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Crítica

Castro según Cairo

Este libro póstumo de la doctora Ana Cairo intenta una proeza metafísica: reconstruir la memoria referencial de Fidel Castro.

Santa Clara
Fidel Castro.
Fidel Castro. Reuters

Un libro póstumo de la doctora Ana Cairo intenta una proeza metafísica: reconstruir la memoria referencial de Fidel Castro. Publicado en 2019, Audacia cultural. Fidel: imaginarios apenas comienza a distribuirse —con extrema discreción— en las librerías de la Isla. A su autora la sorprendió la muerte ese mismo año, mientras embalsamaba la biblioteca mental del líder cubano y la resumía en estos dos gruesos volúmenes.  

La obra aspira a rebasar los límites de un mero compendio y persigue una dimensión coral: se trata de un mosaico de textos que configuran al Castro íntimo, en toda su complejidad intelectual y afectiva, y que exploran los límites de su formación y los contrapunteos de sus propias convicciones.

Pero Audacia cultural… no se limita a evocar la educación de Fidel sino que repasa la historia republicana, al menos como este la concibió, para forjar su leyenda y los distintos mitos de la unidad nacional. Por mucho tiempo se anatematizó a la República de 1902, pero el proyecto de ciertos intelectuales —Eduardo Torres-Cuevas, Eusebio Leal, la propia Cairo— fue desviándose hacia el rescate de esos casi 60 años, sus emblemas e instituciones, y la legitimación de la Revolución como una suerte de Segunda República.  

Entroncar ambos legados, no sin cierta nostalgia turística, fue el batallar último de hombres como Leal (empecinado en la resurrección simbólica del Capitolio), cuya memoria va marchitándose en el olvido que decretaron sus adversarios políticos.

Con vistas a la redención de la República, Cairo vuelve sobre una de sus nociones predilectas —heredada de su maestro José Antonio Portuondo—: las generaciones culturales. Según el libro, la vida y el influjo de Fidel pueden ser puestos en función de ocho generaciones de intelectuales a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Desde luego, la conformación de estas hornadas en el extenso prólogo de Cairo sufre las omisiones y destierros de siempre (a pesar de que el libro recobra conflictos clave como el caso PM o las UMAP).

Cairo elude los "malos" recuerdos a voluntad, los episodios traumáticos, siguiendo la propia lógica de Castro. Y la desmemoria los salva a ambos de cualquier responsabilidad: "Yo no le corté el pelo a nadie, ¿sabes?", responde Fidel, en el parque habanero de John Lenon, cuando alguien le pregunta por qué escuchar a The Beatles estaba prohibido en Cuba: "No me mires con mala cara como si yo fuera un culpable. No me juzgues, que lo que sí te puedo asegurar es que no tengo la culpa ni nada que ver con eso".

Sin embargo, la antología permite acceder a ratos a las contradicciones, lagunas mentales e incoherencias del militar cubano, sobre todo cuando se abordan sus recuerdos más remotos.

Lo más atrayente del libro es el descubrimiento del joven Castro, sus lecturas en el presidio, la evocación, en las cartas a su hermana Lidia, de su despacho de trabajo, la organización de su librero —Anatole France, Zweig, Ramón y Cajal, Martí, Villaverde— su fastidio ante aquellos que venían a "darme lata o a traerme causas de infelices sin abogado" a los que no podía cobrar sus honorarios. "Soy un verdadero estoico para soportar impertinencias", se quejaba en un mensaje.

Para entender al universitario obsesionado con la Revolución Francesa y coleccionista de memorabilia napoleónica, hay que remitirse a una piedra de toque: Birán. "Birán fue la utopía", afirma Leal en una entrevista del libro, "fue siempre el punto de regreso, pero también el punto de partida". Fidel recuerda el viejo feudo de Ángel Castro, dueño de casi todo en el caserío, como una suerte de comunidad perfecta, encabezada por el severo patriarca gallego, que él se propuso repetir a gran escala. La palabra Birán adquiere, para su educación sentimental, el mismo valor que Rosebud para Kane: es el mundo ideal pero irrecuperable.

Cuando se incendia la casa paterna, durante su presidio en Isla de Pinos, la respuesta de Fidel ante la noticia marca su liberación de aquellos recuerdos: "¿Y qué?".

En Audacia cultural…, la vocación de Castro para ingresar en la historia queda perfectamente delineada por sí mismo y por otros. Al hablar de su educación religiosa —en el Colegio de Dolores y luego en el mítico Colegio de Belén— aprovecha el prestigio jesuita para subrayar un carácter: la disciplina y voluntad ignacianas, el sentido de la milicia espiritual, el fervor por sobresalir, por mandar, las lecciones de Oratoria, la gimnasia.

