Después de estar expulsado, pasada la varicela, voy al Rectorado, que estaba situado en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, donde cursé mis dos primeros años de la carrera, para pedir por escrito las razones de mi expulsión. No me las dan. Pido insistentemente una reunión con el rector. A las pocas semanas, en el mes de mayo, me citan y, cuando llego a la reunión, me encuentro que están presentes el decano de la Facultad de Medicina, su secretaria, un mayor del Ejército que era médico del Hospital Militar y un compañero mío miembro destacado de los dirigentes de la UJC del hospital.
Empiezo preguntando cuál es el motivo, o los motivos, de mi expulsión. Aunque realmente ya los conocía, desde que mi compañero chileno me lo había advertido y después de llevarse a cabo la llamada asamblea, que el mismo amigo me relató todo lo que había ocurrido en ella, tenía que aparentar no saberlo, de lo contrario sospecharían que alguien me lo había contado y podían iniciar una caza de brujas para averiguar quién me lo había revelado.
Recuerdo perfectamente los detalles de esa especie de "juicio" que me estaba haciendo en la Facultad esa comisión encabezada por el decano. No solo lo he contado muchas veces en mi vida: las imágenes de aquellos días se han presentado definidas en mi mente en más de una ocasión. Lo primero que me mencionan, de la lista de causas para la expulsión, es el hecho de que se han enterado que soy católico y practicante. Rebato el punto: recuerdo, entre otras cosas, que lo tenían que saber porque, al entrar a la Universidad, en la entrevista política que te hacen lo preguntan y yo había expresado entonces con claridad mis creencias y que practicaba la fe; si ahora no lo sabían era por un mal trabajo político de ellos, por no revisar las entrevistas, ni tenerlas en cuenta. Mi asistencia a la Iglesia no era oculta: la parroquia a la que asistía habitualmente era la de Corpus Christi, muy cercana al Instituto Superior de Ciencias Médicas donde estudiaba.
Además, señalé al respecto que la Constitución Cubana y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de la cual Cuba era firmante, reconocían la posibilidad de ser una persona religiosa. Puse el ejemplo del guerrillero Camilo Torres, exsacerdote colombiano, del movimiento Cristianos por el Socialismo en Chile.
Pretendieron discutir conmigo temas del hecho y contenido mismos de la religión, pero les dije que allí no estaba para eso. Por supuesto, insistieron en su posición y me negué en aquella oportunidad a entrar en tal dinámica. Ante mi negativa y el carácter de mis respuestas que rebatían el primer punto de la acusación, dijeron: "Pasemos al segundo tema".
El segundo punto era mi relación con los extranjeros de mi cuadra. Aclaré que mis contactos y mi visita a la casa de los canadienses habían venido porque los conocía de la parroquia. La señora presentaba una anemia megaloblástica y le iba a inyectar vitamina B12 a su casa. A su esposo lo había llevado al hospital Joaquín Albarrán donde estudiaba para una revisión médica y había salido muy satisfecho con el trato recibido en el hospital. Les pregunté entonces: "¿Se imaginan que yo les diga a los diplomáticos canadienses que fui expulsado, entre otras razones, por mis contactos con ellos, después de lo contentos que están con el servicio sanitario que han recibido?"
Ya les había comentado a los diplomáticos canadienses lo que me había pasado, pero los de la comisión de la Universidad no lo sabían. Después que hice la pregunta, el médico mayor del Ejército que estaba presente interrumpió abruptamente: "Pasemos a otro punto". Seguramente se dio cuenta de cómo una cosa así daba una imagen terrible de la Revolución.
Me plantean el tema de la familia que había recibido del extranjero y me había traído algunos regalos. Les respondo que el familiar había sido una tía colombiana, no solo familia cercana, sino una extranjera que no entendería lo que me estaba ocurriendo por haberla recibido de visita —por supuesto que mi tía entendía perfectamente y sabía que en Cuba había una dictadura—. Añadí que ya Cuba, desde 1979, podía ser visitada por los cubanos residentes en el extranjero —los gusanos convertidos en mariposas— para encontrarse con familias y amigos, que "cómo me decían esto cuando estaba autorizadas estas visitas". Terminaron expresando: "Pasemos al otro punto".
