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Emigración

'Siempre te llevaremos en nuestras mentes', una familia rota y un país que no existe

En los últimos siete meses 115.000 cubanos llegaron a EEUU por la frontera con México, unos 547 como promedio al día.

Madrid
Dariel, Melisa y Jiorkis cuando llegaron a EEUU.
Dariel, Melisa y Jiorkis cuando llegaron a EEUU. Diario de Cuba

Como cualquier cubano nacido en los últimos 60 años, tengo mucha familia emigrada. Algunos ni los conozco porque se fueron antes de que naciera o era muy pequeño. Hace un año y par de meses que llegó mi turno y desde Madrid he visto a otros partir. Desde acá todo no se oye más bonito. Habana Abierta mintió.

Mi primo Dariel quería grabar un video de su cruce por el río Bravo el 27 de abril. Le dije que no, que tenía que cuidarse y estar atento. Él no sabía de los ahogados y la corriente engañosa, pero yo sí. Tengo que escribir sobre eso todos los días.

—Papi, ¿qué bola?—le envié un watsap desde un autobús en Moncloa, Madrid.

—Que bola perra, en dos o tres horas tienes otro primo en EEUU— me contestó desde un punto cercano a la frontera con EEUU, estado de Tamaulipas, México.

—¿Ya vas a cruzar?

—Sí.

—¿Y el operativo?

Autoridades mexicanas y estadounidenses tienen una fuerte redada establecida en el río desde hace semanas para evitar el paso de migrantes.

—Voy a cruzar por otro lugar que no es Piedras Negras.

—Papo, ¿y ahí se da pie? ¿Melisa sabe nadar?—mi primo viajaba con su novia Melisa y un pariente de ella, Jiorkis. Este último es el mayor de los tres, tiene 49 años.

—Sí, además cruzo en balsa, cambiamos de coyote de nuevo, jijijiji

—Pero, ¿y eso?—le pregunté por el tema del coyote—¿Puedo llamarte?

—Estábamos estancados con el otro. No —respondió a lo de llamarlo—. Te mando un videíto cuando cruce. Vamos a hacerlo en balsa para que no jodas más.—adujo para intentar calmarme.

—Compadre, todo lo que te he dicho multiplícalo por diez. Eso está peor que nunca, hasta un oficial americano se ahogó en el río. Te juro que no exagero.

—Tú, te piensas que yo soy un chiquillo.

—Eso está tan fula como nunca—le insistí.

—Te dejo.

—Escríbeme, por tu madre. —le pedí mientras llegaba a la Universidad Complutense de Madrid.

—Te dejo —me cortó desde algún punto ya cercano al río Bravo, donde se escapa de Latinoamérica.

Las noticias se acumulaban en los medios sobre la presente ola migratoria. Unos 115.000 cubanos llegaron a EEUU por la frontera mexicana en los últimos siete meses, 547 como promedio al día. Otros 15.000 fueron detenidos en México y más de 12.000 en Honduras, entre enero y abril. Casi 2.000 han sido interceptados por la Guardia Costera de EEUU. En las Bahamas o Yucatán terminan algunos, después de días a la deriva.

En Rusia hay otros miles atrapados por la suspensión de los vuelos a raíz de la invasión que ese país lanzó contra Ucrania. Muchos de los que iniciaron una travesía hacia el occidente europeo se han quedado a medias en Bielorrusia, Serbia, Macedonia o Grecia.

Mi preocupación con Dariel no surgió el día en que por fin cumpliría su sueño americano. 70 días antes había salido de Cuba rumbo a Managua, 70 días antes había puesto su vida en manos de un coyote. Mi tía, su madre, llevaba 70 días sin dormir bien.

Él siempre tuvo mala suerte. Cuando jugábamos de pequeños siempre se llevaba los golpes, se rompía un pie o una mano. Por eso sentía que debía preocuparme por él. Esta vez no se caería de una mata de guayaba, esta vez podría ser peor.

Cuando fui a Cuba en febrero pasamos mucho tiempo juntos. Lo hice explicar mil veces la ruta. Su suegro desde Miami lo tenía todo cuadrado. Nicaragua está en pleno boom para los cubanos. Los pasajes se cotizan en el mercado negro diez veces más caros que su precio original.

—El Dariel que tu dejaste cuando te fuiste para España ya no existe.—me dijo mientras esperábamos para jugar dominó con unos viejos amigos del preuniversitario.

—¿Por qué?—le pregunté.

—Compadre, en ese momento (marzo del 2021), la cosa ya estaba mala, pero ahora sí está de pin… de verdad.

