Bajo el sello de Eolas Ediciones, el escritor Alejandro Robles acaba de publicar Gabinete de dragones, un libro de relatos breves con prólogo de Fernando Iwasaki. En 1994 Robles recibió el premio de cuento de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). El premio implicaba su participación en la Feria del Libro de Guadalajara, México. Como es lógico, una vez fuera de Cuba, Robles resolvió no regresar a la cárcel. Residió en Ciudad de México por casi una década, allí trabajó como guionista para Televisa y como creativo de algunas agencias de publicidad. Escribió programas de deporte y, según afirma él mismo: "Yo era el único escritor que escribía programas de fútbol sin conocer las reglas del juego".
En México sus cuentos y ensayos comienzan a aparecer en revistas literarias, aunque confiesa que ha sido un tanto moroso y esquivo a la hora de publicar. "Escribir y publicar no son sinónimos, y siempre he preferido el silencio", afirma Robles. "Se debe pensar, crear, escribir y eventualmente publicar, no al revés. Durante la pandemia la industria editorial gozó de una suerte de resurgimiento, pero durante ese periodo se publicaron también los peores libros de la historia, y ahora, bajo los reflectores, pueden verse todos sus defectos".
En 2005 Robles se traslada a Miami y comienza a escribir para la televisión, fundamentalmente programas de humor, y llega a recibir incluso un Emmy Awards por el programa Handyman de Mega TV. Según su experiencia, el trabajo en televisión es exigente, desgastante y absorbe demasiado tiempo. Sin embargo, tanto la televisión como la publicidad lo obligaron a ser extremadamente veloz y conciso. A pesar de que esos medios le proporcionaron herramientas muy útiles, Robles aclara que "no es bueno que la prisa de la televisión se traslade a la literatura, eso solo crea una sintaxis huidiza y llena de tachaduras. La literatura tiene un tiempo que se parece más a la inmovilidad, hay que escribir y reescribir, y convertirse en una suerte de Sísifo que recorre una y otra vez la misma oración, el mismo párrafo, la misma página".
Me consta, durante nuestros años de amistad en el Distrito Federal, que mi delirante amigo —sin delirio no hay literatura— siempre sintió fascinación por los dragones, y ya había escrito un relato breve que apareció en alguna revista mexicana. Cuando coincidimos otra vez en Miami, fui testigo de una época en la que comenzó a ver dragones por todas partes, en las formas azarosas de las nubes, en las manchas de humedad de las paredes, en una huella en el lodo, en la forma de la rama de un árbol, en una salpicadura sobre un mantel, en el contorno de una sombra.
Era como si los dragones insistieran en presentarse ante él. Después comenzó a escribir pequeños relatos sobre esas bestias aladas que arrojaban fuego por las fauces. Solía contarle esas historias sobre dragones a su hijo, quien las dibujaba. Escribió un centenar de historias, ocurrencias y aforismos relacionado con los dragones. Le envió el manuscrito a una amiga y ella a su vez se lo hizo llegar al escritor Fernando Iwasaki, quien le impresionó tanto el libro que decidió enviarlo a Eolas Ediciones. Su hijo Julio es el responsable de la ilustración de portada. Robles comenta que había pensado ilustrar la cubierta con el antiguo grabado de un dragón o la miniatura de algún bestiario medieval, sin embargo, su hijo Julio se opuso de inmediato a esa imagen y le propuso hacer algo más llamativo y contemporáneo. Sugirió la idea de hacer un origami de dragón cubierto de letras como si fuesen escamas. El origami remitiría al Oriente y las letras a Occidente.
Si pensamos en criaturas fantásticas, quizás la primera que nos viene a la mente es el dragón. De seguro le seguirán el unicornio, el minotauro, el pegaso o la sirena. Aunque las listas más que ampliar reducen, me atrevo a asegurar que el dragón la encabezaría. En su Manual de zoología fantástica, Jorge Luis Borges trata de darle una explicación a ese fenómeno o a la empatía que sentimos por los dragones: "Hay algo en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón surge en distintas latitudes y edades. Es, por decirlo así, un monstruo necesario, no un monstruo efímero y casual, como la Quimera..."
