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Poesía

El cernedor de arena

'El maratonista extraviado en el bosque se orienta al perseguir el vagabundeo de las hormigas al salir de sus cuevas.'

París
Océano Índico en el mapamundi de Fra Mauro.
Océano Índico en el mapamundi de Fra Mauro. Urban Networks

 

                                                                                                        Au bout du bras du fleuve il y a la main de sable
                                                                                                        qui écrit tout ce qui passe par le fleuve.

                                                                                                                                                             René Char

 

Una mujer se pasea por el muelle con un pescado bajo el brazo. A través de un agujero del telón movido por el aire parpadea la luna. Se mueven las escamas agujereando con sus centelleos los ojos del pez que respira el agua del vestido de flores salpicado. Bordea la orilla, se descalza sin verme, escondido detrás del ciprés de la acera de enfrente. Se escuchan sirenas, a veces se encienden o se apagan luces como desorientadas voces de mando.

Ella hizo recomendaciones al sacerdote, al hombre de la casa, a mí y a la gente.

Anoto esta frase sobre la línea de agua sucia que duerme debajo de los puentes junto al cuerpo de un hombre que simula pescar con la paciencia de una estatua olvidada.

Y esta otra ocurrencia mayor: "Fra Mauro (1385-1460) desde Venecia, el cartógrafo monje que nunca viajó, necesitó la ayuda del navegante Andrea Bianco para completar post-mortem la circunferencia invertida de su mapamundi". El ermita Fra Mauro inscribiendo en el monasterio de San Michele in Sola sobre un pergamino, las imágenes de los relatos de navegantes de vuelta que completarían su planisferio para Alfonso V de Portugal.

Algo nos completa lo ignorado, lo compartido por otros también nos pertenece. Marejadas que impiden tocar la arena entre el salitre de los arrecifes. ¿Cuál trascendencia para quien lanza una piedra si no encuentra un blanco entre las nubes su punta mojada? Bajo el agua los cadáveres perduran muy poco tiempo antes de salir a flotar atados al ancla de dos pescadores que conversan sobre una barca con cigarros encendidos.

Testigos fugitivos del toque de queda, esquivando los círculos de silbatos y linternas que buscan desertores que asocian al mal: "El conocimiento del mal es un conocimiento inadecuado", escribe Spinoza, antes de añadir lo que sabemos desde Plotino, la mujer mojada, el pez y los centinelas con pistolas de agua y los dos pescadores que contemplan el cadáver enverdecido: si el alma humana solo poseyera ideas adecuadas, no formaría ninguna noción del mal.

El maratonista extraviado en el bosque se orienta al perseguir el vagabundeo de las hormigas al salir de sus cuevas. Hay una línea tan transparente como las escamas del pez al borde de la asfixia. Ah, claro, esa línea que regresa con la espiral inmóvil de un caracol que retengo en el puño cerrado. Deambular con la misión de escapar como el caracol asfixiado, o escondernos a tocarnos los rostros estirando los brazos en pleno día.

Del otro lado respira alguien, bajo la máscara, entre las rendijas del cielo que posee con su mirada de nuevo la luna. Con las luces apagadas los bordes del espejo roen las puntas de los dedos: uno no sabe lo que tiene hasta que no lo pierde.

(El más mínimo ruido interrumpirá la ciega contemplación para salir corriendo.)

Los zigzags de tizas que trazan en la noche nuestros pasos son perseguidos por ladridos que deshacen los serpenteos de cal que cubren el jadeo de sus salivas. Dibujar la diana para quien la descubra le lance pedradas. Las parábolas de piedras saltarinas sobre el agua del río alternan con su centelleo humedeciendo el deslumbre blanquecino sobre el asfalto que se apaga a cada zarpazo en el aire de los perros.

