Las elecciones presidenciales de EEUU, que en este 2020 han estado rodeadas de incertidumbre y contradicciones, ponen nuevamente sobre el tapete la discusión sobre la vigencia del sistema electoral de ese país, repleto de particularidades.
Con sus proyecciones, los grandes medios de prensa han dado por irreversible el triunfo del demócrata Joe Biden, y buena parte del mundo democrático occidental le ha dado ya el reconocimiento de presidente electo al exvicepresidente. Sin embargo, el actual mandatario, Donald Trump, no ha dado su brazo a torcer y se niega a reconocer el resultado electoral. Usando sus redes sociales, sin aportar mayores "pruebas", Trump ha denunciado un fraude en su contra.
La tesis del fraude no ha calado ni en las instituciones, ni en las filas del propio Partido Republicano, que respaldó su candidatura. El expresidente George Bush y su hermano Jeb, gobernador del estado de Florida, saludaron la elección de Biden como presidente de EEUU. Ambos tienen un peso simbólico dentro de este partido, que podría desmarcarse de las denuncias de Trump.
Para el público internacional, en tanto, las elecciones de este noviembre en EEUU han puesto en el foco el funcionamiento del sistema electoral en la principal potencia mundial.
"En Estados Unidos, son más de 3.000 elecciones que se hacen a escala local. Los condados tienen sus criterios y esto ha generado problemas que aumentan elección tras elección. La elección por correo y los procesos de totalización de la información han dejado más dudas que certezas", comenta a DIARIO DE CUBA el politólogo y experto en temas electorales Leandro Querido.
Querido, director de la ONG Transparencia Electoral desde Buenos Aires, admite que los puntos débiles del sistema estadounidense "generan incertidumbre y conflictividad".
"No es la primera vez que se habla o se trata de reformar al sistema electoral, pero hasta ahora no se ha avanzado. EEUU es un país de tradiciones y difícilmente se harán transformaciones profundas o radicales", explica por su parte el periodista venezolano Eugenio Martínez, quien fue observador en la ciudad de Los Ángeles de estas votaciones norteamericanas.
El principal problema estriba en que lo que votan los estadounidenses no es a su presidente, sino a los delegados de sus estados en el colegio electoral. Todos los estados, con la excepción de Nebraska y Maine, conceden los delegados que por población le correspondan al candidato más votado, independientemente de si la victoria ha sido solo por un puñado de votos.
Con el sistema vigente, quien consiga sumar la mayoría de los 270 delegados en el colegio electoral, aunque no haya obtenido más votos, puede convertirse en presidente del país. Esto ocurrió en varias oportunidades en el siglo XIX y en dos momentos históricamente más recientes.
En 2000, el republicano George W. Bush fue elegido presidente con 271 votos electorales después de que se le adjudicaran los delegados de Florida, pese a que el demócrata Al Gore había logrado casi 450.000 votos más en todo el país.
El propio Trump se impuso en 2016 sobre la demócrata Hillary Clinton al conseguir los 270 electores, pese a que la antigua secretaria de Estado recabó más de dos millones más que el republicano.
"Trump, como buen actor antisistema, optó por tratar de deslegitimizar al sistema y lo tratara de seguir haciendo, pero hasta ahora ha prevalecido la institucionalidad", contextualiza Martínez.
A juicio de Querido, una revisión a fondo y eventual reforma del sistema electoral de EEUU comprende a su juicio tres ámbitos, uno de ellos de carácter regional a través de la Organización de Estados Americanos (OEA).
"La primera tarea sería empoderar a la FEC (Federal Electoral Comission). Dotarle de capacidad institucional y presupuestaria para hacer un serio trabajo de monitoreo y homologación de procedimientos electorales", dice el politólogo argentino.
"La segunda es reforzar la capacidad de la Comisión de Asistencia Electoral que surge a instancia de la Cámara de Representantes", precisa Querido.
La tercera dimensión, que según Querido, podría jugar un rol positivo sobre el ahora escrutado sistema electoral norteamericano, es la OEA.
Justamente la OEA, a través de su secretario general, el uruguayo Luis Almagro, descartó que hayan ocurrido irregularidades en el reciente proceso electoral.
"La OEA tiene un trabajo trascendental en el hemisferio de fortalecimiento democrático. Recién su primera misión de observación en EEUU fue en 2016. Ahora en 2020 fue su segunda participación", sostiene el director de Transparencia Electoral.
En su opinión, el necesario refrescamiento que debe vivir el sistema electoral de EEUU podría tener en la OEA la experticia técnica y la distancia política para avanzar en un asunto que sería espinoso.
Martínez, por su parte, dice que un camino al cual podría apuntarse sería en "unificar entre los estados (de la Unión) algunas tecnologías electorales". Otro asunto que este experto electoral ve factible sería replicar en el resto de estados el sistema de Nebraska y Maine.
En el resto de estados el ganador se lo lleva todo, en tanto en Nebraska y Maine los electores del colegio electoral se reparten según haya quedado la votación en los diversos circuitos para la elección de la Cámara de Representantes.
"Obviamente hacerlo de esa manera hará más compleja la elección, pero podría ser una forma de modernizar parcialmente al sistema", sostiene este periodista especializado en elecciones y observador de diversos procesos en el continente.
La posibilidad de que se reforme el sistema electoral pasará por generar un consenso político amplio que no parece viable dado el clima de polarización. Los demócratas, tras estas votaciones, mantendrán el control sobre la Cámara de Representantes, pero los republicanos seguirán de momento al frente del Senado.
No se puede vivir en 2020 con leyes y reglamentos de 1776 y ese es el problema de America y su sistema electoral. No es que sea justo ni injusto, es diferente y legal, pero no se adpata a los tiempos, empezando por la Segunda Enmienda.