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Raros de Agosto

Enrique Gómez-Correa o la luminosidad del secreto

Pasados tres meses en librerías, retiraba los ejemplares de sus libros para que más adelante hubiera que encontrarlos con linterna. Octavio Paz lo consideró el más grande surrealista latinoamericano.

Boston

Vuelta hacia lo desconocido por venir, refractaria a compromisos político-ideológicos, transida de misterio, no se contamina la poesía de vana vida socioliteraria e intereses espúreos, evitando así lo que Camus primero, y luego Ítalo Calvino en una de sus Seis propuestas para el próximo milenio, definieron como la peste que invade el pensamiento y el lenguaje. De eso estaba convencido plenamente Enrique Gómez-Correa (Talca, Chile, 1915 - Santiago de Chile, 1995) quien huyó de esa peste ya endémica en estos tiempos, distanciándose siempre de Neruda, cuyos acólitos irrumpieron en la sala para ahuyentar a los asistentes a dos lecturas que dio el Grupo Mandrágora en Santiago. 

"Hay que ser absolutamente luminosos", escribió quien Octavio Paz considerara el más grande surrealista latinoamericano. Juicio que comparto, habiendo tenido el privilegio de conocer personalmente al poeta principal de la Mandrágora chilena de cuyas manos recibí en Virginia, cerca de Washington, la mayor parte de sus poemarios, de otro modo inencontrables.

Conversando varias veces con él y luego leyendo sus poemas con calma —más que oyéndolo decir algunos en casa o en la Biblioteca del Congreso estadounidense, adonde lo llevé a grabarlos— me di cuenta, en mayo de 1977, de estar ante un verdadero poeta: amante incondicional de la poesía, de la libertad y apertura de espíritu en que florece, y de la incalculable generosidad que la propicia.

Estuvo en contacto con André Breton, pero cultivó particularmente la amistad creadora con pintores como René Magritte. Y mucho después con el grecoegipcio Mayo. De su correspondencia con el pintor surrealista belga surgió un bellísimo libro en que el poeta recoge los poemas que iba escribiendo para dar voz a cada uno de los cuadros cuyas reproducciones el pintor le mandaba a Santiago. Con el poemario publicado, El espectro de René Magritte (1948), voló a París yse apareció luego a visitarlo: "Correspondencia mágica entre el poeta y el pintor", me escribió en la dedicatoria del bello volumen en que ahora vuelvo a contemplar los doce cuadros que dieron pie a versos como estos que corresponden a La vida feliz:


                       ...Ahora la nube se transmuta en el árbol
                       En cuyas ramas ella sostiene una prolongada siesta
                       La hoja denuncia sus deseos obscenos
                       Pero ella prefiere dormir
                       Dormir en mis brazos
                       A sabiendas de los temblores
                       De la metamorfosis
                       Del río que puede ser fruto o gusano de seda

 

Los surrealistas valoraban el legado de Vicente Huidobro, quien en una ocasión se les acercó creyendo poder pasar alguna prueba y ser aceptado en el círculo mágico. Pero para detallar esa anécdota no hay tiempo en estas páginas. La mayor radicalidad respecto al padre vanguardista salta a la vista en el texto más programático del libro de Gómez-Correa, En pleno día (1949), "Mandrágora, arte poética": invitación a vivir cercano al misterio, como bailando sin dar pie en esa dimensión de sueño en que el labio es más veloz que la luz:

 

                       Al toque del relámpago
                       Sacad a pasear vuestro espíritu
                       Hacia los acantilados del mundo exterior
                       Tomad la primera palabra que salte sobre el labio
                       Y lanzáos con ella al infinito...

                       Que el hombre se busque en su obscuridad
                       Que viva en sus mitos
                       Que dé rienda suelta a su locura

 

Cabe mencionar el ensayo que defendió nuestro poeta al graduarse de abogado: Sociología de la locura (Aire Libre, 1940).¿No es el mundo una invención de poetas? ¿No es el poeta una invención de la palabra? Y como "la palabra es el perfil del sueño", nos propone vivir en ese "juego de peligros" que es tratar de hacer presente lo inefable, que siempre se nos escapa y solo "por un golpe de azar reconocemos".