Mi primo siempre dijo que él no se iba, que él sembraría cebolla con su papá, que para eso se había hecho ingeniero agrónomo. En ese sentido él era privilegiado porque su padre tiene tierras. Mi padre desgraciadamente también tiene tierras, no un periódico.

Pero esa posibilidad en Cuba no existe, la de estudiar algo, ejercer a plenitud y desarrollarte. Siempre fui pesimista con su optimismo agrícola y se lo resumía: la cuestión no es si te irás o no, la cuestión es cuándo te irás.

Durante el año que yo llevaba en España, Dariel se dio cuenta de que el 90% de lo que quería hacer en el campo era ilegal o irrentable. Mi padre incluso fue multado por el Gobierno porque no sembraba lo que “el país necesitaba” y los monopolios estatales le pagaban con retraso las cosechas.

Esa noche de febrero jugamos dominó ocho universitarios recién graduados: dos médicos, un ingeniero informático, un licenciado en alimentos, una licenciada en turismo, una ingeniera industrial (Melisa, la novia de Dariel), mi primo y yo.

Ellos no ganaban lo suficiente para sobrevivir con sus trabajos “profesionales” y en algún punto sus padres aún los mantenían a flote. Nada nuevo. Pudimos estudiar gracias a ellos, porque podían mantenernos.

Todos tenían su propia estrategia para salir de Cuba. Con ese fin valen todos los medios, desde casarse con una peruana, hasta una beca en Corea.

A los pocos días de aquel dominó Dariel, Melisa y Jiorkis llegaron a Nicaragua. En menos de 72 horas ya estaban en la frontera de Guatemala con México, en un pueblo llamado Malacatán. Allí durmieron con más de 200 migrantes en un motel donde, según mi primo, había de todo para comer. Me lo repitió un par de veces: aquí hay de todo, si hay que esperar para cruzar, yo espero.

Cuando llegaron a México me habló en otro tono. Pisaba ya una tierra de otra categoría. El sueño empezaba a tomar forma real. Solo tenía que atravesar uno de los países más violentos para llegar una de las fronteras más vigiladas del mundo. El cubano viene de un lugar en el que incluso eso, ya lo hace feliz.

Desde Nicaragua hasta EEUU hay que atravesar al menos cuatro fronteras. Por lo general los partes familiares adquieren valor de noticia cuando el migrante avanza o cruza. A medida que ese migrante se acerca a EEUU se transforma nuestra percepción sobre él.

Es un fenómeno que he observado durante esta crisis. Cinco primos míos habían cruzado antes que Dariel y otro en 2016 cuando la crisis de los cubanos en Costa Rica.

Uno había estado preso en la Isla por contrabandear pienso animal, otro era albañil, otra contrabandeaba comida que el Gobierno solo ofrece a los turistas, y uno se dedicaba a vender dólares y poner remesas. Los dos más jóvenes (17 y 22 años), estudiaban en la universidad y son hijos de una prima hermana mía que vive en Cuba. Cuando la vi en febrero me habló de ellos con un orgullo que le amortiguaba su ausencia, habían llegado a la meta.

De cierta forma creo que somos vistos como atletas desde las gradas.

Ahora mismo tengo a otro primo hermano preso en Cuba por intentar salir en una lancha. Este había ido varias veces a cumplir misión en Venezuela como optometrista. De este las noticias me llegan con menos volumen. El nuevo código penal que el Gobierno cubano quiere imponer pudiera reservarle hasta por ocho años una celda. Solo por intentarlo.

La primera de mis tías se fue hace 20 años porque le llegó el bombo (lotería de visas), y partió con sus dos hijos. De sus manos recibí las cosas más coloridas de mi infancia, los mejores zapatos, el único playstation que tuve, las fiestas más divertidas.

La segunda de mis tías, mi madrina, también se fue con sus dos hijos. Me ayudó mucho económicamente.

De alguna manera mi familia en EEUU llegó a convertirse en un hada madrina. Desde relojes hasta computadoras, todo cuanto tuve vino, y casi solo podía venir, de ellos.

De esos primeros cuatro primos dos tienen mi edad y algunos nunca van a la Isla. No nos vemos desde que somos niños. Si tu familia no va a la Isla o no puede hacer que tú salgas de ella, el vínculo decae. A la postre solo la sangre mantiene una relación que no existe.

Mi madre ayudó a criar al mayor de esos cuatro primos. En las gavetas de mi casa hay muchas fotos de cuando él era pequeño. Solo se han visto una vez en 20 años. En ocasiones vi cómo lloraba al recordarlo.

