En marzo del 2011 fui a Miami para la celebración-exposición de los 90 años del escultor Roberto Estopiñán (1921-2015). Aprovechando la confianza de una amistad de más de 35 años, dos días después del homenaje, me aparecí en su casa y le hice esta breve entrevista.
Conocí a Estopiñán (Estopa para sus amigos) en Nueva York, cuando yo tenía 16 años y militaba en la organización estudiantil Abdala, la cual era socialdemócrata y anticastrista. Estopa era una especie de consejero de la agrupación, y siempre hacia hincapié en mantener una posición de izquierda democrática, enfatizando los derechos humanos, la sociedad civil y el hecho que la revolución prometida en 1959 fue traicionada.
Mi militancia abdalista terminó en 1979, mientras que mi amistad con Estopa continuó y se profundizó con el pasar de los años, hasta su muerte. Obviamente compartíamos la pasión por las artes visuales, y en particular por el dibujo y la escultura, mucha literatura en común (Camus, Victor Serge, Orwell, la poesía), al igual que cine (Kurosawa, Peckinpaw, Scorsese) y música (Sibelius, Ellington, Ella Fitzgerald). Su espíritu democrático, su irreverencia y desprecio por las esferas del poder, fueron una gran y refrescante influencia en mí.
¿Unas cuantas preguntas?
Tú preguntas más que un agente de Seguridad del Estado...
Quiero tocar ciertos temas y anécdotas que me has contando a través de los años con cierto detalle. Nos conocimos e hicimos amigos cuando yo tenía 16 años y ha llovido bastante desde entonces.
Vamos a fumarnos dos Partagás. La conversación se vuelve más amena y no siento que me está interrogando un agente represivo.
Quisiera que me cuentes de tu maestro Juan José Sicre.
Yo llevaba como un año en la Academia cuando Sicre volvió de estar haciendo un monumento en algún país latinoamericano —no recuerdo cuál. En corto tiempo sentí que era un profesor a quien se le podían hacer preguntas, te hacia una demostración y te mostraba directamente la solución de un problema técnico. En la Academia muy pocos eran así: Rodríguez Morey, Romañach, y claro Menocal, eran ese tipo de maestros. El resto te trataba con cierto desprecio, y hacer una pregunta o plantear un problema técnico, eso no era aceptable. Ellos eran los maestros y uno era un eterno ignorante.
Sicre te tomaba en serio. Aparte de sus conocimientos técnicos, que eran profundos, era un tipo abierto. Le podías preguntar por las tendencias modernas dentro de la escultura y te sabía hablar de ellas y orientar.
Le gustaba mucho la escultura arcaica, los relieves de Donatello, Rodin y Bourdelle —que fue su maestro— y también los españoles Victorio Macho, Manolo Hugue y José de Creeft, con quien había estudiado talla directa en París.
¿Y la obra de Sicre al pasar el tiempo?
Fue un buen escultor y tiene grandes logros como su Martí de la Plaza Cívica, el monumento a Finlay, la Fuente de las Antillas. Creo que pudo haber hecho obras más sueltas, más libres como sus primeros retratos de los 20 y 30. El de su mujer, por ejemplo. Se casó con una mujer de sociedad y esto impuso una serie de cosas en su vida, como tener que ganar dinero para mantener un estilo de vida burgués y privilegiado. Fue un hombre generoso con sus estudiantes.
¿Alguna anécdota sobre Sicre?
Si no me equivoco, a finales de los 40 o principios de los 50 [el dictador dominicano] Trujillo lo mandó a buscar para que le hiciera un monumento a su madre. Sicre no quería ir, pero varias gentes lo presionaron a que fuera. Yo lo acompañé.
Fue una experiencia alucinante —el dictador con toda su camarilla de lameculos a su alrededor —, ese mundo sórdido tan típico en nuestra América Latina.
Nos llevaron a ver varios lugares donde se pondría el monumento, nos dejaron saber el tipo de monumento que "el Jefe" quería. Rápidamente Sicre fingió no sentirse bien y que teníamos que volver a Cuba. Uno de los asistentes de Trujillo nos dijo que antes de volver "el Jefe" quería invitarnos a una fiesta con todo tipo de muchachas. Yo, en plena juventud, pensé en que sería un bacanal inolvidable, pero Sicre dio las gracias y dijo que sería en la próxima visita, pues había que regresar a Cuba. Y claro, no hubo próxima visita.
Háblame de los escultores de tu generación.
Creo que en su totalidad los escultores de mi generación son comparables o hasta superiores a los pintores de mi generación. Te estoy hablando de gente nacida en la década de los 20. Hacer arte en Cuba era difícil, pero hacer escultura en Cuba era mucho más difícil todavía. No había público ni sensibilidad para ese medio.
