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América Latina

Colombia y México: discutir las certezas

Se alude a la imposibilidad de una deriva chavista en ambos países con la misma simpleza con que se alerta de su inminencia.

Ciudad de México

A punto de celebrarse elecciones presidenciales en México y Colombia, la polarización se instala en el ámbito político y discursivo de ambas naciones. Dos países atravesados por profundas crisis de derechos humanos y con niveles de pobreza y desigualdad provocados por políticas neoliberales. Se trata, según el prisma hegemónico en cierta izquierda, de elegir al candidato del cambio, sacar una clase política corrupta y sacudir el sistema. Temo que no.

En México, Andrés Manuel López Obrador pertenece a la tradición nacional-popular del viejo PRI. En Colombia, Gustavo Petro es un exguerrillero reinsertado en la civilidad democrática. Ambos dirigieron gobiernos metropolitanos —satisfactoriamente en México, DF; cuestionado en Bogotá— que impulsaron políticas sociales capaces de coexistir con la democracia liberal. Pese a su estilo confrontacional, no han sido, como los presenta el antipopulismo radical, autócratas. Lo repito: no han sido.

Se alude a la imposibilidad de una deriva chavista en México y Colombia con la misma simpleza con que se alerta de su inminencia. Pero los progresistas bolivarianos, defensores de López Obrador y Petro, no hacen sincero balance de cómo en Venezuela —y en sus aliados regionales— se pasó de lo coyunturalmente populista a lo sistemáticamente autoritario. ¿Era previsible? ¿Qué factores culturales, institucionales y personales hicieron posible tal deriva? ¿Cuánto de ocultamiento hábil hubo —bajo el mantra de la democracia popular— en ChávezEvoCorrea para llegar al poder? ¿En qué tiempo y modos esos líderes traicionaron compromisos originarios —plasmados en las respectivas constituciones— para, apartando a los progresistas moderados, permanecer en el poder y anular el pluralismo? ¿Cómo está hoy Venezuela, comparada con 1998?

López Obrador, fiel a sus genes priistas, ha evitado condenar la dictadura venezolana. Petro sí lo ha hecho, cambiando radicalmente su postura, sin acompañarla de una autocrítica. Siendo el mayor desastre político y humanitario de la actualidad latinoamericana, Venezuela es un tema de obligado y coherente posicionamiento para cualquier candidato progresista en la región.

Por otro lado, los antipejistas y antipetristas furibundos privilegian su rechazo al fantasma chavista, sin reparar cómo los capitalismos generadores de exclusión, las elites corruptas y la violencia social (y política) de estas democracias frágiles son las mejores incubadoras de rupturas radicales. Y cómo las víctimas de hoy exigen respuestas a sus muy reales agravios.

A los venezolanos les sobra memoria histórica de cómo se gestó el desastre. A mexicanos y colombianos les sobra certidumbre de que nada puede ser peor que el presente. Todos tienen sus dosis de razón. Ojalá el futuro destierre, en todos los casos, los demonios del pasado y el malestar del presente.


Este artículo apareció en el diario mexicano La Razón. Se reproduce con autorización del autor.

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