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Cine

Gibara, un recuerdo en la mente de Armando Capó

El Premio Coral a Mejor Ópera Prima del Festival de Cine de La Habana trata de convertir un espacio irreal en una utopía: la Gibara del director en 1994.

Madrid
Fotograma de 'Agosto'.
Fotograma de 'Agosto'. Vistar magazine

Agosto, la película de Armando Capó galardonada con el Premio Coral a Mejor Ópera Prima en el 41 Festival de la Habana es un coming-of-age que nos acerca al despertar de Carlos, un adolescente de Gibara que, en cierta medida, también es el director de la cinta.

Si pienso en Capó, veo a un director diestro en el análisis y la observación, un cineasta capaz de detectar en los llanos irregularidades suficientes como para construir un drama. A Albert Serra no me lo creo, a Armando Capó sí.

Capó intenta convertir un espacio irreal —Cojimar— en una utopía —su Gibara del año 94—. Y dentro de esa ficción, que se extiende más allá del set, Capó se empeña en construir la Gibara que está en su mente, pero para el espectador riguroso es difícil creérsela del todo. Es como si el poder de la ficción no bastase, porque la Gibara que se nos presenta en la película fue destilada por las circunstancias.

Cojímar no lo hace mal, logra la ilusión de la sal en el aire, alcanza los estandares de comprensión para todo tipo de públicos. Pero para los que conocemos a Capó y hemos pisado su natal Gibara hay algo extraño que no se puede identificar del todo, pero que seguimos extrañando.

Armando Capó esperó pacientemente una jugada que demoró más de siete años en consolidar y durante todo ese tiempo imaginó una película en un escenario que, por decisiones de producción, tuvo que cambiarse a Cojímar.

Estos siete años imaginando un lugar que no fue, afectaron inevitablemente el resultado de la entrega de este realizador holguinero. Armando Capó enfrentó el reto de filmar este coming-of-age —también el suyo propio profesional— lejos del paisaje real de su adolescencia. La Gibara del año 94 se estandarizó cuando decidió filmar lejos de su entorno real, y en esa decisión quedaron fuera las costumbres de una comunidad, lo que hace más áspero y complejo cualquier viaje narrativo, lo que convierte al cine que ha venido haciendo Capó en mágico.

Sin embargo, para la producción encabezada por el dúo de Claudia Olivera y Marcela Esquivel Jiménez la Gibara de Armando Capó guionizada por Abel Arcos se podía reconstruir a 800 km de los escenarios reales en los que fue concebida esta historia. Un universo cinematográfico sin anclajes a una localidad determinada que deberá funcionar como un universo existente.

Temo que en ese ejercicio de reconstruir Gibara lejos de su casa hayan quedado fuera una parte importante del imaginario acumulado por Armando Capó con los años. Violentar ese imaginario y trasladarlo lejos de su génesis es un ejercicio de creación muy fuerte que Armando Capó aceptó como reto y del cual creo que no salió ileso.

Capó no es nuevo en el juego del cine. Estamos hablando del director de La marea, una película que era en sí cine de ficción y documental, una neblina en la que se fusionan dos géneros cinematográficos sin dejar rastro de las costuras, y algo así solo lo podría esculpir un cineasta ajedrecista o un Roberto Minervini.

Capó es un director que está muy pendiente del entramado de las relaciones entre sus personajes. Le da espacio a la madre y al padre, a la abuela, la novia, a los amigos, a un bodeguero que se lanza al mar, a la pérdida de más de una virginidad. Capó juega al cine como juega al ajedrez y se nota.

En Agosto las relaciones y los personajes son fichas que giran alrededor de Carlos, y es evidente que se van a mover en algún momento. En la narración de Capó se siente la inestabilidad de una partida de ajedrez. La confianza que Capó le tiene a Carlos se traduce en la mirada de su personaje —y en el resto de las miradas de su elenco—, las cuales fortalecen esa mirada en formación.

La confianza que emana Damián González en el papel de Carlos subraya la honestidad con la que Capó plasma todos esos acontecimientos que marcaron la vida de Carlos y quizás la suya aquel verano del 94. El protagonista vive la muerte de su abuela, la fuga de su primer amor, de su niñez. ¿Entonces qué nos queda cuando la sensación de la muerte y la emigración consiguen hacernos sentir lo mismo? A ese idea  nos permite llegar Agosto, una película de cine independiente cubano para todos los públicos en la que se esconde una gran partida de ajedrez.

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