Finalmente plantean que "cómo yo había llegado a ser secretario de la FEU del hospital". Les respondo: "Porque me propuso la dirigencia de la UJC, porque me eligieron ustedes y, en todo caso el mal trabajo político es de ustedes, porque yo nunca he negado nada de mi fe, ni de mis actos y valores".
Y he aquí que me dicen que "pueden valorar la posibilidad de que yo regrese a la carrera, porque quizás se cometió un error conmigo", a lo que manifiesto que "yo no quiero volver a la carrera de Medicina". Esto los desconcertó. Expresé que "sin haber hecho nada, habiendo dicho siempre la verdad, siendo un buen estudiante en conducta y notas, a pesar de eso me habían expulsado", entonces no quería "que la espada de Damocles posara sobre mi cabeza" (palabras literales que usé), que corría el peligro que "más adelante, estando más avanzado en la carrera, porque tuviera una simple equivocación involuntaria de un diagnóstico o tratamiento, como mandar una aspirina indebida me pudieran acusar de agente de la CIA".
Esta acusación sin fundamento es muy practicada por el régimen comunista cubano contra cualquier ciudadano que se oponga al sistema o que ellos consideren que deban "quitarse del medio". No entendieron por qué yo me negaba a regresar, pero realmente no quería volver. No solo por el motivo que había expresado, sino, lo más importante, porque nuestro objetivo era salir de Cuba y, terminando la carrera, sería mucho más difícil. Lo que quería era que me dieran por escrito una comunicación de expulsión y enumeraran los motivos que habían expuesto.
Aunque prometieron allí que lo harían en los siguientes días, a pesar de mis insistentes peticiones en el Rectorado, no me entregaban el papel. Lo quería tener por dos razones: básicamente, como demostración de una violación de derechos humanos que habían cometido conmigo, y también para si me hacía falta fuera de Cuba, para la posibilidad de apoyar estudios futuros o cualquier otra gestión.
Las dictaduras comunistas normalmente intentan no dar por escrito situaciones como esta, para que no quede constancia escrita de la violación de los derechos humanos, que sea solo la palabra del que denuncia, y que muchos dentro o fuera de Cuba puedan poner en duda lo ocurrido. Otro proceder enrevesado y maligno del Gobierno. Cuando salgo de esa especie de juicio, me voy caminando a casa, aunque estaba a una buena distancia. Era casi imposible coger un transporte público.
Cuando voy por la calle, se acerca en coche el mayor del Ejército e insiste que me monte en su carro. Finalmente lo hago, en los asientos de atrás. Me suelta que "lo hecho conmigo era injusto y que si yo decidía volver a la carrera podía contar con su ayuda". Estaba asumiendo el papel del "policía bueno". Algo muy parecido se repitió días después, en el Aquarium: él estaba de visita con su hija y yo con Beatriz. Me lo volví "a encontrar", me repitió su oferta y yo se lo agradecí de nuevo, pero le repetí que no me interesaba. Como he dicho, yo no quería regresar a la Universidad y mucho menos con la aparente ayuda del militar, porque eso implicaba seguramente compromisos futuros.
Otro hecho relacionado con la expulsión fue la conversación que tuve una vez con la vecina Lourdes Veiga, que me insinúa que "yo he sido expulsado con cierta justificación porque podía haber pasado información sensible (comprometedora) a los canadienses". Le dije que eso era una estupidez porque "en primer lugar, yo no tenía ninguna información importante de Cuba, ni por mis estudios de la carrera, ni por mi historial personal", y que, además, si hubiera hecho algo así, "hubiera ido preso con muchos años de condena". Esto que me dijo la vecina es lo que le meten ese régimen en el cerebro a las personas: les llenan su cabeza de propaganda, demagogia, manipulación y adoctrinamiento, convirtiendo a la mayoría en individuos aterrados y alienados, en robots o zombis que repiten la propaganda.
En el mes de junio de 1980, como estaba sucediendo lo del Éxodo del Mariel y no me acababan de dar por escrito mi expulsión de la carrera, aprovecho que me encuentro en la escalera del edificio con el responsable de vigilancia del CDR. Ya nosotros, desde mi expulsión, no asistíamos a las actividades del CDR —una cosa magnífica sentirnos liberados de esa carga—. Pues le digo a este dirigente del CDR —sabía que todo lo que le dijera lo informaría a la Seguridad del Estado y a los otros niveles de los suyos— que mi familia de EEUU, conociendo que me habían expulsado de la Universidad, estaban pensando venir a buscarnos por El Mariel.
