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Salud

'A golpe de billete, así salvé a mi nieta de morir de dengue en La Habana'

Una residente en la capital cuenta a DIARIO DE CUBA la odisea que viven muchos cubanos en el sistema sanitario de la Isla.

La Habana
Frente del Hospital Carlos J. Finlay, de La Habana.
Frente del Hospital Carlos J. Finlay, de La Habana. DIARIO DE CUBA

Carmen se alarmó cuando vio que, además de la fiebre, el malestar general y la falta de apetito, entre otros síntomas propios del dengue, su nieta de 18 años comenzó a sangrar vía vaginal después de tres días de estar enferma.

La temperatura de la muchacha se había mantenido sobre los 38 grados pese a tomar paracetamol y su estado decaído comenzaba a preocupar más de la cuenta. Así que encaró a su hija y la convenció de que era hora de dejar de esperar e ir corriendo al hospital.

"Tú sabes que aquí la gente espera hasta última hora para meterse en un policlínico, allí no tienen con qué resolverte nada. Así que arrancamos con Emily para el Hospital Militar, donde trabaja una amiga que estaba de guardia ese día", me cuenta con el rostro de quien comienza a relatar una odisea.

En Marianao las personas suelen irse al cuerpo de guardia del Hospital Carlos J. Finlay, conocido popularmente como Militar, y esperar que les toque el turno en la cola. Pero la doctora amiga de Carmen agilizó las cosas y los análisis de sangre confirmaron las sospechas: todo indicaba que Emily tenía dengue hemorrágico. Así que debía ser ingresada.

"Pero en el Militar no ingresan pacientes con dengue: tienes que irte sí o sí a la Covadonga", me dice Carmen. "¿Te imaginas tener que espera por una ambulancia con la niña cada vez peor?"

Del Militar al Cerro, donde está el Hospital Salvador Allende, o Covadonga, hay un buen tramo, y los cubanos saben que una ambulancia, a menudo el medio que decide entre la vida o la muerte de un enfermo complicado, puede demorar lo impensable. Los vehículos en servicio son pocos, según las propias autoridades, y no dan abasto. 

"Pero una amiguita del Militar me dijo que ella conocía a un ambulanciero y que podía llamarlo a ver si le resolvía con Emily. 'Tú le tiras un salve', me dijo", relata Carmen sin ningún alivio.

Pese a todo, el ambulanciero respondió, llegó al Militar y cargó con Emily y su madre para la Covadonga. "Mi hija le dio 1.500 pesos", me susurra Carmen, con un gesto de quien no puede proclamar victoria.

"Pero eso no acaba ahí. Cuando llegaron a la Covadonga, las pusieron a esperar otra vez para hacerles el ingreso. Tres horas y nada: que si no había camas, que si tenían que esperar...", veo desfallecer a Carmen, que me deja ver el cansancio de esas horas pasadas como algo todavía vivo.

"Al rato, un enfermero vino a ver a Emily y a repetir que el hospital estaba muy complicado, que los casos de dengue eran muchos, que nadie se imagina lo que se trabaja allí... Mi hija no le dio mucha vuelta y le dijo: 'chico, ayúdame y yo te ayudo, que mira la niña cómo está'. 'Deja ver qué puedo hacer por ti', le respondió".

Al rato llegó el ingreso de Emily, en una cama de uno de los pabellones para enfermos con dengue del hospital. El enfermero las acompañó y estuvo al tanto de que se acomodaran.

"Menos mal que yo había cargado con ropa de cama previendo que la iban a ingresar, porque buscar una sábana iba a ser otro problema", me dice Carmen, ya con el rostro menos contraído. "Mi hija salió al pasillo con el enfermero y en una esquina le pasó 1.000 pesos".

Emily mejoró con el paso de los días. No enumero los gastos que agregó a la familia el ingreso de la muchacha: comprar otros medicamentos "por la izquierda"; meriendas para algún que otro médico; alimentos para la enferma, que con la mejoría volvió a tener apetito y aborreció el "sancocho" del hospital; el transporte desde Marianao hasta el Cerro para los familiares que se turnaban durante las visitas...

"Mijo, hay que tener una alcancía lista si te enfermas. Y también suerte, porque ni te quiero contar los desastres que oyes en esos hospitales. Allí había una familia de Guanabacoa con un viejito al que dejaron casi morir... si no es porque la hija montó un titingó...", y empieza a contarme otra historia, acaso más triste y turbulenta que la suya propia.

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5 comentarios

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Que viva mi bandera viva la robolucion, en el cira Garcia hay de todo como en boticas, vayan para allá en masas y si no los atienden acábenles con todos .

Ya saben,"salud para todos"....ejem, los que tengan billetes,va bien esa revolución hacia el abismo.

Esto parece una historia de una pelicula de terror, le ronca tres pares!!

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En realidad, aún pagando los servicios de salud en el campo de concentración antillano, los pacientes solo accederían a una atención ligeramente menos miserable que los esclavos.

que mierda todo