a Antonio José Ponte
Vienen, vienen las depredaciones, como un color inaudito
como un imperio que se hunde, como la saliva de lo real
como un cansancio metafísico. Ah, qué lento el arco
que se tiende hacia esa ventana donde Alfonso Cortés asoma
su cabeza maltrecha y te mira con unos ojos turbios, aniñados
También Darío ocupará esos aposentos. Y los fantasmas
reclamarán ese espacio sagrado. Como un coro de niños
Como los payasos del alma. Niños crueles. Ahora
es el tiempo de las postrimerías. Tiempos de desprecio…
Tiempos para las futuras conversiones, para que el escriba
avive las ascuas de la orfandad, una estrellita, una chispa
una materia dura para la alquimia del alma. Dime, tú, agonista
dónde habrá que retirarse ante el avance de ese bosque
ensangrentado y altivo, a qué cavernita, qué catacumba
que ínsula ¿para volver a nacer? Dime, tú
inconcebible adolescente agónico. Tengo un panal
un perro y un paisaje de nieve. Tengo un crepúsculo
interminable y los muslos de una muchacha y el gesto
del anciano y un calendario azteca esquizofrénico. Tengo más
Tengo un amigo, una comarca lejana y un fantasma
suicida y una furiosa avenida o una calle de Bagdad
Algo duro, imposible te mira fijamente y crece
como un universo deslumbrante, el imperio de laca
los enanitos torpes, las promesas herméticas. Y leo:
Acorralad, tropezad, cabritos; al fin, empezad
chirimías, quedan solos Dios y el hombre. Tremenda
sequía, resolana: voy hacia mi perdón.
Y el escriba doliente en la lámina tersa, el pincel como un ave
(el Infierno y la China): ¿voy hacia mi perdón?
Jorge Luis Arcos nació en La Habana, en 1956. Sus últimos libros de poemas publicados son La avidez del halcón (Diputación de Cádiz, 2002), Del animal desconocido (Casa Teatro, Santo Domingo, 2002) y El libro de las conversiones imaginarias (Betania, Madrid, 2014).