Suenan las campanas otra vez

El jueves 30 de mayo, jóvenes del distrito José Martí, en la ciudad de Santiago de Cuba, protagonizaron una singular protesta por medio de una conga que recorrió diferentes barrios de la populosa urbe, la segunda en importancia del país, cantando coros que pedían "corriente" y "comida". La manifestación recorrió tres barrios muy pobres de la ciudad, los repartos Indaya, Barca de Oro y Nuevo Vista Alegre, antes de ser reprimida por un gran despliegue que incluyó el empleo de los Boinas Rojas (tropas especiales del ejército). Los hechos fueron ampliamente difundidos por medio de las redes sociales, con fotos y videos que reflejaron el suceso.

Un día antes, el miércoles 29, residentes de la comunidad Camino de La Habana, en Sancti Spíritus, hicieron sonar sus cazuelas en medio de la calle gritando las mismas consignas de "corriente" y "comida", que se ha convertido en otra marca de oposición espontáneamente consensuada a través de la Isla. Un vecino dijo en declaraciones bajo anonimato a la prensa independiente que "la gente salió para la calles, no fue dentro de las casas. Hasta los viejitos salieron con su cazuela y su cuchara… Fue muy emocionante, porque se iban llevando a la gente detenida pero los que quedábamos seguíamos tocando nuestros calderos. No teníamos miedo porque no nos podían detener a todos… Mis vecinos se dieron cuenta de que no podían meter al reparto entero en ese camión de la Policía". Otra vecina contó que, en su centro de trabajo, su jefe le dijo que "aquello fue impresionante, que la policía patrullaba el reparto y la gente no se quitaba de en medio de la calle, estaban probando fuerza con sus cazuelas… Él dice que no salió de su casa por miedo a perder el trabajo, pero que tocó su cazuela en el patio". Al día siguiente se restableció el servicio eléctrico y los espirituanos disfrutaron de 24 horas sin apagones.

Los apagones, y las protestas, cada vez más originales y atrevidas, se han convertido en el pan nuestro de cada día en la realidad cubana. El pasado 18 de mayo, el Padre Alberto Reyes, párroco de la Iglesia de Esmeralda, en la provincia de Camagüey, hizo sonar las campanas de su parroquia 30 veces, de forma lenta en señal de duelo, durante uno de los frecuentes apagones que sacuden la Isla en los últimos. En un mensaje publicado en las redes sociales, el sacerdote explicó que sus campanazos eran contra la "muerte agónica de nuestra libertad y nuestros derechos, la asfixia y hundimiento de nuestra vida", y anunció que repetiría el toque cada vez que se produjera un apagón. También urgió a los cubanos a realizar gestos de "resistencia pacífica", como abandonar instituciones oficialistas, retirar carteles a favor del sistema en las casas particulares, educar a los hijos en "el rechazo a la doblez" y usar "los caminos que uno pueda encontrar". Un día después, el Arzobispo de Camagüey Wilfredo Pino le prohibió continuar su iniciativa. En respuesta a preguntas de Radio Martí Monseñor Pino detalló que había llamado por teléfono al padre Reyes el domingo 19 de mayo. "Le dije que por el bien de la Iglesia y por tu bien te prohíbo tocar la campana en el momento del apagón", afirmó el prelado. Un mensaje un tanto críptico que puede interpretarse de diferentes maneras.

Nada sorprendente la reacción de la jerarquía eclesial, bajo el consabido argumento de mantener un precario equilibrio en las relaciones Iglesia-Estado. El debate es eterno, y tampoco está ceñido al territorio ni a la situación cubana. En su célebre novela Cristo de nuevo crucificado, el escritor griego Nikos Kazantkis describe una situación similar durante la ocupación turca en Grecia en los años 1920. La obra literaria contó con una excelente versión cinematográfica dirigida por Jules Dassin, con el título El que debe morir, que fue estrenada en el Festival de Cannes en 1957, donde fue una de los nominadas a la Palma de Oro como mejor película, y ganó una Mención Especial y el Premio de la Oficina Católica Internacional de Cine (OCIC), compartido con un clásico de la magnitud de Las Noches de Cabiria, de Fellini. Cien años después de lo descrito por Kazantkis en Grecia, el escenario se repite en la Cuba del Siglo XXI. Tampoco está circunscrito a las relaciones Iglesia-Estado, sino también a las relaciones diplomáticas internacionales, donde en infinidad de casos, no solo Cuba, se sacrifican los derechos humanos en función de lo que mal se ha dado en llamar realpolitik, cuyo máximo exponente puede ser considerado el canciller alemán Otto von Bismarck. La historia subsiguiente habla por sí misma sobre adonde conduce esta visión de intereses por encima de derechos.

No obstante, siempre hay un elemento exógeno, perturbador, capaz de echar por tierra estos entramados seudo diplomáticos, y éste es el ciudadano, quien no es objeto ni sujeto de la realpolitik. Uno de los principales factores que alimentan el statu quo es la permanencia de las dictaduras en el tiempo, propagando la falacia de que estarán ahí por siempre. En consecuencia, proyectar imágenes y visiones que rompan este esquema golpea el estado mental dirigido a la obediencia, ya sea por temor, apatía o conveniencia. En 2014 en Burkina Fasso, el movimiento que terminó con los 27 años de dictadura de Blas Campaoré, usó la imagen de La Escoba Ciudadana, para barrer con la cultura del miedo y la desidia. En Cuba, el estribillo "ya se acabó", de la canción Patria y Vida, cambió la mente de los ciudadanos aproximándolos a la idea de que los días del régimen están contados, cualesquiera que sea la cifra. El arte es uno de los vehículos más poderosos para implantar ideas en la mentalidad ciudadana.

Lo cierto es que como demuestran los últimos acontecimientos, en diferentes lugares y de diferentes maneras en todo el país, hay un quiebre del comportamiento sociopolítico en Cuba, una ruptura de todo lo que se considera lógico, aceptable y hasta "normal". Hay que estar muy ciego para no ver esta tendencia, y creer que puede ser revertida por medio de represiones y prohibiciones. La gente aprendió a expresarse, y va a continuar haciéndolo, y por otra parte, las iglesias no son los únicos lugares con campanas en Cuba, ni las campanas son los únicos objetos sonoros a disposición de la gente. También suenan los calderos, las congas, y hasta un silbato. Una vez que la visión del cambio entra en la mentalidad de una persona, permanecerá con ella hasta que lo obtenga. Ya suenan las campanas otra vez, precisamente donde más efecto tienen, que es en el espíritu y la voluntad de los cubanos.