¿Quién sospecha lo que tú mismo ocultas de ti? La apariencia de la silueta recortada con sonrisa. ¿Fra Mauro ignora en su planisferio la caída de Constantinopla o le escondieron otros monjes esa cicatriz ocupada por los otomanos? Lo que desconoces se incrusta en el humo blanco de la niebla del cristal de aguas donde te miras al amanecer para no ver bajo el puente los pies de aire del ahorcado. Extender los brazos también hasta los campanarios y al cerrar los ojos confiar en el eco de la grandeza inventada de ti mismo, no salva tu miedo de los ojos de quien avanza por el corredor y toca ante tu puerta con tu foto en los bolsillos: vengo de aquella hambre con cirios y silencios sepulcrales que pretendes olvidar sin volver la vista para no ser reconocido entre los que sobrevivieron.

Puede que se vuelvan a ver tú y la paseante que luce el pescado moribundo con gotas de agua sucia borrando las flores de su vestido. Creerte invisible a sus ojos que te completan es un fallido simulacro, las líneas en tu espalda del silbido de los policías y los ladridos.

Estoy sobre los mapas elegidos con rabia
Y tengo miedo que no me duela más el hambre


II

La luz de una vela mojada arrastra los pies del buscador de oro y el jadeo de la silueta del cuerpo sudado del maratonista. El éxtasis de buscar va dejando atrás cada segundo ahogado sin otras hendiduras de la arena, resistir al sol o a los relojes nada cambia al balanceo del sillón con volutas de café al atardecer: lo que sucede conviene, las malas noticias llegan rápido.

(Sabes que existes sin mirar atrás las pisadas de tu sombra. Esas muescas de algodón humedecido por los labios antes de dormir hacen que tus pies recuerden el origen del duelo: la bendición del olvido desgarra las velas del barco que sabe que no vuelves.)

La aureola de un buscador de oro en las mañanas del mar y las de un hombre que corre hacia la línea movediza de la meta se ignoran aunque pisen ambos galerías de cangrejos soñolientos. Uno viaja al revés del vuelo de los peces, el otro repite sus pasos aéreos hacia un horizonte que cambia de piel y de sílabas hasta dejarlo abandonado sobre los adoquines de una ciudad nevada donde no lo espera nadie.

El buscador de oro lanza al cielo las redes de aire de la arena confundida por la dorada luz del sol. Todo lo que brilla no es oro. Ese vuelo matinal de la silueta ahumada por el humo de un tabaco escribirá sus letras en las edades del niño que entra al mar sin saber aun nadar.

La repetición de las manos que criban, los ojos que filtran la luz atravesada, simulan el rastro del pie que se ahogará por la marea o las borrascas. No hay remembranza sino búsqueda: la resistencia que se reitera, la templanza que equilibra y tacha. El conatus de Spinoza como el deseo de durar o morir. Volver y volver, la persistencia que define, el oleaje o el puñetazo en los cristales cubiertos de nieve que abrigan la piscina donde bracea un forastero con la perseverancia feliz de haber escapado del infierno.

(Al dorso de las puertas cerradas antes de tirarse el agua estaba escrito que no volverías al murmullo moribundo del estadio y esos aplausos desganados tras el humo de los fumadores del domingo.)

Aquí no ha pasado nada, se dice el día después de la muerte. Respira y vete. Nos vemos en el cielo.

Son efímeros los pasos del cernidor y el maratonista sobre la arena. La mirada a través de la cortina transparente que los separa del ventanal del restaurante por donde los observa el niño sentado en sus gradas transparentes sobre nubes que simulan el hielo. Las mujeres saliendo con sus máscaras mojadas de las duchas, abrirán sin las toallas que arropan sus cinturas, infinitas confesiones que el niño ignora mientras apedrea a las almendras o captura las pelotas de tenis de los bañistas matinales que le enseñan puntualmente a nadar.

Pero algo irreconciliable los distancia a los tres. El primero comienza por el final el alba de sus días, el segundo, a la caída del sol acelera hacia la meta, esa línea de oro que ambos ambicionan abrazar. El tercero tratará de cubrir con su cuerpo extendido sobre la hierba de los mapas el arco de fuego o de agua que lo acerque a la misma orilla del cernedor de arena y del atleta.

 

Vincennes, otoño de 2021.


Armando Valdés-Zamora nació en La Habana, en 1964. Sus libros publicados más reciente es el volumen de ensayos Nubes talladas. Formas de la imaginación en la literatura cubana contemporánea (1959-2019) (Verbum, Madrid, 2021).

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