Eran mujeres corrientes que hacían cosas diabólicas.
Selma van de Perre-Velleman, sobreviviente del Holocausto
Está ahí de pie, espera a que se tense la soga anudada en su cuello. El Ángel de Auschwitz ha sido condenado a la horca y nadie la llora, todos se sienten aliviados porque hoy morirá la joven psicópata. Lleva la ropa de prisionera con el número nueve en el pecho, un augurio, el último en la serie de cifras, que anuncia el fin de un ciclo y la llegada de un nuevo comienzo. Pero aquellos que la pueden ver no han olvidado la imagen con que la conocieron: uniforme impecable, peinado perfecto y botas de montar brillantes. Ahora está allí sin el látigo en una mano, sin sus perros devoradores de humanos. Sola.
Irma muestra los signos del cansancio en su rostro, sus ojos y su piel son claros como el día del terror. El cabello ámbar bucleado se despeina con el viento. Es hermosa y la soga adorna su cuello. Hace dos meses, Irma Ilse Ida Grese cumplió 22 años, y ahora tiene una expresión de pavor en su mirada, que disimula con prestancia y orgullo.
La hiena de Auschwitz mantiene el aire de superioridad, es incapaz de sentir simpatía por nadie, tampoco la pide para ella en este instante crucial. A su mente regresan los recuerdos de su supervisión a los prisioneros en los campos de concentración de Ravensbrück, Auschwitz y Bergen-Belsen, la selección de aquellos para las cámaras de gas, su adicción por las prisioneras hermosas y por el dolor, que siguen ahí, encajados en ella hasta el último momento. Vuelven las imágenes de las flagelaciones, los destrozos que hizo con su látigo en los senos de prisioneras jóvenes, y luego, con las heridas infectadas venía lo mejor, un sentimiento de poder y disfrute, al ver cómo amputaban los bellos pechos a sangre fría, era excitante mientras más doloroso. Había gozado mucho con la destrucción de la belleza, pero ahora le toca a ella perder la hermosura de su perfecta juventud.
Irma sabe que la muerte está ahí, cerca ya para cobrar su dosis de venganza, intuye la presencia de miles de lémures que vienen a pedir por su sufrimiento. Los siente muy cerca, pero le reconforta saber que será un sufrimiento breve, sin sadismo ni recreación.
Distante y altanera, Irma Grese percibe el escalofrío del peligro y la cercanía del final, teme al dolor que le puedan infringir. Ha sido una estudiosa de los procedimientos para la muerte y sobre todo para esta que le toca ahora. El ahorcamiento la llevará al deceso por asfixia mecánica, por sofocación, tal vez prolongada. Se debatirá con movimientos convulsivos, en una danza exótica a la que llaman "bailar en la cuerda".
Hay varias muertes en el proceso de los ahorcados, y a ella puede tocarle cualquiera: morir en la caída por el golpe, por shock inhibitorio, anemia cerebral brusca, o por síncope cardíaco. Le consuela que quedará inconsciente entre diez segundos y un minuto, y no se percatará de la falta de oxígeno ni del comienzo de destrucción en las células del corazón y otros órganos vitales. Luego, el cuerpo se desmembrará, primero las extremidades, la piel, los órganos, y se completará con el cerebro.
El verdugo británico Albert Perrepoint, con más de 400 muertes ejecutadas, ha preparado el proceso de la caída larga, procedimiento conocido también como caída medida, extraído de los últimos avances científicos. Ha calculado todo según el peso de la condenada y la cuerda necesaria para asegurar que la caída no rompa el cuello de inmediato. Los buenos pueden ser peores en la venganza. Ella no lo sabe y repasa en su cabeza todos sus conocimientos para cerciorarse de que sea rápido, muy rápido.
El verdugo se coloca detrás de Irma, toma la soga con una mano y el hacha con la otra. Junto a ellos, las enfermeras alemanas Elisabeth Volkenrath y Juana Bormann son testigos del momento y sienten repulsión frente a esa mujer que ahora trata de esconder su miedo y entona murmurante cantos marciales de las SS.
El hombre se acerca para consumar el trabajo, levanta el brazo con el hacha, espera la orden del maestro de ceremonia, y al punto de cortar la soga escucha que la orden de ejecución proviene de los labios perfectos de la propia Irma: ¡Jetzt, schnell!
Ena Columbié nació en Guantánamo en 1957. Sus libros más recientes de poemas son Luces (Silueta, Miami, 2013) y Sepia (Betania, Madrid, 2016). Este cuento pertenece a su libro ¡Cabrón! (Ediciones Furtivas, Miami