Es proverbial la hipocresía que exhiben los gobernantes cubanos en lo concerniente a la pluralidad de opiniones y puntos de vista. Mientras que en el plano interno no admiten enfoques que se aparten de la política oficialista, en el ámbito de las relaciones internacionales reclaman un espacio para la diversidad, ante lo que ellos denominan "predominio del neoliberalismo a escala universal".
Por estos días se han jactado de la supuesta pluralidad existente en la IV Conferencia Internacional por el Equilibrio del Mundo, que ha tenido lugar en La Habana con la asistencia de unos 600 académicos, políticos y comunicadores sociales. El evento fue organizado por el Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional.
A juzgar por las informaciones emanadas de esta conferencia, y a pesar de la pretendida pluralidad esgrimida por sus organizadores, no se escucharon voces que hablaran de un Martí distinto al enarbolado por los gobernantes de la Isla y la más rancia izquierda internacional.
En una entrevista concedida al periódico Trabajadores, el señor Abel Prieto, director de la Oficina del Programa Martiano y presidente de la Sociedad Cultural José Martí, se refirió al legado martiano relativo al equilibrio del mundo; pero nada dijo sobre las tantas observaciones del Apóstol acerca de lo perentorio que resultaba lograr un equilibrio entre todos los factores de la sociedad cubana.
El exministro de Cultura destacó el señalamiento martiano sobre el equilibrio del mundo aparecido casi al final del Manifiesto de Montecristi, ese famoso documento que Martí redactó junto a Máximo Gómez cuando ambos se disponían a embarcar hacia Cuba con vistas a su incorporación a la guerra independentista de 1895.
En ese texto se afirma que "La guerra de independencia de Cuba es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo".
Sin embargo, en los primeros párrafos del manifiesto se expresa que "La guerra no es, en el concepto sereno de los que aún hoy la representan, y de la revolución pública y responsable que los eligió, el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos, sino el producto disciplinado de la reunión de hombres convencidos de que en la conquista de la libertad se adquieren mejor que en el abyecto abatimiento, las virtudes necesarias para mantenerla". Un párrafo, por supuesto, ignorado por Abel Prieto.
Semejante concepción martiana de una sociedad con todos y para el bien de todos, sin vencedores ni vencidos, se había puesto de manifiesto ya en 1892, cuando el Héroe Nacional creó el Partido Revolucionario Cubano. El artículo quinto de las bases de ese partido establece que "El Partido Revolucionario Cubano no tiene por objeto llevar a Cuba una agrupación victoriosa que considere la Isla como su presa y dominio, sino preparar, con cuantos medios eficaces le permita la libertad del extranjero, la guerra que se ha de hacer para el decoro y bien de todos los cubanos, y entregar a todo el país la patria libre".
Por ironías de la vida, otro artículo quinto, en esta ocasión el de la Constitución de la República que los actuales gobernantes, mediante el monopolio absoluto de los medios de comunicación empujan a los ciudadanos para que la aprueben, constituye la negación del ideario martiano.
Y niega a Martí porque, al proclamar como único y dirigente político superior de la sociedad y el Estado al actual Partido Comunista de Cuba, convierte a esa agrupación en dominadora absoluta de la sociedad, y ratifica la supremacía de unos cubanos sobre otros.
Entonces es preciso acudir a lo más auténtico del legado martiano para enmendar el enorme desequilibrio social que hoy padece la sociedad cubana.