La disputa interna de las Damas de Blanco, ventilada en redes sociales y medios del exilio, ha sido un suceso lamentable. Evidencia que los grupos de la sociedad civil cubana requieren de estatutos claros, mecanismos democráticos internos, y vías consensuadas y predefinidas para la resolución de conflictos.
Además de examinar con autocrítica las formas utilizadas, las Damas de Blanco deberían resolver puertas adentro la grave crisis que enfrentan, en lugar de ventilar sus posturas en la prensa o filmar sus discrepancias internas. Esta manera de actuar lleva a dislates tales como la encuesta publicada por el diario El Nuevo Herald, sobre si la líder del grupo debe o no renunciar.
Quienes desde el exilio exigen públicamente esta renuncia, deberían abogar por el desarrollo de cauces de democracia interna en los grupos, y abandonar la tentación de teledirigir las organizaciones internas. Cualquier petición de renuncia o de cambios en esas organizaciones solamente corresponde a sus miembros en activo, dentro de Cuba.
Por su parte, quienes han clasificado la disputa de las Damas de Blanco como "acto de repudio", pasan por alto que los mítines castristas implican la fuerza y los recursos del Estado, todo el aparato policial y parapolicial de parte de los agresores. Dichos actos nunca cuentan con una interlocución inicial como hubo en este caso, ni tampoco con intentos de mediación o apaciguamiento, rol que sí jugaron algunas de las mujeres presentes en el incidente.
En tan solo dos meses, la Cumbre de las Américas será la primera oportunidad de la sociedad civil cubana de mostrarse internacionalmente como una alternativa al régimen. Esto exige unidad y un mensaje firme y cohesionado.
De los desafortunados sucesos acaecidos en la agrupación de las Damas de Blanco, y más aún ante el reto de la Cumbre de Panamá, corresponde sacar lecciones y centrarse en lo esencial: la lucha por la democratización en Cuba.