El campeonato cubano de béisbol número 62, que concluyó este viernes con la victoria de Las Tunas, es quizás uno de los más atípicos de las últimas décadas, por el gran contraste que existió entre su etapa clasificatoria y la postemporada.
Después que peloteros y aficionados vivieron la peor fase regular que se recuerde, en la que el mayor espectáculo deportivo del país fue dejado al garete por los dirigentes, hubo un cambio drástico a solo unas horas de comenzar los playoffs.
Muchas vicisitudes y problemas de todo tipo relacionados con el transporte, la alimentación de los atletas y el alojamiento, entre otros, se unieron a la incapacidad de los directivos, la poca información, los juegos en horario laboral y un calendario agotador, para alejar a los fanáticos de los estadios.
Alguien en las altas esferas políticas cubanas comprendió que una Isla que baila en la cuerda floja desde hace unos años, producto de una grave crisis económica, en la que escasea el pan, tenía al menos que mantener abierta la función de circo para apaciguar las quejas. Y sacó un conejo de la chistera.
Un día antes de comenzar la postemporada, se dio la orden de alumbrar todos los estadios para que se jugara de noche; aparecieron las unidades de remoto para transmitir todos los desafíos; se habilitaron varios canales de televisión para ese fin, y no se escatimó en gastos.
Todo lo que fue negado en cuatro meses de torneo, se solucionó con un chasquido de dedos y, aunque los fieles seguidores de este pasatiempo piensan que todo esto no es más que una mera ilusión, llenaron los graderíos y disfrutaron de un espectáculo que ya estaban olvidando.
Así las cosas, los Leñadores tuneros alcanzaron su segunda corona nacional al barrer en cuatro partidos a los históricos Industriales, algo que había sucedido otras seis veces en una serie final, pero jamás a un equipo capitalino.
Era un resultado esperado y así lo vaticinamos en DIARIO DE CUBA, pero nunca pensamos que ese triunfo llegaría en apenas cuatro juegos, ni que los ganadores lo harían de una manera tan aplastante.
Solo para que los lectores tengan una idea de lo ocurrido en ese duelo, basta con decir que Industriales promedió al bate para un anémico .194, tuvo una efectividad de apenas el 15,15% al impulsar corredores en posición anotadora y sus lanzadores permitieron que se les embasaran casi dos bateadores por entrada.
Por el contrario, los orientales exhibieron un average ofensivo de .336 y sus lanzadores solo aceptaron 1.50 carreras limpias por juego completo. De ahí su dominio total.
Un detalle empañó esta fase final del campeonato fue la mala calidad de las pelotas usadas. No está claro si la Comisión Nacional compró esféricas de entrenamiento o fueron timados por Teammate, una firma que ya tiene un largo expediente de quejas, desde que rubricó contrato con las entidades deportivas cubanas.
Lo cierto es que apenas se conectaron un par de cuadrangulares en este playoff definitorio, lo que constituye un récord para estas instancias. La menor cantidad de vuelacercas era de tres en el año 1977.
No obstante, el campeonato dejó un buen sabor en la boca de los aficionados y demostró que los habitantes de esta sufrida Isla llevan en vena este deporte, declarado Patrimonio Cultural.
Desatenderlo u olvidarlo es un pecado y corre el riesgo de perderse la identidad y el capital simbólico acumulado. Ya los cubanos han perdido bastantes cosas a lo largo de la historia.
En el venidero mes de noviembre comenzará la II Liga Élite del Béisbol Cubano con la participación de los seis equipos mejor ubicados en esta serie nacional, reforzados con una decena de peloteros de los conjuntos que quedaron fuera.
Esperemos que alguien haya aprendido la lección y que el deporte nacional de los cubanos no vuelva a ser lanzado a la hoguera, como trataron de hacer sus ineptos directivos en esta temporada.