Creo que fue en casa de Pablo donde alguien lo dijo,
o terminé leyéndolo en uno de sus correos,
escritos escrupulosamente sin asunto, para que algo
de la llamada que no sonaría de nuevo hiciera las señas
y el relato, coartada movediza del sueño,
se estableciera con ese fondo de pitidos en la línea
abriéndose con un chiste que se hace viejo
en el próximo saludo y adormece como el almuerzo.
De regreso del patio nadie pierde la salida.
Aún a la hora de ciertas ocurrencias es posible verlo,
asombrado por la perspectiva, descaminado
como en los días sin fiesta, bajo el efecto
electrizante de las fotografías que han sido
cegadas por un dedo y su accidente. Hacia
el ojo de luz un sol negro se abalanza,
la cámara ha captado la torcedura
ruidosa de lo venidero, y es la forma
de un barco a medias cicatrizado
lo que allí acontece.
Poco indica, nada dice, que en realidad
ya son más largos los ciclos en
que bombardean directo a las cabezas
los aguacates. De la calma, siquiera que la envuelve
el sopor. A ratos un siseo levanta costras en el aire,
todos lo escuchan y empieza el cuento de esa
vez que tuvo de cierto lo que no ha sido todavía.
Alguien toca a la puerta y decido alcanzarlo,
se ha extraviado apenas cruzar el jardín.
Las buganvilias ni se molestan. Sorben groseramente
los colores del instante para que nadie tropiece.
Yo lo hago y llego tarde. En lo que dura el retorno
se reparten a tajadas las despedidas.
Cuando una pierna reprende el trazo de la otra
por la zancada, nervioso el perro se vuelve.
Por fortuna, solo el perro se vuelve.
Roberto Rodríguez nació en la provincia La Habana (provincia de Cuba hasta hace unos años, que dividieron en dos) en 1987. Es fundador y miembro del equipo editorial del proyecto Rialta. Coordina y edita el "Archivo Rialta".