Una idea estaba fija: que Bertha tocara la puerta. Que Bertha toque a la puerta. Bertha, toca a la puerta: Era la idea que se me imponía antes de yo abrir los ojos, antes de hacer el café, antes de tomarlo con leche y comer el pan con mantequilla, si había. Antes de empaquetar comino desde ese tempranito en la mañana hasta bien tarde casi de noche, para comprar comida, cigarrillos y ron, para algunas noches los fines de semana hacer canchánchara.
Bertha, toca esa bendita puerta a la hora que sea, pero toca la puerta, aunque sea para discutir, gritar malas palabras, y decir que todo es una mierda. No, mejor para besarnos y hacer sexo, y sentir que después de todo la vida no es tan, tan, tan miserable.
Tocaron la puerta justo cuando estaba colando el café. Ese momento que odio que interrumpan. ¡¡¡Va!!!! Grito con rabia, siempre. Siempre, porque odio hacer esperar, porque odio que me hagan esperar, y porque el café no puede esperar mucho, y yo siempre quiero tomar café.
¡¡¡Va!!!!
No es Bertha. Es Manuel. ¡¡¡Qué horror!!!! Pero Manuel nunca sabrá que me cagué en él mil veces en milésimas de segundos, no sabrá que yo espero a otra persona todas las mañanas, y cuando no es esa, quien yo realmente quiero, me dan deseos de asesinar.
—¿Qué pasa?— pregunté sin saludar.
—Es Rene, Miguel. Me preocupa enormemente Rene— me respondió sin darme los buenos días, y no me importó, como ya no me importa nada desde que Bertha me dijo que no quería verme en lo que le quedaba de vida. Muy agresiva la chica, pero yo me mantuve en mis trece hasta el sol de mañana…y si se apaga, hasta la oscuridad de siempre.
Rene es el hermano por parte padre de Manuel, también amigo mío del barrio, de la infancia. Esas criaturas que son para toda la vida, aunque no lo pidamos. No como Bertha, que por mucho que se le ruega, nos dejan plantados con una bicicleta destartalada, maldiciendo a los cuatro vientos. El muy cabrón de Rene se mudó para el otro extremo del pueblo con su familia. Otro lado marginal que de ventaja solo tenían las esperanzas con la mudada, pero tan arruinado como el nuestro, que arruinado, tan desencajado desde siempre como el nuestro, que mataba las buenas intenciones de ser mejores seres humanos desde antes alcanzar la adultez.
—¿Qué pasa?— repetí la pregunta imbécilmente, ya dándole la espalda a Manuel para tomar el dichoso café, y servirle a él una tacita, sin leche ni pan con mantequilla, por haberme quedado sin un centavo para el fin de mes.
—El hombre está perdido, Miguel, y he ido a su casa mil veces para saber de él y ¡¡¡no están ni él ni su tío!!!!!!— contestó Manuel con su carita de mosquita muerta, y tan debilucho que no había momento que no temiéramos por su salud.
Inexplicablemente no me asusté, yo tan asustadizo. Achaco mi falta de interés por la ausencia de la salá Bertha.
—¿Qué tiene?
Hasta cierto punto se justificaba mi pregunta. Rene estaba más loco que el tal Caballero de París de La Habana. Se perdía de vez en vez con sus teorías sobre marcianos, otras galaxias…, otras vidas. Era comprensible por lo que nos había tocado vivir, pienso yo. A unos les da por beber hasta matarse, otras por las pastillas, otros por ir a las iglesias, algunas por todo…a él por inventar tarecos, y empecinarse a detectar señales extraterrestres.
—Yo sé que él se pierde Miguel, no me lo tienes que decir, pero no es para tanto.
—Se habrá ido por fin con los extraterrestres— dije y me reí bajito.
—También con el tío— respondió José con buen humor, que contrarrestaba su gravedad anterior.
—También— dije más risueño aún, sin hacer el menor caso a la historia de Rene, loco antes, desaparecido ahora, según Manuel.
—Como toda esa gente han ido muriendo, tú. Su mama, su tía, los únicos sobrevivientes su hermana que se fue para Cienfuegos, y su tío con noventa y tantos años. Se ha quedado solo con el único que no quiere morirse.
—Solo, dentro de poco se quedara solo. A mí me queda un montón, tú la misma historia; pero el pobre Rene dentro de nada solo le quedara los tarecos y las ilusiones de un día contactar con un extraterrestre.
