Rodando en el fondo del océano por el ir y venir del desorden de las corrientes, se desplazan de un lado a otro los peñascos de la isla, sus caóticas entrañas saladas. No salen del agua. No pueden respirar. Reciben restos del roce de algas deshojadas, o el rasguño de un pez indiferente. Hasta estos refugios no descienden los cangrejos, relata un pescador a su discípulo, al mismo tiempo que zurce espinas tras espina una red iluminada por escamas.
Una mañana me paro en la calle que conduce al foso del castillo. Entro a la oficina de correos desde la cual el pintor Guido Llinás enviara por la Navidad de 1970 una postal con un dibujo coloreado de Miró a René Portocarrero en La Habana. Al salir camino hasta la entrada del puente levadizo y el foso enyerbado donde se cree fusilaron la madrugada del 15 de octubre de 1917 a la cortesana y espía Mata Hari. Nadie conoce el sitio exacto de la ejecución. Pero los testigos describen la bala perdida de un soldado conmovido por la célebre sensualidad de la prisionera hasta un cercano cedro. Y el caos. La cólera de la bailarina holandesa al ser obligada a despertarse con el alba en la mañana de su fusilamiento.
En el hambre siempre hace frío, así se imagina la muerte, se sumerge. Indiferente y puntual, en su fijeza de mirada ciega y errante por el tedio, la chica que pega el timbre a los sobres tras el cristal de la ventanilla de la oficina de correos. Como el silencio vacío que inunda ahora el cercano patio de armas del castillo de Vincennes, al cual los guardianes dejaron salir a caminar a Diderot hasta el bosque de la mano de su amigo Rousseau, salvador una hora de la soledad húmeda de la mazmorra.
En otoño estos árboles no están floridos. Poco añade esta descripción a un verso de Musset que la completa: "Toute herbe aux champs est glanée". La lluvia y la escarcha mojan los troncos por donde saltan las ardillas. Pero sus hojas, que han dejado de tocar el aire en sus caídas, cubren el sendero, respiran en la hierba antes de desaparecer con la borrasca. Miro al césped cuando busco a los ausentes. Sirven de pasto las hojas a las voraces hormigas matinales que deambulan bajo los pies de los mismos forasteros que las aplastan, una tras otra, al pasear los domingos conmovidos por el paisaje desnudo.
Armando Valdés Zamora nació en La Habana, en 1964. Su libro publicado más reciente es el volumen de cuentos Horizontes del cangrejo (Universidad de Guadalajara, México, 2020).