Pasan las 2:00 de la tarde y en cualquier estadio de la Isla se juega béisbol a más de 30 grados de temperatura. Esta temporada no hubo los típicos acondicionamientos a priori de las ya vetustas instalaciones. A lo sumo, un chapeado del terreno.
No hay presupuesto para gastarlo en pinturas ni para reacomodar colchones, tampoco para recolocar con alguna grúa las gigantografías que muestran a los ídolos de los equipos. Así, en el suelo, se pierden con los aguaceros del verano cubano.
La estética no es el fuerte de los dirigentes de la pelota. El estadio de Santa Clara tiene pocas luces, y como no hay combustible, no se encenderán en ninguna subserie. La crisis económica no es una noticia nueva, hace rato que se mueve a hurtadillas en todos los espacios. El béisbol es uno de sus sitios favoritos.
Pero hay algunos que viven la crisis y el sofocante calor en el estadio de otra manera. Por la banda de tercera base, una docena de hombres de diferentes edades se sienta escalonadamente a lo largo de una sección de gradas de cemento. Algunos traen alcohol, algo que se prohibe consumir en los estadios, aunque todos lo hacen. Los pocos policías que hay revisan sus celulares de espalda a ellos. También de espalda a las apuestas, que es el por qué esas personas se reúnen partido por partido en el mismo lugar. Todos en el estadio, desde el administrador hasta los guardias que "velan por la tranquilidad", saben quiénes son y lo que hacen. Nadie los molesta.
El chico no debe pasar de los 11 años. Está sentado frente a mí con más de 50 CUC en las manos, denominaciones pequeñas. También tiene moneda nacional. Acaricia los billetes con precisión, sonríe, bromea sobre los chistes insulsos con quienes le rodean, pide un cigarro y se lo dan. Fuma. Se da un trago.
"Te apuesto 50 pesos a que no llega a primera base", le dice uno que a lo largo de la tarde no despilfarrará demasiado. "Voy en esa, a que da una línea", le contesta el chico.
Batea Villa Clara, y pienso que lo más lógico sería ir con el cuidadoso. Si hay alguna novena raquítica a la ofensiva, es ésta. Las probabilidades van en contra del chico. Un bateador de naranja tiene más posibilidades de poncharse o de dar un rolling al cuadro, que de conectar un hit o siquiera levantar un fly a los jardines. Se sucede la acción, el que pierde da el dinero.
Cuando el juego se pone más intenso, la cantidad de billetes en las apuestas también se eleva. Si un jugador está por anotar es momento de apostar en CUC, la moneda fuerte. Algunos van porque el corredor en base entra a home, los más atrevidos eligen un doble play. El dinero sigue rotando de mano en mano, el alcohol también. El de mi lado no apuesta, solo mira. Pienso que llegará el momento en que lo haga, que solo está siendo cuidadoso. Hasta que comenta que ya ha perdido mucho dinero ese día, pues ha ido apostando en otros juegos. Todo le ha salido al revés.
Son los mismos. Se conocen y los conocen. Ocupan el mismo espacio en el estadio desde hace décadas, y se les siguen sumando partidarios. Al chico de once años no le ha ido tan mal.