—Qué cosa, ¿verdad?— me preguntó ahora Manuel, con la misma cara de angustiado cuando tocó la puerta, y descubrí que no era Bertha— La gente rogando por encontrarse un extranjero para salir de esta isla insoportable por todos lados, y él rogando por un extraterrestre, ¡¡¡mira que es exagerado!!!
—Y dígalo— dije mirando mi cocina desvencijada, ya sin leche, ya sin café, con el último sorbito tomado por Manuel que no tiene que enterarse que se había tomado el último, y luego escuchar la bulla del resto de la gente de la casa.
—Bueno, ¿qué hacemos entonces?— me preguntó resuelto Manuel, queriendo apartarme de mi embeleso, de mis cominos, de Bertha, de mi destino, queriendo o sin querer, obligarme a preocuparme con su preocupación.
—No sé— dije— ¿Mil veces fuiste?
—Sí.
—¿Lo llamaste bien llamado?— volví a preguntar sin apuro, tan o más indiferente que al principio, y para colmo sin disimularlo.
—¿Pero qué te pasa?, ¡¡¡hombre!!! ¡¡¡Te digo que sí!!!, ¡¡¡no es mala apreciación mía!!!
—¿Se habrá muerto con el tío?— pregunté en tono de chiste que a Manuel no le hizo la menor gracia.
—No tiene gracia, viejo.
—Perdón— pedí disculpas en serio. Y de súbito, como si hubiera sido despertado de un profundo sueño por una bomba, volví a la realidad. Por primera vez después de algunos días no pensé en Bertha, si tocaba o no la puerta, ya no era desde donde gravitaba mis demás cuestiones.
Pensé en René.
Esa obsesión suya por la otra vida, no después de la muerte, sino en la única vida que conocemos, la prediquemos como si no. Esos amigos con antenas y de otros colores, con otra piel, con otro lenguaje, tan extraños y desconocidos que quiere conocer. Esos cacharros que se ha inventado con tantas antenas de televisores y radios, circuitos, y alambres de todo tipo que dan la impresión que se quiere electrocutar o va a serlo en cualquier momento… metían miedo por los poros. Esa poca habilidad social para decirle al otro o la otra, cosas tan sencillas como por favor, o gracias, y se enredaba con la menor minimizada. Empecé a preocuparme tanto como lo estaba su hermano.
—Mira, Manuel. No vamos a pensar lo malo— atiné a decir después de pensar en segundos quien era Rene, mi amigo, el hermano de Manuel, el hombre que quiere más comunicarse con extraterrestres que con sus semejantes aquí en la tierra, el pobre Rene que no lo consigue y se está quedando solo. El hombre, obsesionado con sus sueños como yo con Bertha y que ahora no se sabe dónde se encuentra…
—Mira Manuel— repetí— Dale una última vuelta, si en esta mil y una no lo encuentras vienes a verme, y corremos para la policía. Porque si él se fue con los extraterrestres sin avisarnos, nosotros no nos vamos a quedar con esa— esto podía sonar chistoso, pero lo hice más serio que una tusa—, confiemos de todas formas que ahora, cuando tú vayas, te lo encuentres como siempre: sucio, con las manos en grasa, terminando su último artefacto, que con ese si va a conseguir los dichosos marcianos, como siempre dice. Y sus ausencias anteriores es mala suerte de parte tuya, coincidencias con gestiones que tenía que hacer él urgente, como buscar el pan a la bodega, o los mandados al vecino.
—De acuerdo— terminé de aconsejar.
—De acuerdo— me respondió Manuel no muy convencido, pero dispuesto a obedecerme.
—Nos vemos.
—Dale— le dije.
Lo vi desaparecer por la puerta de atrás de la cocina, mientras por la otra se aparecía mi mamá, ya pronto a registrar la cafetera, pronto a descubrir que no hay café, y pensar que me lo he tomado todo y tiene razón; pronto a empezar un día fuerte, como la mayoría de ellos, para no decir todos. Ya yo estoy saliendo a buscar los bolsitos de nailon para envasar los cominitos, cuando la oigo vociferar —con razón, casi nunca la tiene, pero ahora no puedo negársela—, ¡qué maldición, como en esta casa nunca hay de nada!
De camino voy pensando en Bertha y en Rene. Me preocupan los dos. Parece como si estuviera condenado a vivir preocupado, y no solucionar nada. Nadie llega con una buena razón, un dinero o hacer un chiste. Es añadir más de lo mismo. Pero no tiene caso. Ojalá esté Rene, ojalá tocara la puerta Bertha antes que se vaya el día, ojalá.
Lien Estrada nació en Holguín, en 1980. Ha publicado el libro de cuentos Se busca otra plaza.