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Narrativa

La negociante y el posible médico

'Lo ve tan manso, en un lugar tan deprimente, triste y quejoso y quiere imaginarse que este señor no es de otro lugar.'

Holguín
Ojo de un caballo.
Ojo de un caballo. Equisens

En el coche tirado por aquel infeliz caballo iban sentadas ocho personas. En silencio. Solo una señora mayor, bajita y menuda, insistía en conversar, y hacía los comentarios de siempre: un calor insoportable, ese sol permanente, no hay manera que refresque... Los demás respondieron lo que siempre se responde: insoportable, terrible, no se puede casi aguantar, cada año es peor, realmente no tiene nombre…Hasta que no hubo más nada que decir del calor que estaban pasando.

La calle era muy larga, y atravesaba el pequeño pueblo de lado a lado. Ella iba hasta el final, fue la única que no habló sobre el calor, y no tenía deseos de hablar de nada. Pasaba por aquel lugar por un negocio que tenía que hacer con un contacto imprescindible que vivía allí. Inmediatamente que lo viera, tomaría otro coche de regreso por la misma calle, luego un carro para el regreso a la ciudad, y prepararse para la gestión final que no podía postergar un día más, porque estaba en unas condiciones económicas tan lamentables que se deprimía mucho cada vez que tenía que pensar en eso.

Fue cuando lo vio caminar muy tranquilo por aquella calle de tierra, brillante por el tanto sol que chocaba en ella y aquel polvo soberano por todas partes que no había manera de burlar por un instante. Era un señor de unos sesenta años, de mediana estatura, canoso, con espejuelos y parecía muy buena persona. Seguramente era médico por la bata blanca que lleva puesta (en muy mal estado, por cierto), y esa expresión que tienen las mujeres y hombres que se dedican a curar a los demás por profesión: taciturna. Ella, la muchacha del coche que está de pasada en el pueblo, por cuestiones de negocios, no se considera observadora, pero se fija disimuladamente en este supuesto médico.

Lo ve tan manso, en un lugar tan deprimente, triste y quejoso y quiere imaginarse que este señor no es de otro lugar. Que, por supuesto, puede serlo. Pero se imagina, y algo le dice que está en lo cierto, que ese señor nació aquí mismo. Le gustó la medicina desde muy joven y logró alcanzar la carrera. Que se fue a estudiarla a la ciudad de donde es ella. Una vez graduado regresó a ejercer en el hospitalito del pueblo, y aquí ha ejercido como médico todos estos años. Ella se olvida de toda la gente en el coche que ahora se anima a hablar de los precios de la comida. Ella ahora ignora el calor y el polvo y le entran unas ganas muy grandes de bajarse del coche, y preguntarle a ese médico que se aleja poco a poco para siempre de su vista, si es feliz.

—¿Es usted feliz, señor? —le diría con su cara de rufiana que no le gusta, pero que la vida le puso ella sin darse cuenta, y lo sabe.

—¿Yo? —él le diría sorprendido a la joven desconocida con cara de rufiana a disgusto, pero que podría ser su hija, además él es muy comprensivo con la juventud?? ¿Usted cree que con mi atavío pueda yo ser feliz? ¿Que con mis estudios y años de servicio como médico, usando estos zapatos destartalados, y esta bata que fue blanca, toda desahuciada, sin poder comer lo que quiero no sé desde cuándo, y sin poder salir a donde quiero con mi familia, puedo ser feliz?

Ella lo pensó de nuevo. Algunas personas se habían bajado del coche y ahora quedaban muy pocas, hablaban del tema de los cambios que pensaba efectuar el gobierno del país para poder subir los salarios de los profesores y económicos, y así el de todo el mundo, porque a nadie le alcanzaba. El posible médico ya casi no se veía, pero seguramente caminaba con la misma armonía y quién sabe si la misma conformidad. Porque podía perfectamente responderle de otra manera ante la misma pregunta de si era feliz. Podía ser esta su respuesta:

—¡¿Cómo no serlo?! —le respondería, incluso mirándola a los ojos sin asustarse por su cara de rufiana, porque con sus años entendería que a todo el mundo no le toca el mismo destino— ¿Tú ves cuán pobre soy y posiblemente ya muera con este mismo y hasta peor nivel de pobreza? También es verdad que pude realizarme como profesional, confieso. Desde muy joven tuve la vocación de médico, me gané la carrera, la estudié y desde entonces la ejerzo con pasión. La vida me permitió realizarme cada día asistiendo a quien lo necesitara en cuestiones de salud, y me siento muy satisfecho por eso. Ah, que no pude vivir con todas las comodidades que debía y me hubiera gustado tener, ¿qué le voy a hacer? Me conformo con pensar que quizás a mis hijos en ese aspecto la vida les sonreirá más que a mí, y que yo debería estar, después de todo, conforme, digo yo, porque a otras y a otros, ni esa satisfacción se les permitió vivir.

La muchacha se encuentra sola en la parte de atrás del coche. En la parte delantera solo está el cochero con su látigo hecho de soga trenzado, y diciéndole: ¡caballooooo! al animal, cerca del final del camino. Le queda caminar a la muchacha un buen trecho para llegar a la casa del contacto que le dará la mercancía para vender en la ciudad. El sol está cada vez más fuerte, y no se ve un puesto de venta de nada, ni para tomar un vaso con agua. El señor, tal vez médico, mal vestido y con ese paso de los que deben nada o muy poco, ya no puede ser visto. No lo volverá a ver más, seguro está de eso. A ella le quedará la duda para siempre de si él era una persona feliz.

Ella no sabrá nunca por qué quiso preguntarle a él, precisamente a él —y no a tantas personas que se encuentran a diario en el camino— ese cuestionable asunto de la felicidad. Tampoco se da por enterada que nunca lo olvidaría, como él nunca sabrá que una muchacha con cara de rufiana quiso saber si él era feliz o no. Ella solo es consciente que necesita tomar agua cuanto antes porque piensa que se va a desmayar, que la mercancía la tenga ese señor que la debe de estar esperando y debe regresar lo antes posible a la ciudad sin problemas, y que el día, además de caluroso, se está mostrando largo y cansado, y que no debe distraerse en el regreso, porque esto no es un paseo. 


Lien Estrada nació en Holguín, en 1980. Ha publicado el libro de cuentos Se busca otra plaza.

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