¿Si el general Augusto Pinochet en vez de convocar un plebiscito y preguntarle al pueblo chileno si quería seguir bajo su régimen, o no, hubiese hecho algunos cambios políticos cosméticos pero preservando intacta la dictadura militar habría sido abrazado y bendecido por la comunidad internacional y hasta por el Papa?
¿De haber hecho lo mismo habrían recibido un espaldarazo político mundial los Somoza, Trujillo, Duvalier, o los gorilas golpistas argentinos, como lo son hoy los hermanos Castro al ritmo de la música que toca el presidente estadounidense Barack Obama?
No, esos dictadores no habrían sido aupados. ¿Por qué sí lo es el general Raúl Castro, porque dice que es de izquierda y habla en nombre de los pobres? ¿Es que el tiempo lo borra todo y no importa el pasado de una dictadura, sino solo el presente?
No hubo concesiones a dictadores
No hubo nunca concesiones unilaterales y guiños de ojos a Francisco Franco, Joseph Stalin, Mao Tse Tung, Josip Broz Tito, Nicolas Ceausescu, Muamar Gadafi, Ferdinando Marcos o Mobutu Sese Seko para contagiarlos de democracia. Y si hubo negociaciones secretas, evidentemente no arrojaron resultado alguno.
La tesis de que la política anterior de Washington hacia Cuba no dio resultado y había que cambiarla no tiene muy buen asidero que digamos. No hay antecedentes de que el beso de Judas haya funcionado nunca con una dictadura marxista-leninista.
Lo que precipitó la caída del comunismo en Europa fue la presión militar y armamentista que le puso Ronald Reagan a Moscú. Recordemos la Iniciativa de Defensa Estratégica, llamada popularmente "Guerra de las Galaxias", y la instalación de cohetes nucleares Pershing II y Cruise en cinco países europeos. La respuesta armamentista soviética agravó la crisis financiera crónica que la Unión Soviética arrastraba desde las fracasadas reformas económicas cosméticas de los años 80. La carrera armamentista aceleró el deterioro del sistema económico comunista y propició el advenimiento del reformista Gorbachov y su perestroika.
En general, los grandes déspotas jamás han concedido libertades y derechos a sus ciudadanos en virtud de diálogos o concesiones de nadie. De los 51 dictadores que desde 1900 han estado más de 20 años en el poder (7 de América Latina, 18 de Asia y Medio Oriente, 11 de Europa y 15 de Africa), ni uno solo de ellos abandonó su cargo por haber sido cortejado.
Pero los estrategas de la actual administración estadounidense estiman que en el siglo XXI es ya obsoleto rechazar, presionar y hacerle exigencias a un tirano, y mucho menos "intervenir en los asuntos internos" de naciones con regímenes totalitarios para apoyar a quienes luchan contra ellas. Lo adecuado ahora debe ser congraciarse con el dictador para "suavizarlo" y presionarlo para que se porte mejor.
Y resulta que la Junta Militar castrista ni siquiera está dispuesta a concederles a los cubanos la libertad económica que sí hay en China y en Vietnam para hacer negocios.
La coautoría criminal del General
Lo peor de todo es que el general Castro es responsable directo, como segundo al mando en Cuba durante 52 años —y desde 2011 como jefe supremo, líder del Partido Comunista y la Junta Militar—, de haber fusilado o causado la muerte de distintas formas a 7.101 ciudadanos por motivos políticos (más del doble de los 3.197 crímenes documentados de Pinochet), de haber encarcelado injustamente a decenas de miles de personas, de torturar y propinarle palizas hoy por hoy a los opositores políticos, de haber prácticamente expulsado del país a casi dos millones de cubanos, y de haber convertido en escombros a una nación que en 1958 duplicaba el ingreso per cápita de España e igualaba al de Italia.
A quienes afirman que Raúl es diferente a su hermano porque es más pragmático y puede hacer los cambios que el país necesita hay que recordarles que en los pocos momentos históricos en que los caprichos de Fidel en materia económica y social iban tan lejos que había reticencia sorda y muda en la población para aceptarlos, siempre salía Raúl amenazando a quienes se atrevían a dudar de la genialidad del infalible Comandante en Jefe.
El general Castro fue autor de crímenes masivos por su propia cuenta. Por ejemplo, la masacre de la Loma de San Juan, provincia de Oriente. Allí el 12 de enero de 1959 Raúl ordenó el fusilamiento de 72 exmilitares de Batista, sin tomar en cuenta ninguna prueba testifical, ni pericial, ni circunstancial, ni las atenuantes, ni las agravantes. El periodista Antonio Llano Montes, testigo de lo ocurrido, narró años después en Miami, a la radioemisora WAQI Radio Mambí, que Raúl interrumpió al tribunal y dijo: "Si uno es culpable, los demás también lo son. Los condenamos a todos a ser fusilados".
Y sin probar que todos eran autores de asesinatos fueron llevados a un campo de tiro, con un bulldozer se abrió una gran zanja y delante de dicha zanja fueron ejecutados. Llano Montes destacó que al otro día fue al campo de tiro: "Pude ver algo que me horrorizó, la mano de uno de los fusilados que salía fuera de la tierra y se agarraba a una piedra; esto indicaba que a muchos de los fusilados los habían enterrado vivos".
Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de concentración fascistas en los que fueron obligados a trabajar miles de jóvenes cubanos en los años 60, fueron obra de Raúl Castro a partir de una idea de su hermano.
Castro debió mover fichas
La normalización de relaciones sería lo ideal si a la hora de negociar La Habana hubiese hecho algunas concesiones elementales. Las condiciones eran óptimas para ello: la agudización de la crisis en Venezuela apunta a que Cuba puede perder los cuantiosos subsidios que junto a las remesas desde EEUU mantienen a flote la economía de la Isla. Y ni China, ni Rusia, ni Brasil van hacerse cargo de mantener al proxeneta Estado castrista.
Dada la improductividad del "modelo socialista cubano", y eventualmente sin los miles de millones de dólares obsequiados por Caracas, la economía cubana podría encaminarse hacia un colapso. Los Castro saben que semejante desastre, que amenazaría como nunca la estabilidad de la dictadura, solo podría evitarse si se levantan el embargo de EEUU y las restricciones de los viajes de estadounidenses a Cuba. No hay otra vía posible.
Con tal coyuntura colocada sobre la mesa, Obama debió poner ciertas condiciones que el dictador difícilmente habría podido rechazar, dada la gravedad de la situación. Alguna ficha importante habría tenido que mover el general Castro, además de haber negociado con seriedad y no con la absurda soberbia que lo ha hecho, propia del líder de un gran imperio y no de una nación que ya en ruinas suelta los pedazos.
Eso fue lo que no hizo el presidente estadounidense. Ahí radica la diferencia entre creer que este proceso de deshielo —que lógicamente ha ilusionado a tantos cubanos— va bien encaminado, o percibir que sin concesiones de la dictadura, que incluyan la derogación de ciertas leyes o regulaciones estalinistas, el acercamiento de Washington beneficiará mucho a la elite militar dictatorial y demasiado poco al empobrecido y sufrido pueblo de Cuba.