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Opinión

El acuerdo de los peloteros: acierto, zona gris y trampa

El acuerdo firmado entre la Federación Cubana de Béisbol y las Grandes Ligas de Estados Unidos tiene varios aciertos, una zona gris que puede hacerlo fracasar, y una trampa.

Madrid

El acuerdo firmado entre la Federación Cubana de Béisbol y las Grandes Ligas de Estados Unidos tiene varios aciertos, una zona gris que puede hacerlo fracasar, y una trampa.

El principal acierto es que, de implementarse, la calidad de la pelota cubana mejorará, pues esos jóvenes que hoy batean, cogen y tiran sin alicientes en los ruinosos parques de la Isla, tendrán ahora la posibilidad de alcanzar un contrato que les permitirá ganarse la vida de manera digna y profesional.

Mientras, en el centro de la zona gris se halla un Gobierno cubano siempre ávido de recursos, aún más con los porcientos que según el acuerdo deberán pagar los clubes norteamericanos por cada jugador contratado. Los jerarcas de La Habana siempre querrán un aumento, de modo que ya buscarán la forma de agenciarse ese extra. Para ello, ni siquiera deberán ponerse demasiado creativos: les bastará con aplicar algunas de esas medidas con las que ya extorsionan a otros cubanos, sean médicos, maestros o demás profesionales. En la letra pequeña del convenio que la Federación nacional firme con cada jugador antes de enviarlo al otro lado del Estrecho de Florida es donde estará el detalle: el dinero deberá ser depositado en bancos cubanos, el dinero se pagará en pesos convertibles, o mediante tarjeta magnética que permitirá comprar solo en tiendas especiales (estatales), el impuesto por la importación de bienes será del 100% del valor de dichos bienes, etc.

La trampa

Usar el argumento de finiquitar el tráfico ilegal de peloteros como base del acuerdo firmado es puro cinismo, pues a los jerarcas de La Habana la suerte de los jugadores de béisbol que en el pasado han escapado de Cuba les ha interesado lo mismo que la de cualquier cubano huido: nada.

De lo contrario, ahora mismo estarían preocupados por el centenar de compatriotas que se hacina en un almacén a las afueras de Puerto España, en Trinidad y Tobago, o por los miles que deambulan a través de fronteras y selvas de Centro y Sudamérica. Si realmente les interesara su suerte, en 1994 habrían renunciado ante el espectáculo de miles de cubanos lanzándose en balsas al mar, o ya habrían permitido a los profesionales del país ser contratados directamente por empresas extranjeras en Cuba o tener negocios privados dentro de sus profesiones, como vía de aliviarles la vida e incitarlos a que no escapen.

Pero aquí lo que importa es el dinero.

Y esta es la trampa: cuando se dice que el acuerdo firmado es similar a los que las Grandes Ligas de Estados Unidos mantienen con las ligas de Japón, Corea y Taiwán, se miente, pues la japonesa, la coreana y la taiwanesa son ligas profesionales; es decir, quienes se benefician de los pagos estipulados en los acuerdos son, directamente, organizaciones y clubes privados, mientras que, en Cuba, todo —tanto la Federación como la liga, los terrenos, los equipos y los atletas— pertenece a los jerarcas. 

Así, nos hallamos ante ese engendro que hoy es la máxima aspiración del neocastrismo: la concreción de un capitalismo de Estado que se pretende extender, poco a poco, a toda la sociedad.

Las historias de decenas de jugadores en manos de mafias de traficantes que los extorsionan y amenazan no son ni más ni menos terribles que las de miles de cubanos que se ven forzados a abandonar la Isla y a exponerse a esas mismas mafias por culpa de la crisis económica y social inducida por esos jerarcas que hoy se declaran preocupados por el destino de los peloteros.

He aquí lo más peligroso del acuerdo firmado: vende la solución (falsa) de una parte del drama, a riesgo de perpetuar el todo.

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