Entre los críticos solo dos tenían genuino interés por la escultura: Guy Pérez Cisneros y Joaquín Texidor. Gómez Sicre seria primo de Sicre, pero no creo que entendía la escultura.
Creo que Eugenio Rodríguez fue un buen escultor. Sabía tallar, modelar y soldar. Su evolución del estilo mediterráneo que sale de Maillol hasta la abstracción que practicó poco antes de su muerte es rigurosa.
Núñez Booth era un expresionista nato y sus piezas en yeso directo son buenas.
Tardo tenía técnica, pero no tenía ideas.
Rolando Gutiérrez tenía talento, pero lo malgastó y murió infartado en Puerto Rico.
Las tallas de madera de Agustín Cárdenas hasta principios de los 70 son de primera. Después su obra se volvió fácil, decorativa. El mármol no era su materia.
Tomasito Oliva fue un buen escultor. Sus piezas soldadas son originales, con vitalidad espacial.
La escultura en Cuba siempre ha sido como una de las hermanastras feas de Cenicienta. Mucha atención a la pintura, aunque sean talentos mediocres, y a ignorar la escultura.
Bueno, ya que trajiste el tema de la pintura, ¿qué piensas de los pintores de tu generación?
De mi generación hay dos pintores de primera: Roberto Diago, que fue "suicidado" en España, y Rafael Soriano, que ha hecho una pintura extraordinaria en el exilio.
Diago fue un gran talento malogrado. Soriano fue un buen pintor geométrico en los 50, pero en el exilio se volvió un pintor comparable a Szyszlo o Rothko. Es decir, hay una cosa metafísica en su pintura como la del peruano y el estadounidense.
Agustín Fernández ha hecho una buena obra, aunque un poco repetitiva.
Guido Llinás es muy desigual.
Creo que Raúl Martínez es el mejor pintor abstracto expresionista dentro de los cuatro gatos que se llamaron Los Once.
Hay mucho globo inflado en nuestra cultura...
¿Y las generaciones de artistas anteriores?
Hay tres artistas claves: Carlos Enríquez, Fidelio Ponce y Amelia Peláez. Me sirvieron de ejemplo de la siguiente manera: para hacer arte en Cuba tenías que ir a contrapelo de la sociedad, pues no habían fuentes de apoyo y, por otra parte yo no quería ser un artista enajenado como Ponce o borracho como Enríquez o aislado como Amelia. Frente a la situación frustrante del país había que cambiar la sociedad. Por eso estuve metido en el activismo político desde joven.
Bueno, hablame de tu activismo político.
Comencé en la Juventud Auténtica. Sí, es verdad que había corrupción en los gobiernos de Grau y Prío, pero también fueron los más democráticos, los que más ayudaron a la clase obrera. Eran liberales de izquierda, el país estaba progresando. El golpe de Estado de Batista acabó con todo eso. Yo me radicalicé después del golpe. Es decir, evolucioné hacia la socialdemocracia. Fui miembro del Directorio Revolucionario. Aunque fui amigo de Carlos Franqui, siempre sospeché de la gente del 26 de Julio. Hice revolución, fui parte del servicio exterior del nuevo Gobierno. Viajé por el mundo comunista, vi el futuro y era una pesadilla. Me asilé en 1961. Y el resto es exilio.
Volviendo a la pintura, ¿y Lam?
Siempre me llevé bien con él. La última vez que lo vi fue en Francia en 1979. Estaba encabronado con Cuba, que no lo dejaba sacar una serie de cuadros del país. Sus telas del 40 al 60 son buenas, después se repitió constantemente.
Pero siguió siendo un buen grabador.
Estoy de acuerdo. Tenía una línea elegante, muy limpia y precisa. Acuérdate de que, a pesar de la mediocridad dentro de la Academia, Lam terminó sus estudios en la escuela y después se fue para Europa. Tenía oficio.
¿Cuál es la responsabilidad del artista?
Primero y ante todo, con su obra. Aprender el oficio, cumplir con el aprendizaje, encontrar tu estilo, desarrollarlo y cambiarlo con el tiempo. No repetirte. El artista no puede refugiarse en una torre de marfil. Uno debe de ser de su época, de su tiempo. Estar comprometido con la justicia, con la democracia. Si esto implica cárcel o exilio, pues que así sea. Por eso es bueno leer y saber mucha poesía de memoria: es una buena compañera en la cárcel y en el exilio.
Háblame de tu formación intelectual.
