En la época tardía del Imperio Romano, y luego en el Medioevo, se utilizó La Eneida de Publio Virgilio Marón como libro de respuestas para el destino. La historia del héroe Eneas era consultada como puede ser consultado el I Ching u otro texto oracular: allí donde el dedo o el ojo se posara por azar aparecía la contestación a la pregunta. "Sors Vergiliana", se llamó a esa manera aprensiva de leer un poema.
A propósito del centenario del Virgilio cubano, DIARIO DE CUBA ha pedido a un puñado de lectores que elijan su texto favorito de Piñera. Un procedimiento que, en traducción macarrónica del latín, podría llamarse "Suerte de Virgilio".
Jesús Jambrina elige el poema 'Un duque de Alba' (del libro 'Una broma colosal')
Piñera es pródigo en personajes y situaciones memorables. Personajes forcejeando ansiosamente con la realidad y situaciones límites de las que los lectores salimos iluminados, tanto que a veces le cogemos miedo a la lectura. No hay medias tintas con el autor: la radicalidad de su mirada obliga a tomar posiciones y reconocernos en medio del infierno que somos para nosotros mismos y para nuestros semejantes.
Hay muchos personajes y situaciones piñerianos que serían para recordar, lo mismo en el teatro —¿quién olvida su Electra Garrigó, o la Luz Marina de Aire Frío?— que en la narración —René, o el Sebastián de Pequeñas Maniobras. Casi pudiera decirse que Piñera buscaba impactar al lector con la construcción de personajes poco comunes. En eso precisamente descansa la teatralidad de su escritura. Sin embargo, pienso que es en su poesía donde este tumulto de personajes y situaciones adquiere una dimensión más brillante: Flora, María Viván, Rosa Cagí, Lady Dadiva, Fuminaro Konoye, e incluso figuras históricas como José Jacinto Milanés, Julián del Casal, sin sumar las referencias clásicas: las Furias, Cadmo, Newton.
Hay poemas completos en los que la presencia abigarrada de personajes agrega capas al significado. "En el jardín", por ejemplo, desfilan María Antonieta, Danton, Robespierre, Nerval, Zenea, Casal, Martí, Hegel, Marx y Henry James. Todos ocupando el sueño del hablante, posiblemente el alter ego del poeta. En "La gran puta", Piñera nos presenta una pasarela de travestis bajo una escenografía de cantantes populares y políticos republicanos, siempre en busca de la mayor satisfacción. Veo en esa vocación colectiva de Piñera un compromiso con el diálogo estético, pero también con el debate cultural e histórico. Leer al autor de La isla en peso es salir a la calle, en particular a una calle cubana, habanera para más detalles, en la que confluyen lo que Lezama llamó las eras imaginarias, a las que Piñera agrega las altas temperaturas del Caribe.
Pero si tengo que escoger un texto, elijo un poema escrito en lo que puede ser considerada la recta final de su obra, entre 1971 y 1979, año de su fallecimiento. Me refiero a "Un duque de Alba" (1972), dedicado a Lezama. ¿Por qué un poema o un texto literario nos resulta memorable? Como he mencionado antes, la escritura de Piñera muchas veces impacta por su relato in extremis y por su deliberada celebración de la diferencia en todas sus formas y colores. No empecé teniendo una relación placentera con la escritura de Piñera, tuve que aprender a leerlo, a indagar en sus claves y hacerme de un criterio con respecto a ellas. En el plano literal, "Un duque de Alba" enseña los rigores de la persistencia y la tozudez, dos cualidades usualmente asociadas con el carácter español. También la independencia, el honor y la lucha contra las contingencias.
Todavía hoy la Casa de Alba sorprende en las noticias diarias con las excentricidades de doña Cayetana, la duquesa mimada de la prensa ibérica, un símbolo de lo mejor y lo peor de la hispanidad en el siglo XXI, y al que no podemos más que agradecer la nobleza irreverente que la señora practica. El poema de Piñera subraya el misticismo de entregarse a una causa, personal o pública, lo cual otorga identidad a su protagonista, incluso cuando esa idea o causa prueba su ineficacia inmediata. Pero este es un texto que igualmente refiere a la experiencia de la generación de la revista Orígenes, de la que el propio Piñera era parte divergente, y por extensión un texto además sobre las relaciones de la revolución cubana con la intelectualidad del momento. Es en estas dos últimas dimensiones que este poema se me hace memorable.
