El próximo domingo 25 de septiembre tendrá lugar el referendo popular donde los cubanos seremos consultados sobre si aprobamos o no el nuevo Código de las Familias, una propuesta legislativa que el Gobierno impulsa con mucho ahínco y que implica modificaciones y adiciones al actual, que generan no poca polémica.
Para muchos es un intento desesperado de desviar del foco de atención de otros debates que son mucho más necesarios o imperativos, pero que ni se mencionan porque amenazarían el poder autoritario del régimen. Por otro lado, la propuesta plebiscitada sirve mostrar algún tipo de logro en materia de derechos en medio de la peor crisis económica, de credibilidad política del sistema y también migratoria, con el éxodo masivo más grande de la historia de Cuba, sin que se vislumbre todavía su fin.
"El código es polémico, hay muchas cosas que lucen bien y uno quisiera aprobarlas, pero otras son chocantes y pueden ser peligrosas. La verdad parece una trampa, porque el paquete viene completo y hay gato en jaba", opina Rafael, un trabajador de la construcción holguinero.
"A mí no me molesta, por ejemplo, que los homosexuales se relacionen entre ellos y hagan lo que les dé la gana sin que nadie los moleste o discrimine, pero ponerlos a casarse igual que si fueran un hombre y una mujer, no me parece correcto. Es un disparate. Así pienso, tal vez esté equivocado, pero tengo que ser sincero. No me cabe eso en la cabeza".
"Si un hijo mío sale homosexual, lo acepto y que tenga todos los derechos, que nadie lo pueda humillar ni pisotear. Pero hacer boda y comportarse igual que si fueran una mujer y un hombre, ¿por qué? El derecho es a ser diferente, no a parecerse y hacer lo mismo. Parece más un deseo de ridiculizar el matrimonio que de casarse. Me parece".
"Con una unión civil reconocida, se protegen sus derechos sin necesidad de casarse. Que dejen eso para los hombres y las mujeres, no hay que exagerar. Yo no estoy de acuerdo y votaré que No. Lo demás que lo pongan en vigor cuando quieran, pero eso no", dice el constructor.
A Guillermo, que es maestro, no le molesta la parte del matrimonio igualitario. "Eso del matrimonio me da igual porque yo ni me he casado y soy heterosexual. Por mí como si lo quitan, lo amplían, que hagan lo que quieran. Lo que me parece mal es lo de la autonomía progresiva de los niños, lo de la patria potestad a responsabilidad familiar y que este debate abra paso a la ideología de género, como norma".
"Es bueno hacer todo lo posible por los derechos de los niños y niñas, pero la autoridad de los padres se puede ver cercenada y ya nos cuesta mucho educarlos, porque hay mucha malcriadez desde el hogar y la cosa se puede poner peor. Tengo miedo a que, tratando de hacer bien, se nos vaya la mano".
"Igualmente, es excelente que se ganen derechos para los homosexuales; había y todavía hay mucha discriminación, pero a veces con eso también se exagera. Uno ve, por ejemplo, en la novela de la televisión, que el mejor de los personajes es el gay, el actor de moda o más atractivo, el más virtuoso, mientras que el malo o los malos los ponen heterosexuales, que golpean mujeres o son padres descuidados. Se sabe que la idea es eliminar estereotipos hacia esos grupos estigmatizados, pero hay que tratar de no crear otros nuevos en el proceso".
"También tratando de que los niños sean inclusivos, hay que tener cuidado de no inducirlos a una orientación sexual que ni siquiera hubiesen valorado de no estarles hablando de ello constantemente, volviéndolo un ideal o canalizando hacia esa elección la rebeldía propia de las edades inmaduras. Eso me preocupa y a casi todo el mundo le preocupa igual. La mayoría de la gente que conozco está en contra del código", asegura Guillermo.
La desconfianza en el carácter secreto del voto, o en la potencial repercusión de no votar en sintonía con lo que pide el Gobierno, es una reacción clásica en el totalitarismo. Tal es el caso de Tania, una ama de casa mayaricera.
"Yo estoy en contra, pero votaré por el SÍ. Al final eso ya está aprobado, pues aquí todo se aprueba y mi voto no va a hacer la diferencia", señala.
"Dicen y parece que es secreto, pero uno siempre tiene miedo de que sepan de alguna manera, con algún truco, qué votó cada cual. No quiero buscarme problemas por gusto. Después, sin tú saber nada, te ponen en la lista negra y cada vez que sospechan de alguien ese eres tú. Y aquí hay que moverse demasiado para sobrevivir, y con el ojo echao no hay quien se mueva. Se pone la cosa feísima. Hay que hacer lo que ellos dicen y punto", concluye.
Yoan Herrera, por su parte, se opone desde una posición cristiana. "Yo creo en el diseño original de la familia, tal como Dios la creó. La iglesia (protestante en su caso), no está contra los homosexuales, está contra la normalización de la homosexualidad en la sociedad, contra la vulneración de la patria potestad, contra la ideología de género".
"Hay otras formas de hacer justicia y proteger, pero este enfoque de género se está imponiendo de una manera descarada. En el debate constitucional la gente dejó claro que no está de acuerdo y seguimos sin estar de acuerdo, sin embargo todo el mundo cree que de todos modos quedará aprobado. Esto es una trampa política y eso está mal".
En la búsqueda al azar de opiniones sobre el nuevo Código de las Familias este periodista no encontró comentarios favorables, pero sí existen y son frecuentes en las redes sociales o en la propaganda oficialista. Al parecer, la sociedad cubana aún no está lista para una revolución igualitaria como la que significaría su aprobación, o en la elaboración del texto no se han interpretado correctamente las opiniones populares, recogidas en los debates efectuados como parte del proceso.
El Gobierno hasta ahora ha tenido la capacidad de imponerse con cualquier iniciativa en las urnas, de beneficiar su relato o su posición en los medios de comunicación controlados desde el poder político y de anular, o al menos estigmatizar, cualquier opción contraria. La cita del domingo servirá para probar si mantiene o no ese estricto y efectivo control social, incólume hasta en el muy privado y secreto acto de votar.
En medio del entusiasmo de los activistas LGBT y una avalancha mediática oficialista por el SÍ, la oposición al régimen y la sociedad civil están divididas, como era previsible, entre los que lo apoyan, los que promueven el No y los que lo ven como otra oportunidad de demostrar su disidencia no participando y exhortando a no hacerlo. Por ello, la del domingo será una jornada muy tensa y sin dudas, un nuevo reto para el Gobierno.