Mario Guerra es un actor político aunque no se lo haya propuesto. Lo digo por la verdad que expresan los personajes que ha interpretado y porque se formó por su cuenta y ese detalle, en tiempos en los que el Decreto 349 se mantiene vigente, hay que tenerlo en cuenta. En el cine sus imágenes hablan por sí solas; en el teatro, sus encarnaciones se alojaron en la memoria de los que lo han visto.
Mario no se graduó del Instituto Superior de Arte (ISA) ni de ninguna academia que otorgué un "certificado de calidad". En una profesión como la actuación catalogar o evaluar a un actor o actriz es completamente absurdo. El Decreto 349 entre sus otras tantas "virtudes" ampara esos abusos de poder por parte del Estado. Según las autoridades cubanas, defienden la cultura del país, pero un ejemplo claro que demuestra lo contrario es Mario Guerra, un actor evaluado por la vida.
Mayito es un actor que se formó siendo voyeur del Teatro Político Bertolt Brecht que dirigía Mario Balmaseda, y que ha sabido reutilizar lo que atestiguó tras las bambalinas. Su retención de la verdad, que no es algo tangible pero que es una cualidad que tienen los grandes actores, él ha sabido detectarla y transmitirlas en sus interpretaciones. Sondeamos segmentos de su vida, la actuación como oficio, a su ídolo Mario Balmaseda, una de nuestras películas… La charla no dio para mucho más, tenemos que volver a encontrarnos.
¿Cómo hace Mario Guerra para abordar sus personajes?
Siempre tengo un montón de dudas respecto al personaje, dudas sobre cómo abordarlo. Es un poco caótico para mí. Te confieso que muchas veces no sé cómo comenzar a estudiarlo. No he hecho el menor esfuerzo para mejorar esto.
He descubierto -y un amigo me lo reafirmó hace poco- que esa sensación de extravío me hace sentir vivo y nuevo. La impresión que tengo en ese momento inicial es que no sé manejar el oficio. Me cuido de esa palabra. No la niego del todo, pero le temo porque puede implicar anquilosamiento, hacer creer que todo está claro y nítido, que puedo llegar muy rápido al personaje y la realidad es que uno nunca llega.
Claro que es imposible abarcar todo el espectro de un personaje, pero una vez vencida esta primera etapa de aproximación, ¿de qué herramientas te vales para construirte en escena?
Vencida esta etapa salgo a buscar las acciones, las acciones físicas. Son ellas las que me llevarán por un camino por donde transitar al que le decimos pauta. El verbo de acción es quien mueve al actor. Todo personaje desea algo y hacia ahí me encamino, hacia ese descubrimiento.
Cuando somos inexpertos le damos demasiada importancia a las emociones, pero ellas no se pueden atrapar. Entonces ahí están las acciones, que van apareciendo de a poco para que las unas y hagas una cadena. Sobre esa cadena de acciones transitas durante todo el proceso.
Las acciones son como los cimientos de un edificio. Ellas necesitan ser elegidas con inteligencia y austeridad. Lo otro que para mí es importante es saber qué puede regalarme un personaje y qué puedo regalarle yo. Esa negociación es necesaria para moverme con autenticidad por la escena.
Nada de esto es de la noche a la mañana, aunque a veces sí.
¿En qué momento de tu vida te das cuenta que actuar es tu vocación?
Estaba en el servicio militar... el 5 de octubre próximo es la fecha que he elegido para cumplir los 40 años en esta profesión. Ese mismo día del año 1980 estrené una obra corta que dirigí y actúe. La obra también la escribí, puede parecer petulante, pero fue así.
Seguramente el texto fue un desastre, pero recuerdo que me creía capaz de hacer cualquier cosa en el teatro porque no temía a nada. Recuerdo que ese día habíamos terminado el ensayo de la tarde y me sentía ilusionado porque pronto estrenaríamos y luego seguramente iríamos a uno de esos festivales que existían en aquel entonces. No tuve dudas al respecto. Mi decisión fue fulminante e irreversible. No existe algo mejor que descubrir la que será tu vocación para toda la vida.
¿Qué pasó después?
En 1982 terminé el servicio militar. Estoy en la calle e intento estudiar en el ISA. No me fue dada la oportunidad. Estaba titulado de una carrera técnica y no encajaba en el perfil. Así que la ilusión por estudiar Actuación la tuve que "matar" bien rápido. Sin embargo, eso no me detuvo y alguien me habló de una convocatoria del Grupo Olga Alonso, un muy buen grupo de aficionados dirigido por Humberto Rodríguez. Allí estuve dos años hasta que un día decidí hacer todo lo posible por entrar en el mundo profesional.
