Con dos enormes orejas que le dan la apariencia de un peluche pintado, el perro salvaje africano es uno de los depredadores más eficientes del mundo. Siete de cada diez animales sobre los cuales una manada posa sus ojos se convierten en alimento. Su técnica, casi infalible, es muy simple: atacar por todos lados de modo que la presa no sea lo suficientemente fuerte por ninguno.
Cualquier estratega con algunas luces sabe que es imposible ganar cuando se está rodeado de enemigos. Si, además, la tendencia es a crear más adversarios que aliados, la suerte está echada. Aun a riesgo de ser ligeros y pese a sus éxitos en mantenerse, quienes están tras el poder en Cuba hoy no son buenos estrategas.
En medio de un noviembre lleno de complicaciones —como los han sido casi todos desde que en 2020 la sentada frente al Ministerio de Cultura marcara una especie de "despertar cívico"—, el juicio celebrado este martes 28 en la ciudad de Matanzas a la intelectual Alina Bárbara López Hernández y el proceso que está por venir marcan un nuevo e interesante capítulo de ese desperezamiento ciudadano, cuya magnitud difícilmente puede preverse.
La profesora, dotada de tanta agudeza en sus análisis como coraje y perseverancia en sus manifestaciones, desde marzo pasado ha salido al matancero Parque de la Libertad —paradójico nombre para un sitio que conoce la represión— con reclamos materializados en cuatro puntos que bien pudiera asumir cualquiera, con independencia del color político que guíe sus actos:
- Una Asamblea Nacional Constituyente elegida democráticamente para redactar una nueva Constitución aplicable en todas sus partes.
- Que el Estado no se desentienda de la crítica situación de ancianos, jubilados, pensionados y familias que están en pobreza extrema.
- Libertad para los presos políticos sin exilio obligatorio.
- Cese del hostigamiento a personas que ejercen su libertad de expresión.
Pese a la sencillez con la que están formulados, estas demandas apuntan hacia los pilares sobre los cuales se sustenta el deformado edificio del poder autoritario cubano y cuyas raíces y aplicaciones sin control han generado buena parte de la actual situación en el país.
En primer lugar, a una Constitución que al tiempo que reconoce derechos fundamentales, designa al Partido Comunista "fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado", con lo cual lo ubica sobre las leyes y más allá de estas, como una espada de Damocles que pende sobre las cabezas de los cubanos que aspiren a ser más ciudadanos que súbditos.
La inclusión de derechos como el de manifestación, que inicialmente se creyó motivada por objetivos de actualización del modelo político, obedeció a un momento reformulación de las relaciones internacionales del régimen —no olvidemos las negociaciones con el Club de París en 2015 y la firma del Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación con la Unión Europea en 2016— y de coqueteo con EEUU que concluyó con el restablecimiento de relaciones diplomáticas.
Conocedores de lo cambiantes que son los ánimos del mundo, como reza el refrán popular, inventaron la ley y la trampa: garantías por un lado para satisfacer al extranjero y Partido como ente superior cuasi divino por otro, con todo lo que eso implica, para controlar al nacional.
En segundo lugar, las demandas apuntan a un sistema económico no solo ineficiente e improductivo, sino basado en principios de competencia dispareja, clientelismo y discrecionalidad, que ha profundizado las desigualdades y generado una clase que sirve al establishment —muchas veces relacionada con este por vínculos familiares, afectivos o de formación— con tal de no perder sus privilegios.
Como contrapartida, las inversiones públicas, aprobadas sin cuestionamiento por una Asamblea Nacional tan grande en número como anémica en actuación, desde hace más de diez años han abandonado sectores clave como la agricultura, a la cual se destinó en 2022 solo el 3,3% del monto total, o salud pública y asistencia social, en lo que se gastó el 2,1% en igual año. Ello, y no solo el embargo norteamericano como repite cansonamente el discurso del Gobierno y sus medios de propaganda, explica la situación de pobreza de miles de familias.
Finalmente, el tercer y último pilar al que apuntan los reclamos de la profesora, es el brazo ejecutivo de ese sistema político y su modelo económico: la represión, cuyas formas van desde actos de repudio barriales y despidos laborales hasta interrogatorios, detenciones y largas condenas, como las que sufren los cientos de presos políticos que llenan las cárceles cubanas.
Con estos truenos no asombra que hace años los noviembres sean convulsos: el sistema genera más exclusión que inclusión y sus contrapesos históricos —garantías de salud, educación, seguridad, etc.— han dejado de existir de la mano de la nueva dirigencia, creada en el laboratorio de la "política de cuadros" para administrar la finca sin cambiar nada. Pero para administrar una finca hace falta talento y olfato, aunque los perros que la cuidan estén bien entrenados.
Esa anosmia política es la que en el caso de Alina Bárbara los ha llevado a un callejón cuyas salidas son complejas. La profesora es una mujer de mediana edad, reconocida y premiada por las instituciones cubanas y con fuertes apoyos internacionales, no planea irse del país y tampoco parece ceder ante sus presiones. ¿Qué hacer entonces con ella? Hasta el momento les han fallado los recursos habituales, usados con otros.
¿Estarán dispuestos a seguir desgastando su ya muy desgastada imagen? Cada acto de bajeza y represión les suma nuevos enemigos y, mientras avanzan en esa espiral de torpezas, borran los colores políticos de las personas, a quienes las unen más el rechazo común a la opresión que las concepciones ideológicas.
La gente de San Isidro, los del 27N, los del 11J, Archipiélago, los activistas independientes, los que han protestado aquí y allá exigiendo comida, agua o electricidad; los periodistas, los intelectuales, las madres, los médicos, Alina y quienes la siguen... la lista continúa y aumenta, como también el miedo del represor materializado en actos cada vez más desmesurados.
Cuando los ciudadanos entienden que el cambio está en sus manos, se vuelven perros salvajes y los tiranos, sus presas. Nunca antes estuvo tan lejano el "ellos" del "nosotros". Eso explica su miedo, que inunda Cuba. Hacen bien en sentirlo.