Esta fortaleza parece transmitirse a su militancia ortodoxa: Chibás, el incorruptible, está en la línea de hombres que Fidel puede admirar (aún es joven y se concede el asombro) por su coraje y por cierta estridencia en la tribuna. En su primer discurso de importancia, el 27 de noviembre de 1946, con apenas 20 años, repite el fervor teatral del líder ortodoxo. Su estilo retórico oscila entre la vergüenza y la histeria de radionovela. "Si es cierto que Machado y Batista han matado muchos cubanos, Grau ha matado la fe de un pueblo entero; ha sido para Cuba el triste desengaño", vocifera en el cementerio de Colón.

El libro cierra con la imagen encorvada de Raúl Castro, el 25 de noviembre de 2016, anunciando la muerte del hermano y su entrada al recinto de los dioses, por obra de la eficiente "Comisión Organizadora de Sus Funerales".

Audacia cultural… forma parte de una serie de textos mitificadores que Fidel permitió y aprobó, incluso después de su fallecimiento. A ese mismo linaje pertenecen los libros de Katiuska Blanco sobre la infancia en Birán (escritos con fervor hagiográfico) y la larga entrevista El guerrillero del tiempo, al igual que La victoria estratégica y La contraofensiva estratégica, la versión sobre la guerra revolucionaria que el dirigente firmó, aunque la escribiera —como él mismo admite sutilmente— el historiador Pedro Álvarez Tabío.    

Son libros dulzones, de factura impecable, ediciones casi de coleccionista, que esculpen la ficción definitiva de Fidel, el recuerdo forjado según su voluntad, un relato legendario que él quiso contar sobre sus orígenes. Palabras que debieron perseguir a aquel hombre hasta el paroxismo mitológico, como alguna vez escribió a Celia Sánchez, de su "destino verdadero".

Audacia cultural. Fidel: imaginarios no es sino eso: un gran esfuerzo de afirmación, un vademécum para recordar e interpretar a Fidel Castro según sus propias reglas, con el cuidado de no desbaratar su leyenda.


Ana Cairo (compiladora), Audacia cultural. Fidel: imaginarios (Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2019), dos volúmenes.

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4 comentarios

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(segunda parte del post de abajo)... de la Aguirre, que con los años llegaron a ser profesoras universitarias (!!!!!) invitadas a prestigiosas universidades de EEUU y España (!!!!!!!!!!!), que hasta han publicado libros, LIBROS!!!! (los de Nara Araújo, que fue casada con Lisandro Otero, son un ejemplo de COMO NO SE INVESTIGA NI SE ESCRIBE). Ana Cairo no tenía el corazón podrido como esas otras, pero no tenía capacidad intelectual sobresaliente, aunque era una gran estudiosa. Eso, y su absoluta ceguedad con el fidelismo (lo cual es parte, claro, de un intelecto limitado o alucinantemente confundido) es el origen sincero pero mal encaminado de esa meta imposible, cuartodimensional, absurda, irrealizable e inútil, de presentar a Fidel Castro como héroe intelectual y persona honesta. Que lástima q ella no viviera más para ver si la realidad actual era capaz de mostrarle la realidad del horror revolucionario que nunca vio en vida.

En primer, hay que partir de esto: Ana Cairo, que en gloria esté, era muy bruta, aunque no era mala persona como sí lo eran otras compañeras suyas de su año en la Escuela de Letras: la monstruosa e inepta Nara Araújo, la acémila chusma de Denia García Ronda, la desagradable Alba Pardo. Todas, muy muy brutas... pero eran favoritas de la más hija de puta mujer de su generación: Mirta Aguirre, que fue un símbolo del mal e intelectual de realmente, pocas luces, mala persona. Ana Cairo, era además, de corazón, muy revolucionaria, creía en aquello, y agradecida al régimen, pues venía de una familia muy humilde, no como las otras, que (menos la García Ronda) eran niñas chichis, de familias acomodadas y que viajaban al exterior sin problemas. Ella despreciaban a Ana Cairo por pobre y por negra, pero la tenían como la mulata `token` del grupo para que vieran que ellas compartían con el pueblo. Nadie puede imaginarse el grado de maldad e ineptitud esas alumnas predilectas (sigue)

Plegaria a la Virgen de la Caridad del Cobre para que libere a Cuba de la dictadura comunista que la oprime desde 1959. Canta Ariel Ragués:
https://www.youtube.com/wat…

Esto demuestra la maxima que muchos intelectuales, como herederos de los juglares y bufones de antaño, necesitan del sufrimiento provocado por lideres fuertes para crear. No producen sino bajos los efectos de la presión de una bota en la extension de sus espalda. Necesitan alabar a algo que puedan considerar supra-natural, como les quitaron los dioses griegos crean sus propios dioses a los que adorar, sin ellos se sienten vacíos.