Como me imaginaba, no pasó una semana y me llamaron desde el rectorado de la Universidad que fuera. Eso era precisamente lo que yo pretendía. Cuando llego a la Facultad me vuelvo a encontrar de nuevo en una habitación con los mismos de la vez anterior; pero ahora para comunicarme que "según informaciones que les había llegado, había otro hecho nuevo" y por tanto "un cambio de la razón de mi expulsión y que me lo darían por escrito", y me acercan un papel para que lo firme. El documento expresaba que yo era expulsado porque pretendía abandonar Cuba por El Mariel. Inmediatamente me negué a firmarlo, ya que esa no era la razón de mi expulsión y que, en todo caso, el documento tendría que especificar que el hecho venía a posteriori de lo que me habían acusado, la familia de EEUU vendría a buscarme por la discriminación que estaba sufriendo.
A partir de ese momento, intento sacar el tema religioso y, en esta ocasión, sí quería hacerlo con mucho gusto. Para apabullarlos en los argumentos y derrotarlos (confieso que era un deseo tremendo) y, además, para intentar provocar que me dieran por escrito las razones de mi expulsión o, al menos, que constaran en el documento motivos de violación de derechos humanos.
Esta vez iba preparado conociendo yo un poco más acerca de quiénes eran los que estaban en la comisión. Por ejemplo, supe que el médico mayor del Ejército estaba casado con una polaca, ya que una amiga monja la conocía. En esta reunión con la comisión, ya no me preocupaba rebatir los motivos de la expulsión, porque lo había hecho con anterioridad. Pero sí esta vez hablé de filosofía: para mis afirmaciones me apoyé en los estudios del Seminario y lo que había leído principalmente acerca del marxismo y las críticas en el libro El pensamiento de Carlos Marx de Jean-Yves Calvez, que uní con otros temas de la historia, la Iglesia. En un momento dado me hablan de las injusticias que había cometido la Iglesia a lo largo de la historia. Respondí, entre varias cosas, que también los revolucionarios no eran muchas veces coherentes con lo que predicaban y dejaban abandonados a los suyos; aproveché para expresarles cómo al Che Guevara lo habían traicionado y no le habían dado el apoyo que él esperaba desde Cuba.
Mi compañero de estudio, que era miembro de la UJC y de la comisión me dice que "cómo digo eso, que es falso". Le respondí: "entonces tú no has leído el Diario del Che Guevara (en Bolivia), porque él mismo lo expresa ahí", y añadí la recomendación: "Lo deberías leer". Más adelante hablo de cómo en los países del este de Europa (comunistas en ese momento), había un resurgimiento de la fe. También los de la comisión lo niegan y aprovecho para hablarles del Movimiento Solidaridad en Polonia y lo católicos que eran los polacos. Y añado: "Si tienen dudas, pueden preguntárselo al mayor del Ejército (que estaba presente formando parte de la comisión), porque está casado con una polaca y seguramente sabe mucho sobre ello". En ese momento el médico militar se puso más blanco que la leche. Ni él, ni los que estaban allí se esperaban estas palabras mías y el hecho que yo conociera este dato.
Cuando terminó esa especie de segundo juicio que me hacen para la expulsión, me dirigí a casa. Allí se encontraban de visita Marina y Segundo. Mientras estamos almorzando les comento: "Hoy es el día de mi vida que me he sentido más libre en Cuba". Les cuento cómo pude decir con toda libertad lo que pensaba, rebatir los argumentos sin que me pudieran decir nada convincente en la discusión, sentir que los había podido vencer en el plano religioso, filosófico, histórico y de los derechos humanos. Era la sensación de la persona que había estado reprimida durante años y se había liberado. Ya no tenía nada más que perder y sí mucho que ganar. Recordé el Evangelio de San Marcos, que dice en el capítulo 13, versículo 11: "Cuando os lleven delante de los tribunales o para entregaros, no os preocupéis de lo que vais a decir. Decid lo que Dios os sugiera en aquel momento, pues no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo".
