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Opinión

Maduro bajo operación

'Como observa Stephen Kotkin, una vez que la sociedad civil es aniquilada, el cambio solo parece destinado a venir de la sociedad incivil.'

Miami

Nicolás Maduro estuvo a punto de huir a Cuba el martes por la mañana. Algunos de sus hombres de mayor confianza estaban (¿están?) en conversaciones secretas con la Casa Blanca. La mayoría de los venezolanos lo quiere lejos, preso o muerto. EEUU, la Unión Europea (UE) y las principales naciones latinoamericanas, entre otras muchas, no lo reconocen como legítimo presidente de Venezuela. Su obra de gobierno es hambre, tortura y corrupción. Carece de prestigio y carisma. Si habla, suena como un imbécil. Si calla, luce cobarde.

Sin embargo.

A la tarde del viernes, cuando escribo esta nota, Maduro sigue en el poder, con sus generales alzando el puño triunfal, sus esbirros acribillando a los manifestantes en la calle y una parte de sus principales opositores refugiados en el búnker de la prudencia. Sobre la cabeza de su némesis, el valiente presidente interino Juan Guaidó, quien al amanecer del martes despertó en nosotros la ilusión de una Venezuela libre, vemos a ratos flotar la aureola del mártir.

Cualquier dictadura de derechas se hubiera venido abajo. Bajo el peso de las sanciones, los empresarios estarían en rebelión. Para los intelectuales se haría insoportable el espectro del aislamiento externo y la censura interna. Desde los cuarteles, los generales sacarían de sus gavetas el texto de la Constitución como ominoso anticipo antes de sacar las armas. Informados por unos medios independientes de alcance nacional, con electricidad y conexiones para acceder a las redes globales, transporte para moverse a lo largo y ancho del país, y un mercado que funcione a un razonable nivel de accesibilidad y oportunidad, los ciudadanos mantendrían su autonomía. Todos sabemos lo que sigue.

Para los dictadores de derecha, la sociedad civil puede ser un estorbo. Pero nunca tendrán los instrumentos económicos, morales y policíacos (mucho menos la solidaridad internacional) para convertirla en un espejismo. Por eso, Somoza no consiguió sofocar a la guerrilla sandinista. Por eso, Pinochet y los dictadores del Cono Sur tuvieron que convocar elecciones. Por eso, las sanciones de Occidente lograron desmantelar el sistema de apartheid en Sudáfrica. Vista la otra cara de la moneda, por eso es que las dictaduras de izquierda muy rara vez caen por la presión desde abajo y/o afuera. Cuba, en ese triste sentido, es un ejemplo. Eliminadas las vías de participación ciudadana, el aparato represivo se puede dar el lujo de una oposición legítima siempre que no pase de la denuncia a la movilización.

Como observa Stephen Kotkin en su libro Uncivil Society (2010), una vez que la sociedad civil es aniquilada, el cambio solo parece destinado a venir de la sociedad incivil. Tal es el caso de la Unión Soviética y las dictaduras comunistas de Europa del Este. Independientemente de la diversidad histórica y las circunstancias, el aparato policíaco y la estructura económica colapsan antes de que la gente se atreva a salir a la calle. Las dos excepciones son Rumania y Polonia. En Rumania, la irracionalidad distópica del líder había arrasado con la propia racionalidad de su elite, encargada de gobernar sobre un pueblo empobrecido hasta el letargo que ya no podía absorber otro grado de doctrina, miseria ni terror. A Polonia la favoreció frente a nazis y comunistas esa irreductible diferencia anclada en el catolicismo que llevó a Karl Marx a clasificarla como una nación "no digerible". La única nación del este europeo, según Jonathan Schell, que se atrevía a actuar "como si ya fuera libre".

La excepcionalidad venezolana de hoy se debe a dos factores. Primero, Guaidó, quien ha tenido el coraje de tomar toda la calle que ha perdido Maduro. Esta vez, los jóvenes que caen bajo las balas de la dictadura saben, por lo menos, que su líder también está dándole el pecho a los francotiradores. Luego, el apoyo inapelable de la administración del presidente Donald Trump. El equipo de la Casa Blanca ha conseguido formar una coalición latinoamericana y europea que transforma el panorama estratégico del hemisferio. Sus adversarios claman que se ha resucitado la Doctrina Monroe. No hay que temer a las palabras. La historia demuestra que cuando América deja de ser para los americanos viene a dar en el abismo con los rusos, los chinos y hasta los iraníes. A la hora de las definiciones, Cuba pierde la máscara de David y queda en la foto como una parásita y trémula Celestina. Si Moscú le dice a Maduro que se quede no es disparatado presumir que no se vaya sin Moscú. A mediodía del viernes, Trump y Putin hablaron por una hora. El lunes se reunirán en Finlandia el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el canciller ruso Sergei Lavrov. A buen entendedor…

Lenin decía que las revoluciones estallan cuando la sociedad se niega a ser gobernada como antes y las elites ya no pueden gobernarla como antes. El liderazgo de la sociedad incivil venezolana no responde al programa de una ideología ni a una pasión nacionalista. Son narcotraficantes multimillonarios. Ajenos a cualquier reserva moral, libres de cualquier compromiso teórico, la lógica de la supervivencia los empuja a una solución pragmática. No serían los primeros ladrones ni los últimos asesinos en ponerse la inmune toga de los parlamentarios. Aquí es donde está el peligro para Guaidó, Leopoldo López y los venezolanos que luchan por una plena restauración democrática. Ojo que la batalla contra la dictadura no los arroje a la cohabitación. Sería una contradicción llamarle a eso Operación Libertad.

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