Ahora yo hablo más con mi madre que cuando vivía en Cuba. La mañana que no inicia con ver mi cara por WhatsApp le asienta mal. Soy su único hijo. Jamás deja de preguntarme si ya almorcé o cómo me siento.

Hay días en los que no podemos evitar llorar. Días en los que no imagino nada más bello que su cara o la de mi padre. Muchas veces pudiera cambiar la mejor de las carnes en el mejor de los restaurantes por la tortilla de papas de mi abuela.

Pero cuando el gorrión aprieta recuerdo que vivir allí es una locura, que no hay nada. Que tu mejor plan puede ser tomarte un helado. Recuerdo las cosas que el Gobierno ha hecho en los últimos años y las generaciones que se han perdido en las seis décadas más negras de la historia de Cuba.

Lo próximo que supe de mi primo Dariel fue que cayó preso en Tapachula a mediados de marzo. Ahí tomaron forma cada uno de los tranques que empecinadamente se dieron en aquel dominó de febrero. No sabíamos que hacer. El suegro buscó a un abogado.

Cuando hablaba con mi tía notaba un cambio en su tono que sobrepasaba la tristeza y la incertidumbre. Era el tono de la derrota. La posibilidad de la deportación existía.

Ese espíritu aventurero con el que siempre había imaginado esas travesías desapareció por completo.  

Cuando era un niño y todavía mi padre tenía vacas, solía acompañarlo en el caballo a esos rincones donde el pasto crecía más verde. En una zona apartada de la finca, había una estructura metálica con forma cilíndrica que construyó un tío mío para cruzar el estrecho de la Florida en 1994.

Como aquello parecía cualquier cosa menos un barco, y terminó allí porque cuando la probaron avanzaba hacia atrás por tener la hélice invertida, yo hacía que mi padre me repitiera su historia una y otra vez.

En esa finca familiar pudiera estar trabajando Dariel. Allí seguiría siendo el hijo de mi tía, el nieto de mis abuelos, el agrónomo titulado de la familia, pero no sería el Dariel que él aspiraba a ser.

Las razones por las que el Gobierno mexicano suele deportar a un migrante cubano suelen ser variables. La Isla ha recibido a casi 1.000 desde ese país en lo que va de año. No fue el caso de mi primo, Melisa y Jiorkis.

Después de 28 días presos recibieron un permiso que les dejaba estar en la zona donde fueron detenidos. Obtener el otro permiso, el que servía para llegar libremente a la frontera, podría tardar meses y decidieron continuar la travesía con otro coyote.

Por ese entonces Piedras Negras ya era el cruce migratorio hacia EEUU más mediático para los cubanos. Los videos circulaban en redes sociales siempre con la misma locación: la rivera bajo el Puente Internacional. Lo único que cambiaban eran los cuerpos que se apretaban de manos para enfrentar a la corriente.

Intenté que Dariel cambiara de planes y se entregara en un paso fronterizo, pero eso era complicado por varios factores. En un paso debía toparse con más guardias y el proceso solía ralentizarse. El río lo hacía todo más rápido.

….

—¿Oye, ya cruzaron?—Le pregunté media hora después de que me cortara—Oyeeeeeeeee.

—Dime pendejo, dime— me respondió a los tres minutos—. Ya estás hablando con un primo estadounidense.

—¿Ya están en manos de los americanos?

—Estamos a 500 metros de ellos.

Dos días después los tres fueron liberados y volaron a Miami. Allí los recibió mucha familia, la que les había pagado el viaje. El 30 de abril mi primo cumplió 25 años y su madre, mi tía Aleida, escribió lo siguiente en Facebook:

“Muchas felicidades a mi niño valiente y gracias a dios por hacer cumplir tus sueños. Aunque estemos lejos siempre te llevaremos en nuestras mentes y nuestros corazones. Te amamos mi tesoro.”

 

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3 comentarios

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A regresar en cuanto tengan la residencia...cosa que no lo entiendo... Y que no me digan que es por la familia bla bla bla, cuando yo vine dejé a mi madre y a mi hermano de 15 años allá, estuve 11 años sin verlos porque la DICTADURA no dejaba ni que yo fuera ni que ellos vinieran. Hoy hace 42 años que llegaron a este país de Libertad y por Mariel una via que nunca hubiera querido que usaran pues a mi mamá le aterraba el mar ya que se había estado ahogando de chica. Nunca usaron el sistema para beneficiarse al contrario TRABAJARON con tesón para no depender de nadie, bien distinto de lo que sucede ahora, y lo más lindo que cuando decimos la verdad nos CRITICAN. Ojalá y ser integren a la vida de este país pero lo dudo.

Y a trabajar tan pronto tenga permiso de trabajo....