Habían sido avisados los principales cabecillas del movimiento animalista cubano de que la peregrinación tradicional hacia el cementerio no se iba a permitir. El régimen anda en modo pánico y las únicas multitudes que tolera después del 11 de julio son las de la cola del pollo.
Habían llegado al ridículo de citar para las estaciones de Policía a los activistas. A Beatriz (Betty) Batista Romero la amenazaron con acusarla de sedición si asistía; a Aylín Sardiñas Fernández, que se niega a todo diálogo con ellos, la abordaron el domingo por la mañana en las afueras de su casa y, al parecer, la amenazaron. Otros activistas tuvieron problemas con las comunicaciones pero, presumiblemente, nadie más fue forzado a no ir.
El sábado se leían mensajes en las redes de protectores confirmando que irían, pese a todo, a la cita en el parque de F y 23 a las 10:00 de la mañana. Era el día del perro y desde 1994 se cumple con la tradición, mal que bien, de peregrinar hasta la tumba de Jannette Ryder, protectora internacionalista que murió en Cuba.
A esa hora fresca del domingo, el parque de F y 23 saludaba la mañana dejando posar en su argamasa a un belicoso grupo de civiles, obviamente miembros de una brigada paramilitar del régimen, que eran pastoreados por la policía política vestida de paisano y policías con su uniforme de reglamento. Circulaban, además, carros patrulleros cada cinco minutos por el área, mientras que dos o tres de ellos custodiaban la entrada al perímetro. A las personas que aparecían portando perros o algo naranja —como habían pedido los organizadores—, se les decía que siguieran camino hacia el Cementerio de Colón. Prohibido estaba detenerse en el lugar buscando quórum, ni mucho menos caminar con el quórum hacia donde querían —motivo de nuestro pánico policial—. Se peregrinaría en el área de los muertos. Allí se estaba tranquilo.
Como una hora más tarde, cerca de cien protectores alcanzaron por su lado la tumba de Jannette Ryder y comenzó el homenaje. Se habló, ante todo, de las protectoras mayores y del gato que mataron hace dos días en un rodeo. Alguien pidió una reunión con Díaz-Canel y se hizo una tímida alusión a las ausencias del día "por las razones que todos sabemos". Aquí debemos hacer un breve aparte para entender de una vez el fenómeno:
La labor de los animalistas en Cuba es admirable. Son personas que por vocación invierten casi todo su tiempo cuidando animales. Se quitan los bienes y hasta la comida y repudian cualquier maltrato… Es como un sacerdocio o una adicción. Dicho esto, ha de saberse también que cuando el autor del maltrato animal es claramente la Seguridad del Estado, el escándalo acostumbrado en la redes no llega al murmullo: como cuando le dejaron una paloma crucificada en la puerta a Yunior García o le envenenan los perros a Leydi Laura Hernández.
En el cementerio hubo escándalo por el gato, hubo reclamos para que se derogara el Decreto-Ley de Bienestar Animal recién aprobado y se volviera a hacer otro. En el calor de las protestas apareció una funcionaria, al parecer del Ministerio de la Agricultura, que se brindó como interlocutora amigable para ese descontento. Como suele suceder en este tipo de diálogos, al funcionario se le exige entonces mayor actividad, se pide más acompañamiento de las instituciones y la institución accede, admite sus errores; como un amante del Siglo de Oro, hace promesas disímiles que no salen del marco de la recámara.
De pronto el evento tomaba el cariz de una reunión más de catarsis, hasta que una animalista se paró a hacer referencia al cerco de la Seguridad del Estado que padecían en ese momento. Entonces la interrumpió el director del cementerio y, con autoridad, postuló que ya la actividad se había salido de los marcos de ese lugar sagrado donde se encontraban y debían llevarla a otra parte, más cerrada, más silenciosa, como una oficina o una recámara.
No exagero si digo que la activista más osada, la que siguió convocando abiertamente al peregrinaje a pesar de las amenazas de la víspera, fue Aylín Sardiñas Fernández. En el momento en que escribo estas líneas sigue sin contestar al teléfono. Tampoco veo actividad de rescate o solidaridad hacia ella en las redes de sus compañeros.
Ya vendrá alguien por aquí a decir que lo que deberían es preocuparse por los derechos "de las personas". Es que el cuidar y defender a sus mascotas es también un derecho que le ha sido pisoteado al cubano por la dictadura cruel que desgobierna la isla.