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Opinión

Adiós INRA, bienvenido ICCA

¿Andan pensando en la rehabilitación del Instituto Nacional de Reforma Agraria en Cuba?

Valencia
Miguel Díaz-Canel en recorrido por empresas agrícolas.
Miguel Díaz-Canel en recorrido por empresas agrícolas. Estudios Revolución

El Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) cumplió 61 años el pasado jueves, y el diario oficialista Granma le dedicó un artículo muy corto, que pasó prácticamente desapercibido, para honrar la celebración.

Desconozco por qué motivo un "muerto" inservible, enterrado para siempre en 1976, es recordado por la prensa oficial en tiempos tan difíciles como los que se viven en Cuba. Me temo lo peor, que alguien ande pensando en su rehabilitación. Sería un gran error. Sin duda. Explico por qué.

Quizás valga la pena recordar que la idea del INRA surgió, como otras muchas de aquellos años, de la mentalidad colectivista de Fidel Castro, que desde la Sierra Maestra declaraba a quién le quisiera escuchar, sus planes para la agricultura cubana, los mismos que llevaron al viejo Ángel Castro a enviarlo a La Habana y perderlo de vista para siempre.

De modo que ya en 1959 el INRA se convirtió en un instrumento castrista para ejecutar las políticas económicas y sociales relacionadas con la reforma agraria y convertir al campesinado en propietario de sus tierras y protagonista fundamental del proyecto social iniciado en enero de ese año.

En poco tiempo, el INRA acabó desplazando al histórico Ministerio de Agricultura, de cuyos funcionarios, lógicamente, el nuevo régimen comunista recelaba. En sus orígenes llegó a acumular más poder político e influencia que el ministerio del que dependía. Todo ello directamente supervisado por Castro.

El INRA se convirtió así en un valedor de las políticas confiscatorias del régimen comunista contra los antiguos propietarios de tierra. Como instrumento de colectivización de tierras, ejecutó su política con celeridad amparándose en las "leyes" que se iban aprobando por el Gobierno provisional revolucionario.

Nunca antes en la historia de Cuba había ocurrido algo así. Ni siquiera los guajiros más modestos recibieron con entusiasmo la actividad del organismo, que acabó siendo, eso sí, un instrumento eficaz de la propaganda comunista en aquellos primeros años de absoluto desconcierto.

Al INRA se le puede responsabilizar, en primer lugar, del destrozo ocasionado en la agricultura cubana por las reformas revolucionarias, del que nunca más se pudo recuperar, y que llega a nuestros días, con el problema actual elevado de categoría si se tiene en cuenta el informe reciente del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas que identifica a Cuba como uno de los países con mayor riesgo de crisis alimentaria tras el Covid-19.

Al INRA también se le puede hacer responsable directo de la eliminación de los derechos de propiedad en el campo cubano, de la falta de productividad y eficiencia en la que se desarrollan las producciones agropecuarias, del desastre de la caña de azúcar, de la escasez de alimentos para la población, de las torpezas de la distribución centralizada por Acopio, de la baja tecnología agraria, de la falta de inversiones en infraestructuras o de los elevados niveles de población ocupada, o mejor dicho subocupada, en el campo cubano.

Por mucho que se empeñen los dirigentes comunistas, es difícil encontrar algo que celebrar de la actividad del INRA, incapaz de cumplir sus objetivos que eran "incrementar, diversificar la producción y alcanzar la soberanía alimentaria de la nación". Por supuesto que nada de eso se ha conseguido y la realidad es que, sin el INRA desde 1976, la agricultura y ganadería cubana se encuentran en 2020 en una situación técnico productiva y de rentabilidad mucho peor que en 1959.

¿Qué se podría calificar como positivo de este obsoleto e inadecuado organismo para hacer frente a los retos actuales del sector agropecuario cubano? Pues la verdad, poco o nada.

Los pequeños productores y los arrendatarios de tierras no necesitaron del INRA para desplegar sus estrategias productivas; las cooperativas, menos. De igual modo, los trabajadores agropecuarios empleados en las granjas estatales entendieron muy pronto que iban a recibir muy poco apoyo del organismo, más entretenido en cuestiones de tipo estratégico y político al servicio personal de Fidel Castro, que de los problemas agrarios del día a día. Los remanentes de la organización estatal comunista en el campo cubano, desprecian cualquier intento de rehabilitar el organismo, porque ya existen los grupos empresariales que se establecen sobre las UPBC y que ejercen un mayor nivel de control e intervención.

En realidad, nadie esperó nada del INRA y este organismo se convirtió al cabo de unos años en poco más o menos que un elemento molesto de los tiempos colectivistas, un agitador ideológico en manos del "Che" Guevara durante cierto tiempo, que, en cuanto el régimen abordó su institucionalidad fue eliminado para volver a aparecer el histórico Ministerio de Agricultura.

Por todo lo expuesto, me cuesta creer que, salvo algún comunista trasnochado en Granma, pueda existir una opinión favorable a rehabilitar un INRA en el momento actual. Más aún cuando las autoridades han señalado el objetivo de eliminar las trabas de la economía. El INRA fue un obstáculo perjudicial, paladín del intervencionismo estatal y del colectivismo en la agricultura, los dos males que la han llevado a la grave situación actual. Dar carpetazo al INRA fue una decisión razonable del Gobierno en 1976.

Por ello, si en el diario Granma creen que el INRA se puede rehabilitar en la actualidad, mejor sería que dedicaran los recursos de ese organismo a crear otro alternativo, pero mucho más necesario. Se trataría de la creación del Instituto Cubano de Comercio Agropecuario, una entidad cuyo objetivo sería potenciar las técnicas de distribución, logística, marketing y comercialización de los productos agropecuarios, desde el surco hasta los mercados minoristas, pasando por la gran distribución.

Hay mucho que arreglar y poner en orden en el ámbito de la distribución mercantil agropecuaria en Cuba. Este instituto, en vez de ser un organismo más del sector presupuestado, debería nacer con una combinación de colaboración pública y privada que permita calibrar y dar representación y valor a los intereses del sector agropecuario privado. Además, el instituto debería plantear como acción prioritaria, extender las fórmulas de mercado, demanda y oferta, en toda la distribución agrícola y ganadera cubana.

El reto pasa por definir de manera adecuada el ámbito competencial de este Instituto, para que no tenga un papel intervencionista en la actividad de los agentes económicos, sino que apueste por un modelo más moderno de regulación, información y soporte a las actividades económicas privadas y las estatales que lo soliciten. El instituto debería apostar por la eficiencia, la productividad, la soberanía alimentaria y la exportación de excedentes. Todo ello sería más importante para la economía cubana que el INRA.

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