En unos pocos días se van a cumplir 59 años de aquella madrugada del 1 de enero de 1959 en que el dictador Fulgencio Batista se fue de Cuba y triunfó la rebelión encabezada por Fidel Castro, con el apoyo de otras fuerzas insurgentes opositoras.
Aquel último día de Año Nuevo de los años 50 los cubanos estallaron en una apoteosis de júbilo quizás sin precedentes en la historia de la República. Acompañado de cientos de combatientes, el joven líder barbudo emprendió un recorrido triunfal desde la oriental Santiago de Cuba hasta La Habana. A su paso, el comandante era vitoreado como Julio César al regresar de las Galias.
Desde la Sierra Maestra Fidel había prometido celebrar elecciones y restablecer la democracia. Ya instalado en La Habana aseguró que cumpliría su programa plasmado en La Historia me absolverá, en el que había asegurado que la revolución acabaría con los barrios marginales e insalubres: "Un gobierno revolucionario —enfatizó— resolvería el problema de la vivienda… Hay piedra suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una vivienda decorosa".
La situación habitacional es hoy peor
A seis décadas de aquellas promesas, unos 7,5 millones de cubanos, dos terceras partes de la población total de la Isla, no tienen vivienda o habitan en inmuebles en mal estado, muy deteriorados, despedazados, apuntalados o a punto de derrumbarse. Aproximadamente medio millón de personas malviven en chozas y casuchas improvisadas en barrios insalubres tipo "Llega y pon", conocidos como villas miseria en otros países de América Latina.
Y quienes han perdido sus viviendas en derrumbes —cosa cotidiana— o desastres naturales están en albergues estatales "provisionales" que recuerdan a los barracones de esclavos en siglos pretéritos. Muchos han muerto de viejos esperando por una vivienda que nunca llegará. En La Habana hay 160.000 albergados en estos tugurios colectivos del Gobierno, salpicados de aguas albañales, sin agua potable ni servicios sanitarios. Pululan por allí ratas, mosquitos, moscas, chinches y cucarachas.
La situación habitacional de la nación es la peor de toda su historia. Hace un año un informe la Asamblea Nacional del Poder Popular admitió un déficit de 883.050 viviendas y calculó en 2,6 millones los cubanos que no tienen vivienda, casi la cuarta parte de la población total. Y según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), más de la mitad de las 3,8 millones de las viviendas del país están en mal estado.
Obviamente las cifras fueron manipuladas por razones políticas. Expertos independientes aseguran que el déficit habitaciones ronda los 1,3 millones de viviendas, y que las que están en condiciones ruinosas, en estado malo o regular, superan el 70% del total nacional.
Los derrumbes en La Habana han costado la vida a varias personas, incluidos niños, pues se desploman como promedio tres viviendas diarias, unas 1.000 viviendas al año, de acuerdo con la ONEI.
La revolución multiplicó Las Yaguas
Una de las primeras promesas que hizo Fidel Castro al entrar en La Habana en 1959 fue la de eliminar los barrios marginales insalubres como el de Las Yaguas (San Miguel del Padrón) y los demás. Pero el comandante y su revolución lo que hicieron fue crear muchos barrios miserables más y elevar exponencialmente la población de los ya existentes.
La capital cubana, otrora urbe famosa mundialmente por su belleza y por su magia exuberante tropical, hoy se cae a pedazos. Es triste. Hay escombros por doquier, aguas negras malolientes, y basura. Algunas áreas parecen haber sido bombardeadas. La ciudad está plagada de barrios insalubres y peligrosos, en intersticios dejados entre repartos formalmente conformados.
Son asentamientos de chozas levantadas con cualquier cosa que aparezca: láminas de hojalata, pedazos de madera, cajas de cartón, pedazos de fibrocemento, neumáticos viejos, carrocerías de automóviles. Carecen de agua y alcantarillado. Son focos de enfermedades, crímenes, tráfico de drogas y prostitución.
Muchos de sus nombres son elocuentes: El Fanguito, La Timba, La Jata, Palo Cagao, Atarés, La Güinera, Los Pocitos, La Escalera, El Hueco, Indaya, Los Mangos, Cambute, La Isla del Polvo, Alturas del Diezmero, El Tropical, Ruta 11, Carraguao, El Canal, El Plátano, Las Cañas, Núñez, El Casino, Palenque, Los Bloques, Los Sitios, Jesús María, La Corea, La Cuevita, La Loma del Burro y muchos más.
Están en el propio corazón de la ciudad, en cada uno de los municipios de la gran urbe, como El Vedado, Centro Habana, Playa, Habana Vieja, El Cerro, Marianao, Diez de Octubre, y en todos los demás. Y en las afueras también. Son mucho más pobres, insalubres y miserables que las favelas de Rio de Janeiro, o los cerros de Caracas. Y la violencia está a la orden del día.
En Los Pocitos viven 18.000 personas en medio de una pestilente contaminación por los desechos fecales que acumula el río Quibú. Lo mismo pasa en El Fanguito, a orillas del río Almendares. El barrio de Atarés tiene más de 12.000 habitantes y allí se consiguen jineteras por 5.00 CUC, marihuana "yuma" (colombiana) o "melca" (cocaína) sin ligar con leche en polvo, según narran periodistas independientes.
En La Jata no hay agua potable ni camiones que la lleven. Sus habitantes tienen que ir a buscarla muy lejos y cargar pesados cubos.
Lo mismo ocurre en todas las ciudades de la Isla. Nunca antes hubo tantos barrios paupérrimos con tantos miles de cubanos viviendo como en la Edad Media.
La pobreza y hostilidad del medio donde se han criado empuja a muchos a la vida marginal. Casi niños son ya delincuentes. Y los mayores, navaja en mano, asaltan a transeúntes, golpean y tumban al suelo a ancianas para arrancarles el bolso, o matan a sus rivales pandilleros. Hay barrios en los que la policía no se atreve a entrar.
Los mismos desalojos de antes
En muchos países en desarrollo hay barrios de casuchas miserables, pero ninguno presume, como la dictadura castrista, de tener un sistema social y económico más avanzado, esperanzador y justo, porque el poder político lo ostenta el proletariado, dirigido por el Partido Comunista. Es un cuento absurdo, pero que buena parte de la izquierda latinoamericana sigue creyendo.
El castrismo no ha resuelto el problema de la vivienda y encima desaloja por la fuerza y derriba las villas miseria, porque las considera ilegales. El régimen informó que en 2017 detectó 127.693 "ilegalidades urbanísticas" en la Isla, de las que "solucionó" (es decir, desalojó) el 18%, unas 23.000, hasta septiembre.
Es el colmo. Muchos ciudadanos hundidos en la pobreza extrema a causa de "la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes", como la calificó Fidel Castro cuando declaró el carácter socialista del régimen (16 de abril de 1961), al no tener donde vivir improvisan lo que pueden, y entonces esa misma revolución socialista, incapaz de darles la prometida "vivienda decorosa", los desaloja y echa abajo sus chozas.
O sea, Castro II hace los mismos desalojos de gente en la miseria que denunció su hermano Castro I en su autodefensa en el juicio por el asalto al cuartel Moncada.
A 64 años de aquella denuncia, y a 59 años de las grandes promesas del caudillo al llegar a La Habana, no hay ningún otro país en el hemisferio occidental, salvo Haití, que tenga tan trágica crisis habitacional como la que sufre el pueblo cubano. Gracias Fidel…y Raúl.
(En este tema de la crisis habitacional en Cuba hay todavía mucha tela por donde cortar. Continuaré en próximo artículo.)