¿Cómo saltas del mundo aficionado al profesional?
Una mañana me aparecí en casa de Mario Balmaseda, que era el director del Teatro Político Bertolt Brecht. Un amigo en común me había dado su dirección. Hoy tengo la costumbre de no molestar a ningún director para pedirle trabajo, también hay algo de orgullo. Imagina que alguien desconocido sube a un tercer piso a pedirte trabajo, nada más inoportuno.
Recuerdo que él abrió la puerta y saco la cabeza y se extrañó.
¿Y entonces? ¿Lograste tu propósito?
A la semana estaba yo con un martillo, ayudando a armar parte de la escenografía de una obra que él dirigía. Paso por mí lado y me dijo: "Así empecé yo".
Pensé que iba a ser más accesible, pero la realidad era que Mario Balmaseda siempre estaba ocupado. Yo fabulaba que un día un actor tendría un percance y él me dejaría cubrirlo, pero no fue así.
No existía una plaza laboral para mí, entonces le dije que eso no era un problema, que trabajaría sin ganar salario. Así fue que comencé como mensajero. Por el día repartía cartas y notas de prensa por las emisoras de radio o por la televisión. Por la noche era aprendiz de utilería y tramoya.
¿Qué te aportó ser aprendiz de utilería y tramoya?
Me enseñaron unos tipos que le sabían un mundo a su oficio. A mí me aterraba ser sorprendido en medio del escenario cuando entraba a oscuras a cambiar la disposición del escenario. Temía que los espectadores descubrieran allí a alguien que no era parte del espectáculo. Me llamaba mucho la atención, la tranquilidad y pericia con que mí colega hacia su trabajo. Yo por el contrario siempre me ponía muy nervioso.
Una noche, aquel viejo utilero de apellido Galvani me dio el "norte”. ¿De verdad crees que nadie te ve? Relájate que los de la cabina saben sus cosas y el público también. Fue gracias a Galvani que comencé a entender que al público le gusta ser "engañado" y que acepta ciertas convenciones de antemano.
Estuve cerca de dos años trabajando sin cobrar un centavo. Me di cuenta que tenía que hacerlo si quería acercarme al mundo profesional. Gracias a eso tuve la suerte de ver muy de cerca alguno de los mejores espectáculos de la época. Me permitió conocer y estar cerca de grandes actores y de otros no tan grandes, porque de todo se aprende. Desde la observación fui descubriendo las luces y las sombras de una profesión fascinante.
Cuéntame un poco más sobre esa etapa voyeurista.
Cada vez que me lo permitían me sentaba a observar los ensayos. Supongo que esto agudizó mí mirada y mí oído. En teatro poder observar es algo privilegiado. Ver a Mario Balmaseda prepararse para entrar al escenario fue un lujo que pocos han tenido. Escuchar a Luis Alberto García (padre) calentar la voz u observar como Tito Junco desde la quietud y la respiración buscaba la relajación fue un trecho muy importante en un largo camino. Me maravillaba con René de la Cruz (padre) a quien le temblaba todo el cuerpo justo antes de entrar a escena y una vez dentro se convertía en dueño y señor de su personaje. Estas fueron algunas de las primeras experiencias que comienzo a asimilar, desde mi modesto oficio de utilero.
¿A qué otros actores o actrices observaste?
Samuel Claxton, Isaura Mendoza, José Antonio Rodríguez, Elvira Enríquez, Lítico Rodríguez...y muchos más. Soñaba ser como ellos. Viéndolos actuar desde las bambalinas actuaba con ellos. Si cometían algún error también yo lo sufría de alguna manera. Si alguno tenía una de esas funciones únicas, inspiradas, las disfrutaba como ellos. Muchos han sido los actores y las actrices que me han regalado algo, incluso sin proponérselo.
¿Alguno de ellos te invitó a escena?
Una noche, en medio de una función, un actor de avanzada edad, que quizás se sentía tan abandonado como yo me propone que salga a escena con él. La actuación consistía en pasar de un extremo a otro del escenario. El llevaba un periódico en las manos y entre los dos planeamos rápidamente una conversación. Aquella actuación duro unos cinco o seis segundos. En un abrir y cerrar de ojos todo había acabado para ambos.