En Las tres y media etapas del vacío (1952) dice que el poeta es un liberador de lo desconocido, pero no solo para él sino para todos y todo. No basta entonces hablar con las estrellas y "Comprender el lenguaje de las plantas/ De las piedras en donde se esconden los ángeles". No basta que el hombre recupere para sí el mundo perdido y olvidado que los sueños compactan. Se precisa que todos ellos "Sientan el goce de la mano que les despierta.../ Que se cante en sus oídos la más encantadora de las canciones/ Como aquella de la luz que se petrifica/ Eso es la alegría que se encuentra a sí misma".

Con los libros de lujo tamaño folio contrasta la minimez (cabe en la palma de mi mano) del ensayo en que desarrolla su interés por el hermetismo y en particular por La idea de Dios y las vocales (1954), resaltando su carácter sagrado desde el tiempo de los egipcios y pasando por un acróstico teatral de Calderón de la Barca, hasta el soneto de Rimbaud. Prodigio de concisión rico en sugerencias es este librito con grabado en portada y capitulares de Holbein el Joven, donde ahora releo que cuando Dios abre los labios "a través de la sonrisa, como primer acto creador, una sonoridad de vocales salta fundiéndose con el sonido de los Siete Astros". 

Las ediciones de todos sus poemarios, publicados con el sello de la Mandrágora, eran apenas de 350 ajemplares (500 a lo sumo) numerados y firmados por el autor: nacían con vocación de incunables. Lo importante era para él dejar constancia de sus sueños, o mejor de la luz de ellos con que iluminaba lo real y en particular los puentes que conectaban la vigilia con el sueño, sus propios ojos con los ojos amados, en suma: hacer de ausencia presencia. Explosión no violenta, la creación (Poesía explosiva, 1935-1973 se titula la antología de su obra prologada por Stefan Baciu que me dio al partir): erupción o feliz desgarradura del dar a luz otra vida más plena, hasta entonces latente, súbitamente concedida a los otros, al país de los ojos y manos que la acogen, por exiguo o mínimo que sea, infinito.

A los trece años había vivido la violencia telúrica en Talca, la tierra del relámpago, pero si bien fue marcado por ella supo transfigurarla en la imaginación poética que lejos de dar muerte como terremotos y revoluciones, expande la realidad, la lucidez, la vida. Diez años después, el 12 de julio de 1938, se presentó en Talca la primera revista del grupo surrealista Madrágora, al que al principio estuvo vinculado Gonzalo Rojas. Estaban allí Braulio Arenas y Teófilo Cid. El benjamín sería Jorge Cáceres, muerto suicida en 1949 a los 26 años, de quien oí hablar a Gómez-Correa con afecto y admiración en una crepería de Georgetown, y cuyos Textos inéditos (1979) me enviaría dos años después recién editados por él mismo. Evocaba las caminatas juntos por el París de la posguerra, el embriagador entusiasmo compartido por la nueva forma de belleza que representaba el surrealismo.

El mismo entusiasmo delirante que explica su presencia en Washington aquella primavera. A Santiago había llegado mi primer poemario, Pan de sol, y en un artículo sobre las nuevas voces de la poesía hispanoamericana ("En el archipiélago de los poetas") lo mencionaba Braulio Arenas. Por su parte, Ludwig Zeller había invitado a Gómez-Correa a presentar un poemario suyo en el estado de Washington, y este, confundido por la ausencia del D.C. en el sello de las Ediciones Solar, partió con un paquete de libros para mí creyendo que allí me encontraría. Huelga decir que no estaba dispuesto a regresar a Chile sin cumplir su cometido: ponerlos en mis manos.

Alejado Teófilo Cid del grupo desde 1948, fue quedando solo el autor de El calor animal (1968-1969) en la fidelidad que su sensibilidad interior le pedía y sustentaba irremediablemente, a pesar de todo. Fruto de madurez rejuvenecida es este "poema alquímico" (así lo describe en la dedicatoria) en 99 partes que reafirman, a 30 años del exordio, su visión, y haciéndolo con la apreciable variedad de registros que solo una experiencia asumida e integrada a una sólida coherencia interna consienten, como en el XXXIV: "Estaba tan furiosamente invisible/ Que tomó una pluma con tinta invisible/ Y escribió sobre una hoja invisible/ Un poema invisible// Al terminarlo/ Rompió en mil pedazos el papel invisible//Pero su mujer reclamó por los destrozos".

