Aquí no pasa nada, ni pasará. Aquí el tiempo corre, se remansa y sale corriendo otra vez. En esta casa, detrás de estas ventanas, no pasa nada. Ni el tiempo, que corre pero no pasa. Hoy fui al gimnasio y no pasó nada. Hacía seis meses que no iba y no pasó nada. Ni siquiera la rubia. La miré y me miró y no pasó nada. Se montó en un Mercedes negro de paquete y no pasó nada. Lo que pasa, pesa. Lo que no pasa, no pesa. De pronto un venado pastando. Algo que zumba entre los árboles. Y no ha pasado nada. La rubia ya estará en su casa. Tiene aspecto de mujer a quien le pasan cosas extraordinarias.
Hace días que me despierto pensando, más bien temiendo, que algo va a pasar. Cuando llega la tarde, después de la siesta, me doy cuenta de que hoy no, de que hoy tampoco, y entonces puedo relajarme y colar café. De pronto el teléfono. No lo contesto por miedo a que al contestarlo vaya a pasar algo. Ejerzo la cátedra del quietismo descreído. No siempre he vivido así, a decir verdad. Antes pasaban cosas. Casi todos los días pasaban cosas. Pero al fin y al cabo las acostumbré a que no pasaran. Es que todo tiempo pasado es peor, por haber pasado, y el futuro igual, por lo que podría pasar.
Una vida feliz: nacer cansado y morir de aburrimiento. Ustedes no lo saben, pero antes nunca me aburría. Ahora me aburro como un burro.
Y sin embargo la rubia, que se secó el sudor del cuello con una toalla rosada y después guardó el iPod también rosado en su cartera rosada, agarró las llaves del Mercedes, me miró de refilón y se marchó y no se ha ido. Para que se acabe de ir, me encierro en mi rincón. Hay que tener un rincón, un refugio, una esquina de hogar atestada de cosas que no pasan. Este rincón mío, con el ventilador de techo que hace run-run, con los estantes de libros que hacen run-run, con el poster de Mijares que hace run-run, este rincón está mejor que la rubia, mejor que la familia, mejor que la patria.
Las cosas que viven en mi rincón están tan aburridas como yo. Esto me hace feliz. Las cosas son como los perros: llegan a parecerse a sus dueños. Algún día alguien entrará en mi rincón —alguien como Miriam— y no sabrá dónde terminan la cosas y dónde empiezo yo, igual que la bandera cubana en la décima.
Nadie odia más a Cuba que yo. Me dispongo a defender lo que no tengo.
Este texto es el apéndice del libro recién publicado Saber de ausencia. Lectura de poetas cubanos (y algo más) (Renacimiento, Sevilla, 2022) de Gustavo Pérez Firmat.
No hace falta ése título "Nadie odia más a Cuba que yo". Ése marketing es para escritores amateurs.
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Una oda a la procrastinación...
Que Cantinfleo!!!!! se ve que esta aburrido,,