Entre los pintores y escultores había muy pocos lectores. Raúl Milián era una excepción. Roberto Diago, Núñez Booth y yo éramos otra. Leíamos poesía en español y traducida del francés, del italiano. Yo leí y releo los clásicos: Dante y Bocaccio, Quevedo. Unamuno por su mal genio e integridad. Siempre a Martí. Pero sin duda toda una serie de pensadores y escritores afectaron mi visión del mundo y del arte. Camus y Orwell, que son claros y éticos y humanos. Hay que saber decir no al poder. Simone Weil con su síntesis del mundo grecorromano y el cristianismo católico. Rosa Luxemburgo y Víctor Serge, que son marxistas herejes, críticos, anti-Moscú. Un libro de Arthur Koestler titulado El acto de creación me afectó muchísimo. Los ensayos sobre arte de Sartre, aunque el tipo era despreciable como hombre. En el exilio, al principio leí mucho a Thomas Merton.
Buscabas respuestas...
Las sigo buscando. Esa es la respuesta, que sigues buscando las respuestas. Los pensadores socialdemócratas me influyeron también. Buscar una posición tercerista. No ser un títere del régimen de La Habana, y tampoco de Washington.
¿Qué le sucedió a tu obra al llegar al exilio?
A finales de los 50 mi obra estaba explorando la soldadura y formas que tendían hacia la abstracción. Julio González era una influencia constante en esa época. Lo que yo exploraba era la línea como forma. En el exilio todo cambió. Sentí un gran vacío. Por lo que había luchado toda mi vida, por una Cuba democrática, todo eso había sido traicionado. El arte románico y la escultura de Ernst Barlach fueron fuentes para mí.
Empecé a soldar crucifixiones y calvarios. Volví a la talla en madera y ya en el 63, por ahí, el trabajo se volvió más expresionista, deje atrás las exploraciones formales. Si no hacía estos trabajos —los presos, los guerreros caídos— iba a explotar. Te puedo decir que influenciado por Henry Moore y Zadkine en los 50 me identifiqué con un formalismo humanista. Después del trauma del exilio, ese formalismo me parecía hueco. Tenía que volver a la figura, por necesidad existencial, espiritual, política, debido a mi exilio. La obra de Marino Marini me sirvió mucho aquí también.
Pero tu series de presos políticos te agotó también.
Ya a finales de los 60 vino otro cambio. La naturaleza ofreció otra visión, de un renacer. La obra entró en un periodo orgánico. Después salieron los torsos.
¿Como ves la escultura actual?
No tengo suficientemente conocimiento para opinar... Gay García, que es un poquito más joven que yo, es un buen escultor. El escultor que murió en México, que esculpió una figura de Martí como un santo colonial...
Sí, ese mismo. De entre los jóvenes, Florencio Gelabert hijo y Mario Almaguer son muy talentosos. No me gustan Serra ni Di Suvero. El gran escultor actual para mi es Mel Edwards, sus soldaduras monumentales y las piezas esas de linchamientos.
Los Lynch Fragments.
Sí, además Edwards es un tipo de primera como ser humano.
¿De los artistas latinos en EEUU?
Quizás esto te sorprenda, pero siempre me ha gustado mucho la escultura de fiberglass de Luis Jiménez. Aparte, es un dibujante fuerte y hace muy buenas litografías. Juan Sánchez, cuya persona y obra conocí por ti, es un hombre de primera y un pintor de peso completo. Nadie como él capta en su pintura lo que somos, es decir indios y negros y españoles. Sus colores, sus composiciones, son bellos. Sus pinturas emanan lo que los altares emanan, sean estos caseros o en grandes catedrales.
Bueno, yo creo que ya te he jodido bastante con las preguntas.
Sí, vamos a salir a comer algo, tomarnos un cafecito. Visitar la galería de Cernuda. ¿Está bueno el Partagás, verdad?
Buenísimo. Estopa, a ti te debo haber leído una gran cantidad de autores críticos, como Luxemburgo, Simone Weil, Serge, Koestler, todos librepensantes, y haber fumado muy buenos tabacos.
¡Ja! Herejes y humo.
¿Algo sobre tu exilio?
El exilio cubano lamentablemente ha sido manipulado desde el principio, sea por Washington o La Habana. Somos extremistas: o rígidos o dialogueros. No hemos sabido seguir el mejor ejemplo de exilio del siglo XX, que es el de los republicanos españoles. No volver hasta que muera el tirano. No volver hasta que comienza la democracia, ausente en la Isla desde marzo del 1952. Quisiera ver mi Monumento al Preso Político Desconocido realizado en alguna plaza o parque de Miami o de La Habana. Y aclaro que es un monumento para todos los presos políticos, no solo los cubanos.