Las relaciones entre Piñera y Lezama nunca fueron placenteras. Tampoco con los miembros del grupo Orígenes. No obstante, en el plano literario unos y otros se brindaban la debida atención y se profesaban reconocimientos. El nivel ético reinaba entre estos escritores comprometidos a fondo con el derribo y construcción de "algunos templos" ("Bueno, digamos", 1972) y con la edificación de una cultura trascendente para el país. Los debates de Piñera con Lezama, y especialmente con Cintio Vitier, partían de desacuerdos fundamentados en interpretaciones de la cultura nacional y sus modos estéticos. Podemos explorar esos debates hoy y descubrir o especular sobre sus consecuencias personales, pero lo cierto es que su contenido estaba orientado hacia la sobrevivencia y desarrollo de una cultura nacional que, a los ojos de los participantes, se encontraba amenazada por la serialización de una modernidad periférica.
Entre 1972 y 1979, Piñera dedicó tres poemas a Lezama y uno a María Luisa Bautista, esposa del autor de Paradiso. En todos esos textos se repasa con nostalgia los hechos de un tiempo devenido clásico y subyace, sarcásticamente, una queja histórica, no por los mundos esotéricos y antiguos de la ensayística lezamiana, sino por los años más recientes en los que ambos escritores podían polemizar abiertamente sin que sus palabras fueran sospechosas de traición a la patria. Si en los años cuarenta, Lezama apelaba a las culturas clásicas para aludir a la necesidad de fundar una cultura duradera en la Isla, en los 70 Piñera alude a los años 40 como el momento "antiguo" al que debía mirarse para resistir el totalitarismo de la cultura oficial. Piñera reconstruye los usos de la memoria origenista para exponer los recortes de la utopía revolucionaria y salvar el impulso crítico de la experiencia democrática de los años cuarenta.
El duque de Alba viaja entonces a la Cuba de los 70, en medio del (mal) llamado Quinquenio Gris, para recordarnos que los perfumes de la Amada, aunque mezclados con el aire mefítico, son preferibles a las tecnologías dictatoriales que solo permiten tomar pastillas y callar. El poema de Piñera se me hace memorable porque penetra la realidad histórica allí donde el momento político no puede llegar. Los decretos oficiales podían controlar los espacios públicos y las instituciones, pero no la imaginación poética y muchos menos la resistencia ética de un escritor dispuesto a, como el duque de Alba, enriquecerse con su propia idea, aunque su cuerpo se desgastase en medio de "la mugre de sus detritus y la lepra de su amor desdichado".
Jorge Enrique Lage elige el relato 'El viaje' (del libro 'Cuentos fríos')
El protagonista de este relato ha decidido viajar sin descanso en un cochecito de niños. Este vehículo supone un extraño despliegue: "he apostado en una carretera, que tiene mil kilómetros, a mil niñeras [...] Cada una de estas niñeras, no vestidas de niñeras sino de choferes, empuja el cochecito a una velocidad moderada. Cuando se cumplen sus mil metros, entrega el coche a la niñera apostada en los próximos mil metros, me saluda con respeto y se aleja".
Para mí es prácticamente imposible releer "El viaje" sin pensar que este excéntrico viajero es el propio Virgilio Piñera. Un autorretrato en movimiento.
Varias imágenes presiden el sitio que ocupa Piñera en el canon cubano de hoy. En una de ellas el escritor, acorralado en la Biblioteca Nacional, confiesa que tiene miedo. En otra, su escuálido cuerpo metamorfoseado en isla resiste el embate del agua por todas partes.
Yo me quedo con ésta: Virgilio, como el Filifor de Gombrowicz, forrado de niño, montando su inmadurez en un cochecito (en una monstruosa cadena de relevos). Una suerte de performer de la payasada y el ridículo, o cómo convertir cualquier cosa —un viaje provinciano por carretera— en un espectáculo de perversión.
"He tenido que escuchar toda clase de comentarios", dice. "Pero ahora […] ya no se ocupan de mí; he acabado por ser, como el sol para los salvajes, un fenómeno natural..."
Sin embargo, al sol todavía no sabemos mirarlo de frente. Sospecho que hay aquí un Piñera —acaso el más indestructible— al que nunca podremos acercarnos, con el que difícilmente podríamos cruzar palabras, un saludo de respeto. Porque para hacerlo tendríamos que dejar de ser lectores y escritores y convertirnos en niñeras vestidas de choferes, o viceversa. Seres horrorosos sin ninguna duda.