Todo aquello que subvierte las clasificaciones y escapa de la uniformidad es considerado monstruoso, todo aquello que perturba el orden natural tiende a ser expulsado, ocultado y perseguido como emblema de lo impuro. Lo monstruoso condensa en su figura lo grotesco y suele convertirse en la encarnación de nuestros temores más profundos. Hay algo curioso en las criaturas que pueblan el libro de Alejandro Robles: sus dragones, aunque monstruosos, no están hechos para engendrar el horror, sino para maravillar. No son monstruos que provocan el repudio o el repeluzno, sino criaturas que fascinan y deslumbran.
El término gabinete que da color al título del libro, alude a los antiguos gabinetes de curiosidades o cuartos de maravillas en donde los nobles coleccionaban y exponían objetos exóticos y curiosos. Este volumen de relatos se comporta asimismo como un gabinete, solo que se trata de criaturas que cobran vida gracias a la imaginación del autor. Sin embargo, Robles no se limita a la figura del dragón clásico, hay dragones que son autómatas, o tan delgados y flexibles como cabellos, dragones invisibles o tan diminutos como insectos, dragones cuya piel cambia o un dragón que no es otra cosa que una nariz superlativa.
A semejanza de las escamas que cubren el cuerpo de un dragón, los textos que componen el libro son muy diferentes entre sí, y al igual que las escamas unos brillan más que otros. Los dragones que habitan en estas páginas, sin abandonar su condición de monstruos, están dotados, en ocasiones, de rasgos casi humanos. En esa leve oscilación entre lo fabuloso y lo humano radica el peculiar sabor de este libro.
El escritor Fernando Iwasaki sostiene que el libro de Alejandro Robles es "un prodigio de erudición, humorismo y originalidad" y que su "solvencia literaria es abrumadora". Iwasaki apunta también que los dragones de Robles beben de la mitología, las enciclopedias, las hagiografías, la Biblia y la historia del arte. Yo creo advertir en sus páginas influencias del Manual de zoología fantástica de Jorge Luis Borges, Caza de conejos de Mario Levrero, Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino, La sinagoga de los iconoclastas o El libro de los monstruos de Juan Rodolfo Wilcock, Bestiario de Juan José Arreola o de las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro, pero tales influencias no son menos evidentes que la libertad y la invención, que me lanzan incluso a expresar cierta cercanía con "Trabajos del poeta", de Octavio Paz, porque Alejandro, aunque él lo niegue, es un prosista que escribe poesía y un poeta que escribe prosa.
Si me pidieran una palabra para definir las fábulas o los relatos que componen este libro, creo que esa palabra sería "creación". No hay en este volumen un solo cuento que no sea, en mi criterio, una pequeña joya, una sutil y acabada miniatura. En una entrevista reciente, Alejandro Robles afirma que el microrrelato es "un árbol convertido en palillo de dientes". La definición me parece tan acertada como ocurrente. ¿Pero cuántos otros usos no pueden dársele a los palillos de dientes? Pueden emplearse para pescar las aceitunas de un martini, pueden servir de mástil a una bandera liliputiense, pueden usarse para que dos homúnculos jueguen a los palitos chinos, o para ponerse uno en la boca y entretenernos con él. Así, afiladas y perfectas como "palillos", las breves piezas de este libro son ilusoriamente simples, pues todas entrañan una sorpresa, todas derrochan ingenio y pericia.
El libro de Alejandro Robles reúne relatos muy breves y algunos un poco más extensos, fábulas, divertimentos literarios, aforismos y ocurrencias. No faltan tampoco los textos y las referencias apócrifas como esta chispeante línea que el autor afirma haber extraído de los Diarios de Franz Kafka: "Un dragón criado por insectos. Está absolutamente convencido de que es una cucaracha voladora".
Robles deja fluir su imaginación infatigable para su deleite y el de los lectores. Me atrevería a afirmar incluso que las breves piezas de este libro proceden de las regiones del sueño, así de variadas e insólitas son las criaturas que pueblan sus páginas.
La publicación de Gabinete de dragones es, sin lugar a duda, un acontecimiento literario, como lo fue y seguirá siendo Historias de Olmo, de Rolando Sánchez Mejías, por tan solo mencionar otro de los libros que los cancerberos del régimen se niegan a aceptar como literatura cubana porque no ha sido escrita dentro de esa isla que ellos se han empeñado en destruir con tanta saña.
Ante una obra singular como esta, nos toca a nosotros los lectores, aunque seamos unos pocos, pronunciar una sola palabra: agradecimiento.
Alejandro Robles, Gabinete de dragones (prólogo de Fernando Iwasaki, Eolas Ediciones, León, España, 2022).