¿Qué significa que se haya reconocido como Patrimonio Documental de la Humanidad el cartel de cine cubano? Es decir, el conjunto de carteles que han acompañado el desarrollo del cine en el país desde sus inicios, en 1915, hasta la actualidad. Significa que con esta declaratoria, dicha manifestación del arte y del diseño alcanza mayor visualización a nivel internacional como un patrimonio singular y práctica viva, subrayando su papel en la educación visual y artística del pueblo. En 2018, ya habían sido declarados Patrimonio Cultural de la Nación.
Y es que sin dudas el cartel de cine cubano se ha hecho un lugar especial en la plástica del siglo XX y XXI, y en ocasiones, con mayor huella en la memoria colectiva que otras manifestaciones del arte. Hay consenso en que existe un antes y un después con el cartel producido a raíz de la fundación del ICAIC (1959). Esto tiene que ver con la forma en que el cartel cinematográfico fue abordado a partir de la década del 60, y muy especialmente con su desapego a la forma tradicional, supeditada a las estrategias de marketing.
En el repertorio visual de casi todos existe la imagen del cartel de cine donde, junto al título de la película, aparece la imagen sugerente de sus protagonistas. Una fórmula tan vieja como actual, que el cartel de cine del ICAIC evitó con maestría. Ese desapego a los códigos clásicos del cartel cinematográfico, todavía en uso a nivel internacional, le permitió al cartel cubano explorar un lenguaje más artístico que comercial, donde cada pieza se convirtió en una metáfora visual de la película a la que está asociada.
Recuérdense algunos muy conocidos como los de Fresa y Chocolate, de Ernesto Ferrán; Por primera vez y Plaf de Eduardo Muñoz Bachs; Now y La muerte de un burócrata, de Alfredo Rostgaard; La última cena, de René Azcuy, etc. Incluso aquellos como Lucía, de Raúl Martínez; Retrato de Teresa, de Servando Cabrera Moreno y Soy Cuba de René Portocarrero, que son una extensión sobre otro soporte plástico de la estética característica de estos artistas.
La técnica predominante en la realización del cartel de cine en Cuba ha sido la serigrafía, lo que ha condicionado la peculiar manera de hacer estas obras que, independientemente de la riqueza de lenguajes artísticos empleados, impuso los colores planos y sin medios tonos. En conjunto puede decirse que les caracteriza una gran variedad cromática, el contraste figura-fondo y el empleo de infinidad de tipografías, en ocasiones usadas con gran expresividad.
Hasta la década del 80, la producción de carteles del ICAIC fue intensa, lo que también es testigo de la gran oferta cinematográfica que tenía el país tanto de filmes nacionales como internacionales, los cuales también se promocionaban con carteles de diseñadores cubanos. Referentes fundamentales siguen siendo los de Antonio Fernández Reboiro para Harakiri y Moby Dick, y el de René Azcuy para el filme francés Besos robados. También se hicieron carteles para los noticieros ICAIC, los festivales de cine, las presentaciones de cine móvil y los aniversarios de la institución, cuya cinemateca a partir de una de estas obras asumió como logo la imagen de Charlot.
Todo esto ha tenido continuidad en las siguientes generaciones de diseñadores que certifican la vigencia de una escuela cartelística cubana. Algunos nombres imprescindibles de hoy son Nelson Ponce (Vampiros en La Habana, La naranja mecánica); RAUPA (Conducta, Los dioses rotos); Gisselle Monzón (Irremediablemente juntos, Benny Moré. La voz entera del son); Michele Miyares Hollands (Memoria cubana, Las reinas del trópico) y Claudio Sotolongo (Lucía. 40 Aniversario, Cabaret), entre otros.
Con la reciente inscripción en la lista de la UNESCO se subraya el valor de estas obras como testigo de una forma de hacer, así como su importancia cultural. Actualmente, la distribución y exhibición de los carteles está más limitada, pero hace unas décadas no solo tenían presencia en las salas de cine y en las galerías, sino también en los "paragüitas" de las principales avenidas, desde donde promovían la cartelera cinematográfica. Entonces tuvieron mayor visibilidad y su presencia en la casa cubana ha sido la constatación de la calidad artística reconocida por el espectador en estas obras publicitarias.
Deja fuera la declaratoria de la UNESCO otra producción cartelística hermana de la de cine y con la que comparte todos sus aspectos técnicos, formales y calidad artística. Su diferencia está en el contenido. Me refiero al resto de carteles realizados para otras instituciones culturales como Casa de las Américas (1959) y el Consejo Nacional de Cultura (1961), que bajo los mismos códigos del cartel cinematográfico cubano promocionaron conciertos, festivales, eventos, congresos y aniversarios. De esta producción un ejemplo icónico es el cartel de Rostgaard para el Encuentro Canción Protesta de 1967, en Casa de las Américas.
Hoy este tipo de cartel cultural aún acompaña algunas obras de teatro, festivales de música y de cine. Entre los más conocidos están los realizados por Monzón para el Havana World Music, y los de Nelson Ponce para la EICTV.
También tuvo amplio desarrollo desde 1959 el cartel político que, como herramienta ideológica, acompañó al nuevo gobierno para transmitir un mensaje claro sobre los cambios estructurados y consolidar otra imagen del país. El primero de ellos fue el realizado por Eladio Rivadulla para el Movimiento 26 de Julio, y circuló el propio 1 de enero de 1959.
De los siguientes años fueron muy conocidos los de Raúl Martínez, en los que a partir del recurso repetitivo del arte pop, representaba los rostros de campesinos junto a los líderes y héroes del movimiento revolucionario. Estos carteles decoraron centros laborales y colegios, haciendo presente las figuras de la nueva dirección del país. Otros sirvieron para recordar las marchas del Primero de Mayo, los aniversarios del 26 de julio, la victoria de Girón y la guerra de Vietnam; así como para subrayar consignas o ideas, como el realizado por Eufemia Álvarez, en el que la V de revés se expande para convertirse en victoria.
Otros carteles ayudaron a concienciar sobre campañas de higienización (Limpia tu ciudad, de Rivadulla en 1959) y de ahorro energético, de agua y aceite lubricante (como los de Félix Beltrán en 1969). En su conjunto, tanto los carteles culturales como los políticos han sido muy efectivos en su labor divulgativa y un hito en la historia del diseño por su excelente calidad artística. Ellos han acompañado y documentado sucesos sociales, políticos y culturales que marcaron el carácter de los últimos 60 años. Su fuerza comunicativa y testimonial motiva a los actuales diseñadores a seguirlo empleando con igual lenguaje creativo. Ejemplos destacables de los últimos años son los carteles desarrollados en apoyo al Movimiento San Isidro, así como los que, en homenaje al cartel cinematográfico, trataron la pandemia de Covid-19.
El cartel cubano del ICAIC del período que señala la autora, décadas de los 60 y 70, fueron en ocasiones más creativos artísticamente que el propio filme que promocionaban. Gracias por esto.
Artículo profesional, documentado y bien escrito. Felicitaciones a la autora. Yaneli, me gustaría un artículo sobre el diseño gráfico en las editoriales cubanas, como los realizados por Umberto Peña para la Casa de las Américas.
Don Sariol, no sólo los de Umberto Peña, sino también los de Esteban Ayala, Francisco Masvidal, José Manuel Villa o Morante.