Pasados casi cuatro meses de haber ocurrido la llamada Asamblea por la Educación Comunista, voy una vez más al Rectorado a buscar el documento de mi expulsión que les había pedido. En esta ocasión sí lo tenían preparado. Con lo que habían expuesto quedé satisfecho, porque claramente recogía parte de la violación de los derechos humanos que habían cometido conmigo. La Resolución Rectoral número 313-80 del Ministerio de Salud Pública, firmada por el rector del Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, Dr. Ramón Casanova Arzola, con fecha 13 de agosto del 1980, dice en resumen así:
"Por Cuanto (…) los alumnos del cuarto año solicitaron la expulsión definitiva de las aulas universitarias al alumno de ese curso Antonio Rafael Guedes Sánchez, por las causas siguientes:
- Manifiestas ideas contrarias a los principios y la ideología de la Revolución.
- Tener relaciones con elementos desafectos a la Revolución.
- Por lo que sus compañeros de estudios no están dispuestos a seguir compartiendo sus estudios y trabajos en compañía de Guedes Sánchez."
Finalmente dice el documento que resuelve:
"- Disponer la expulsión definitiva de Antonio Guedes Sánchez de este Instituto Superior de Ciencias Médicas (ISCM-H) por la conducta que se explica en el tercer Por Cuanto de la presente Resolución (…)"
Se puede ver claramente que se comete una violación de los derechos humanos por razón de opinión, ideología y por las relaciones de amistad que ellos consideraban que no eran revolucionarios y que se ha implicado a los compañeros de estudios en las decisiones que tomaban los responsables del PCC, UJC y Ministerio del Interior (G2). Es decir, quieren aparentar el resultado de una decisión libre y democrática, aunque lo que están haciendo es poner en evidencia una violación de derechos.
Los representantes de la dictadura comunista tenían la osadía de hablar en nombre del pueblo de Cuba. El régimen hace cómplices de sus injusticias a unos testigos que "refrendan" los hechos como una masa sin nombre, determinados por el miedo a que si no participan o lo simulan serán las nuevas víctimas señaladas. El firmante, el Dr. Ramón Casanova Arzola, era una parte visible más del engranaje del sistema. Cumplía una orden que venía dada por el PCC, del Ministerio del Interior. Un proceso que "bajaba" orientado por las altas instancias del Estado cubano, que habían decidido dar escarmiento con nuevas purgas, como represalia por la reacción multitudinaria de los que querían marcharse por la Embajada del Perú, El Mariel o por cualquier vía posible de escapar de la dictadura.
Tony Guedes, Hoy como ayer. Memorias (Betania, Madrid, 2021).
Tony Guedes (Unión de Reyes, Matanzas, 1951), con largos años de práctica en Madrid, donde pudo terminar los estudios de Medicina, publica sus memorias, a las cuales pertenece este fragmento, con esta convicción inscripta en la solapa del libro: "De todos los incidentes he aprendido algo. No solo de quienes me han enriquecido, de quienes he querido y estimado. Incluso de aquellos que, ya ejerciendo su voluntad consciente u 'obligados bajo presión' a someterse a la de otros, llegaron a hacerme algún daño".
Qué régimen tan perverso! Se ve en este relato como premeditadamente, mediante la violencia y la confusión, buscan destruir la esencia del ser humano, su moral, su integridad. Estos relatos son muy necesarios, pues este tipo de amenaza surge en todos los contextos y lugares. Y, tal como se dice de la figura del Mal, uno de sus puntos más fuertes está en la indiferencia con la que se recibe su aparición, la creencia de su “no existencia” como fuerza estructurada y peligrosa.
Triste, muy triste. ¡Qué vergüenza, Don Antonio!, que algunos cubanos de entonces, y entre ellos futuros médicos, que supuestamente tendrían a su cargo proteger al ser humano de cualquier daño -incluso psíquico-, se hayan prestado a todo este perjuicio a un semejante, sin medir las posibles consecuencias de sus actos; y en la tierra que nos legaron los mambises y Martí para todos los cubanos; y que por supuesto, nunca ha sido patrimonio hereditario de los Castro, comunistas o supuestamente revolucionarios. Evidentemente lo que buscaban no era ni más ni menos que desgraciar a un ser humano, acabar con ¿el enemigo? Al fin y al cabo, Dios que es infinitamente sabio, terminó por otorgarle (a usted) su justicia divina en este mundo; que en la Literatura, ese terreno que ahora usted visita, es un procedimiento mediante el que las cosas terminan de organizarse al final de la historia (justicia poética) de tal modo, que todo queda en el lugar que le corresponde.