Hermoso poemario que quisiera citar profusamente, aunque  me limitaré poco más que a la primera mitad del XXXVI:

 

                       Blanco en el corazón
                       y las manos en la frente del niño
                       Para perder la muerte y entrar a la vida
                       Olvídate de lo que eres y serás

                       La primera flor en el astro más alejado
                       El primer beso al caer en el precipicio del comienzo
                       Bien seguro el silencio tiene ya otra forma...

 

El poeta a veces accede al misterio, pero sale de él como un mendigo al que la eternidad le abre los brazos, dejando siempre la estatua de su mano extendida, a merced de los vientos que azotan su rostro. Pero no hay que desfallecer, como dice el final del XLIII: "Que llames sin esperar ser oído/ Solo por dar rienda suelta a tu angustia/ Para eso ave de otra pluma/ Desnuda tu corazón frente al mar".

Luis Enrique (su nombre de pila) Gómez-Correa, que había sido diplomático de su país —en Siria, Líbano, Yugoeslavia, Suecia y Guatemala— desde 1963 hasta renunciar por el golpe en 1973, continuó siempre viviendo en la poesía, creándola, aun durante los 12 últimos años de vida, sembrado en la cama por la parálisis que el cáncer de columna vertebral le produjo.

En sus envíos de entonces, así como en una tarjeta de Año Nuevo firmada por él y su esposa Wally, con quien tuvo cuatro hijos, el trazo de la letra era tembloroso. Pero su espíritu indagador seguía incólume como evidencia "Lo inexpresable":


                       Un solo golpe al alma
                       y esta cae en un sueño
                       Del que no se sale jamás...
                       ¿Qué hacer con la selva
                       Y el fantasma que eres tú
                       Cuando crees despertar de tu sueño
                       Y después caes en otro y otro y otro?

 

El poemario se titula Frágil memoria (Ed. Universitaria, 1985). Los hallazgos de otro del mismo año que perdí por haberlo prestado, La pareja real, estababan ya en germen cuatro décadas antes.  En La noche al desnudo (1945) el poeta nos dice que la poesía lleva al conocimiento de esa trama sensible que entreteje lo real más allá del tiempo-espacio, más allá de la vida y la muerte, a los valores ciertos de la luz en lo eterno: "El alma es la nebulosa que circunda el cuerpo/ Un día se dispone liberarse/ Y parte hacia la nebulosa única".

Para Gómez-Correa la vía del amor, la poesía en libertad  y la amistad creadora era a todas luces una suerte de noche oscura o vía unitiva por caminos insólitos y medios armónicos (no manipulables) que, transitada con  obstinada intensidad y pureza, le permitió intuir: "Recuérdalo bien/ Tanta angustia tanta alma tanto corazón tanta lágrima/ Para hacernos definitivamente inteligibles".
 

En 1987 se constelaron El nombre de pila o el anillo de la Mandrágora, La mano enguantada, El árbol del pensamiento...: "Sus ojos al otro lado de lo desconocido/ Brillan con el fulgor de una mano desprendida del cuerpo...//El nombre se adhiere al ser/ Y lo trastorna desde la infancia/ Le da la voz, el ritmo de la sangre, el grito que extingue la respiración". Y un día llega la muerte e impide continuar el baile que antes se danzaba con tanta embriaguez. Llega ciertamente cuando ya se han perdido todas las esperanzas. Y uno se adentra bien hondo en el sueño y "en su tanda corrida de símbolos".

Un raro, sin dudas, de los que merecen mayor reconocimiento y difusión: prefirió que su poesía quedara escondida antes que ponerla al servicio de causas extraliterarias favorecidas por muchos editores. Un raro de los que hasta 2012 en que apenas se ha comenzado a reimprimir algo de su poesía inicial —la retiraba de las librerías luego de tres meses, para que hubiera que encontrarla con linterna en adelante— pocos conocían el excelente fruto de su visión y genuina entrega a la palabra creadora: "pájaro azul de la soledad".

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