Aún recuerdo la excitación que sentí por haber sido parte de un espectáculo profesional. Créeme, tengo un recuerdo sensorial de esa experiencia y no olvido el rostro de aquel actor. A nadie le importó, solo él se dio cuenta que era mi primera salida a escena en un grupo profesional. Al rato de aquel momento alguien me trae un recado del director de la obra. Me estaban regañando. Fue una etapa dura. ¿Cuál no la ha sido? Pero estoy agradecido de las experiencias que he vivido. Malas y buenas son mis experiencias.
Mario Balmaseda y tú se volvieron muy amigos. ¿Esa amistad entre ustedes se forjó en aquella época?
No nos relacionamos mucho en aquella época. De hecho, creo que la mayoría de las veces ni notaba mí presencia. No tenía por qué. Yo sentía una gran admiración por él. Digamos que era mi ídolo. Llegue a imitarlo. Teníamos el mismo nombre y mi deseo era que me adoptará como hijo y me llamará a trabajar en sus obras. Nada de eso sucedió. Ni amigos fuimos en aquella época. Lo observaba trabajar y punto.
¿Qué imágenes te vienen a la mente del Mario Balmaseda de aquel momento?
Dirigía y actuaba a la vez, aunque generalmente había otro actor que lo doblaba para que pudiese dirigir y atender lo que estaba sucediendo en escena. Le interesaba mucho la disciplina del actor, el rigor. Varias veces lo vi muy molesto por eso. Enseguida me di cuenta que era sumamente estudioso e inteligente y que le era imprescindible contar con actores y actrices inteligentes. A veces me escapaba para la platea para poder ver los espectáculos frontalmente. Eso hice con la última función que Mario Balmaseda hizo de El carillón del Kremlin, donde interpretaba a Lenin. Fue impresionante para mí.
Mario estudió en el Berliner Ensemble, es uno de los grandes conocedores del teatro de Brecht y conoció a Heiner Müller personalmente. En aquella época pensaba que era un actor tan intenso que solo podía "moverse" en el drama o la tragedia. Pero cuando dirigió La panadería de Bertolt Brecht descubrí también su manera de hacer humor. Algo aprendí mirándolo: a evitar las bufonadas, que me encantan, por demás, pero que pueden destruir el personaje. Él siempre tenía una preocupación más allá del actor, algo más abarcador que no sabría como poner en palabras.
¿Cómo fue tu experiencia trabajando con él en La Obra del Siglo?
Cuando supe que él haría de mi padre me sorprendí de no sentir una emoción desbordada. Fue algo más bien contenido, como cuando una saborea un triunfo después de una larga batalla donde determinada vivencia se ha acumulado. Lo que no quiere decir que no considere esa oportunidad como una bendición. Estoy muy orgulloso de haber sido parte de esa película. Es el tipo de película que me complace estar y sé que a Mario le sucedió lo mismo.
Muchas veces nos íbamos para una especie de bar cerca del motel a tomar whisky. El hombre es fan a tomar scotch y en el lugar enseguida lo reconocieron y nos trataban de maravilla. Recuerdo que un día el barman le pregunto: "Mario, ¿este es hijo tuyo?" Hizo una pausa característica en él y le respondió: "Sí, este es un hijo que me persigue hace 30 años".
No recuerdo haber hablado mucho con él de actuación, ni del personaje, de cualquier otra cosa sí. Tenía que estar bien atento porque a veces se le dificultaba un poco el caminar y en par de ocasiones perdió el equilibrio. Cualquiera se cae, pero verlo caerse para mí era doloroso. También es endiabladamente orgulloso y con la misma se paraba del piso estoicamente y seguía.
No tuvimos una gran cantidad de escenas juntos pero hubo una en donde el mal genio de su personaje llegó a molestarme de verdad y me avergonzó realmente. Fue en la escena donde le presento a mí novia. Llegue a pensar: Qué hijo de puta, por qué le hace eso a Damarys Gutiérrez, la actriz que interpretaba a la motorista.
Desde el principio y sin esfuerzo alguno estaba dispuesto, incluso, a desatender mi trabajo en alguna medida por cuidarlo. Deseaba que su trabajo fuera el mejor, como en efecto lo es. Me gusta la nobleza que también existe en esta profesión. Actuar es dar. Hice todo lo posible por darle lo mejor de mí en cada ensayo, en cada toma. Qué decirte, es un "monstruo".