A Sigfredo Ariel
Para el poeta la muerte es la victoria
L. Cernuda
Ha muerto un poeta en La Habana.
No lo sabíamos y,
después de una de sus lecturas,
un amigo y yo
subimos Obispo con él.
Conversamos de arco en arco,
no importaba de qué.
El lenguaje era una mera excusa
para la compañía.
Fuimos de bar en bar vigilia adentro.
Y yo, entonces abstemio militante,
prefería el agua.
Hasta llegar a Aponte,
nuestra Via Apia
y subir a su apartamento
en el que hablamos también
de un libro de Laura Mestre,
de historia de la lengua griega,
del mercado y el bembé sonoro de la esquina...
Parecía que, dentro,
se extendían sucediéndose las noches
de los ochenta y los noventa.
El Gato Tuerto, el Bar Dos Hermanos,
la Casa del Joven Creador,
íntimas ruinas abocetadas allí mismo,
entre el sofá y la lámpara,
como botín de qué guerra imposible.
Y sin embargo,
no es la conversación lo que persiste
en la memoria,
sino su silencio, su tácita cercanía,
su mano adolescente, eterna, llevada a la boca
al tragarse un ajo entero
antes de dormir,
su paso sobre la madera
al extender las sábanas.
Hasta escuchar las noticias más tarde
no supimos que el muerto era
el joven con camisa de la antología.
El mismo que, como quien pretende atravesar
la mañana con el verbo más dócil,
nos saluda ahora con el desayuno a la mesa.
Yoandy Cabrera nació en Pinar del Río en 1982. Ha publicado el libro de poemas Adán en el estanque (Betania, Madrid, 2013).