Este martes 30 de abril me despertó en Caracas una llamada telefónica:
"Mira lo que está sucediendo, Juan Guaidó está con unos militares en La Carlota [base aérea militar de Caracas]".
Eran las 6.30 de la mañana. Tras sopesar pros y contras, dos horas después emprendí viaje por tierra desde la capital venezolana hasta Barquisimeto, la ciudad en la que está mi casa y mi familia.
La sorpresa mayor no fue ver a Guaidó —el presidente encargado de Venezuela, reconocido por más de 50 países de Occidente— junto a militares. A fin de cuentas, en su discurso de los últimos tres meses ha insistido en la necesidad de que las Fuerzas Armadas, hasta ahora bajo la égida de Nicolás Maduro, se pongan al servicio de la causa democrática.
La sorpresa en realidad fue verlo junto a Leopoldo López, el preso político venezolano más emblemático, quien tras varios años en prisión se hallaba detenido en su casa. López comentó que sus carceleros también se rebelaron.
El clima de rebelión de Caracas, especialmente en torno a la base militar de La Carlota, me hizo dudar de emprender el viaje de regreso, pero también me parecía importante pulsar el ambiente más allá de la capital venezolana.
Fue un viaje extraño. Poco tráfico de vehículos, ninguna alcabala o puesto de control activo por parte de uniformados en la vía, suministro de gasolina normal, comercios en la carretera medio abiertos y sin clientes.
Todos los vehículos parecían, al igual que nosotros, deseosos de llegar a su destino. No había ningún viajante con características de ir de paseo.
Pasar por Maracay, la capital del estado Aragua, y lugar en el que se concentran el mayor número de guarniciones y armamento militar del país, resultaba una prueba de fuego. Pasamos por allí a media mañana del día de la rebelión. No había ninguna señal de violencia, no había aviones sobrevolando la ciudad ni tanques militares de un lado a otro, como se podría suponer en un día como éste.
En las inmediaciones de Valencia, la capital del estado Carabobo, otrora polo industrial del país, pudimos presenciar protestas aisladas, con pocas personas en diferentes puntos de la carretera. Se manifestaban en contra de Maduro, no observé a nadie en todo el trayecto manifestándose en contra de Guaidó.
Como la gran mayoría de venezolanos, estuve todo el trayecto sin información. Las radios que lográbamos sintonizar, en su gran mayoría, ponían solamente música, como si nada ocurriese en Venezuela. Las emisoras chavistas repetían su acostumbrada propaganda. Por aquí, por allá, alguna emisora sí daba cuenta de los hechos de este 30 abril.
De hecho, en nuestra salida de Caracas estuvimos sintonizados a Radio Caracas Radio (RCR), una estación pionera en Venezuela, con 89 años de existencia. Allí pudimos escuchar análisis críticos y lectura de mensajes de los oyentes, dando cuenta de lo que sucedía en las calles de la capital.
Al llegar a Barquisimeto ya era oficial que el régimen de Maduro la había censurado; funcionarios de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones sacaron del aire a RCR en el transcurso de la mañana.
Atravesar el estado Yaracuy, uno de los más chavistas de Venezuela, no reportó ninguna sorpresa. Todo estaba más o menos igual que un día cualquiera.
Barquisimeto, la capital del estado Lara, había sido objeto de algunas acciones represivas del régimen. Básicamente se utilizaron bombas lacrimógenas para dispersar a los manifestantes. En algunos casos, por primera vez, se registraron manifestaciones frente a instalaciones militares en la zona popular de Pueblo Nuevo, al oeste de la ciudad.
Para poder saber eso, sin embargo, es necesario tener un amigo allí, que te lo cuente y que sea fidedigno su testimonio. Y así ha sido este día de rebelión. Un día de mucho silencio, en realidad, y llamativamente de casi ningún uniformado en un viaje de 369 kilómetros por cinco estados o provincias de Venezuela.