de intereses del propio Gobierno, provocó que el movimiento de las microbrigadas fuera desapareciendo poco a poco, dejando edificios de vivienda a medio hacer y paralizados durante años a la vista de todos.
En la actualidad no resulta sencillo entender los sentidos de los barrios ni los límites de los espacios públicos en esta zona, causa y efecto de la falta de identidad de los habitantes con los diferentes componentes de la urbanización. Además, faltan componentes esenciales del diseño urbano, por lo que muchos afirman que se construyeron los edificios y faltó todo lo demás.
No es el caso, pero recuerdo una ciudad dormitorio en Inglaterra donde los arquitectos esperaron a que sus habitantes surcaran los trillos entre sus viviendas y los mercados etc. y luego hicieron la correspondiente pavimentación. Tengo entendido que las casitas de los rusos eran un reparto para militares, pero no estoy seguro. Recuerdo que la primera vez que el comandante Cara de Coco visito Jamaica se andaba pavoneando con el proyecto Alamar y una periodista le pregunto que por que no había fabricado ni una sola iglesia y el satrapa le respondió con su cara de fruta bomba alegre, que porque el pueblo no se lo había pedido.
En Almar no vive ninguno de estos sinvergüenzas que acaban de dirigirse a Biden pidiéndole todo lo contrario de la libertad y la democracia que piden millones de cubanos. Si Cuba cambia: Alamar va a ser para ellos. Les vamos a hacer como Stalin, que deslocalizó a sus opositores y a pueblos enteros y como nos hizo a millones de cubanos el comunismo. ¡Cabrones! A doblar el lomo como los demás, vagos y botelleros, que son todos:
https://www.radiotelevision…
Estudio muy acertado de la situación de Alamar. Proyecto que dista urbanísticamente de otros anteriores. Un reflejo más del caos que dominó al país en todos los órdenes, a partir de los años 60s. ¿Un quiero y no puedo? o una receta fácil y rápida de hacer "para otros", como los biftecs de "corteza de naranjas" de Nitza Villapoll en Cocina al minuto... Todo esto, mientras la élite política del país se adueñaba de las viviendas de la alta burguesía cubana en los barrios más distinguidos de La Habana (Miramar, Country Club, Bilmore, etc.), al mismo tiempo que ese grupo social (progresía cubana) nunca renunció a los mejores productos alimenticios, incluidos los extranjeros, ni a otros lujos, como autos particulares de elegantes marcas que importaban para trasladarse a la ciudad, desde esos exclusivos barrios residenciales de la periferia que comenzaron a ocupar. A diferencia de los habitantes de Alamar, obligados a coger desde finales de los 80s los camellos o a caminar pie durante horas.