Rosa Ileana Boudet elige la pieza teatral 'De lo ridículo a lo sublime no hay más que un paso o Las escapatorias de Laura y Oscar'
Mientras para los que vimos Aire frío en el 62, Luz Marina es Verónica Lynn y Oscar, Julio Matas (con todo respeto para sus muchos otros intérpretes), cuando una obra no se ha estrenado y ha ofrecido esa especie de resistencia o respeto a intervenirla, zarandearla y manipularla —que llegó después para bien y para mal con el redescubrimiento y el auge virgiliano— si tengo que escoger una sola, sería De lo ridículo a lo sublime no hay más que un paso o Las escapatorias de Laura y Oscar (1973), incluida en su hasta hoy Teatro completo, porque al no identificar el rostro de los personajes, la imagino y hago mi puesta en escena.
Escrita en 1973, ( otros deben tener más referencias de su proceso de escritura), y publicada en Primer Acto en 1988 (Rine Leal les adelantó el texto que aparecería 14 años después) es sobrecogedor que a la edad en la que muchos autores se atrincheran en su zona de seguridad y no se aventuran fuera de lo conseguido, Piñera se proponga algo muy diferente: hacer una pieza en verso, calderoniana, barroca y desmesurada. Desmitifica la idea del viaje (presente en uno de sus "inconclusos"). Con mucha imaginación, hay algo de su periplo en el "Reina del Pacífico" del 58 —relatado en carta a Rodríguez Feo—, donde las damas a bordo realizan concursos de vómitos.
Virgilio Piñera la consideró, con Edgar Allan Poe, un "drama de locos". En Una caja de zapatos vacía, Berta dice: "Si está loco puede hacer algo. El único modo de hacer las cosas en grande es enloqueciendo". El destino de Oscar no será enloquecer sino como Orestes en Electra Garrigó, partir, escapar de la mano de Laura —real o soñada— como a Buenos Aires salió otro Oscar en Aire frío. Siempre existe una Electra-Luz Marina-Laura que prepara la partida, solo que en Las escapatorias... el ciclo se clausura: "no hay salida posible; lo hemos perdido todo; solo nos queda el juego del gato y del ratón".
Escrita en verso y dividida en jornadas, continúa la preocupación de su autor por los ejercicios de respiración, en angustiosos alaridos, escenotecnia plural y voluptuosa, calderoniano gran teatro del mundo. En el escenario, poblado de sillas y maletas, el padre de Oscar lleva un ano artificial plateado y Coralia, en su seno izquierdo, un monograma con la letra C, de cáncer o cangrejo, como padecía La Mujer del cuento El álbum.
En la primera jornada Oscar se dispone a traspasar el umbral para encontrar lo nuevo. "Cuando den un paso dejarán atrás […] la cara de lechuza de la madre de Silvia,/ la nariz de Pinocho del padre de Mercedes/ la belleza insolente y voraz de Coralia/ el ano artificial del tío de tu padre,/ la baba permanente del idiota de enfrente,/ el mal parkinsoniano de mi primo Rodolfo/ la ablación inminente del seno de Pilar/ la epilepsia morada de tu tío Manolo,/ y la eterna cojera de Fermín el filósofo."
En la segunda jornada, en un anfiteatro, desnudos, esperan el avión de las ocho. Pero Laura desiste ya que "la única salida es hacia otra ratonera". El viaje o la huida ocurre en un ambiente de sueños, como oníricos son los atributos de los personajes y las alusiones al decorado. La muerte es una presencia insistente como Coltrane.
Los viajeros esperan a los que regresan: la madre, confiada en las aguas de Carlsbad para una curación; Manolo parte "para morir un poco", Coralia, a un fashion show, Rodolfo, a Calcuta para remediar su Parkinson. Y aunque la esperanza se ha cifrado en el viaje, los personajes se fugaron pero dejaron sus maletas: "eran puras ficciones de un mundo enloquecido", y en la quinta jornada, Laura y Oscar naufragaron y dialogan sobre una balsa "en un mar de utilería". La imagen de la balsa en medio del mar ficticio y acartonado es muy poderosa, y tal vez hay que pensar en la danza que tantas obras osadas ha hecho con Piñera.