Los lecheros del futuro son dueños de un rico individualismo, conservan una elemental intimidad con sus entrañas: la leche es flujo, traza sendas. En el sentido en que el concepto del tejido es que no hay un principio y tampoco un fin, ordeñar es tejer. Los han tomado por poetas, pero del arte de exprimir una ubre saldrían apenas sonetos para estampado de mantel. La trascendencia no pasa por la leche, sino cuando miran a su alrededor y en lugar de sentir asco, piensan: qué precariedad, cuando en la soledad de sus celdas el sol les produce a trechos efectos de luz contra la gama de grises opresivos que comportan las paredes.
El único peligro para los lecheros del futuro es la mosca de la leche, más cerca de un tábano que de una mosca simple. En las clases teóricas aprendieron además que es imposible de extinguir porque una vez pone sus huevos, se los traga, los incuba adentro y finalmente vomita mosquitas listas para la vida. La mosca de la leche es una alegoría de la superioridad del tiempo insectil con respecto al humano, concluyeron los reclusos en sus notas de clases.
Dos cuestiones que redundan en una óptima entrega de leche:
Una vez acopian todo el producto, el recluso 30.631, que es muy estricto en sus controles de calidad, hace una prueba del peso para verificar que no contenga agua ni otras sustancias contaminantes, y periódicamente introduce la punta, solo la puntica de la lengua para descartar la presencia de mastitis y determinar el grado de acidez.
Acuclillados sobre sus banquitos de madera (les han permitido pintarlos a su antojo) ordeñan orquestados por un débil tarareo procedente de las ubres de la primera vaca de la izquierda, allí abajo el recluso 28.153 ordeña. Aficionado a las plantas, sabiamente advirtió que la diferencia entre una mata y una vaca es la misma que entre un asesino libre y otro privado de libertad. Y no es un secreto que las plantas se alegran si les cantan igual que si les lloviera, pues las vacas han quintuplicado su producción de leche del último semestre gracias al acompañamiento musical.
El campo donde pastan configura una vasta extensión ondulada que representa perennemente el mes de mayo. Incorporadas en primer plano las sombras alargadas de los reclusos, dotan al paisaje de una sugestión recogida, agradabilísima. Se sabe que consumen los hongos que le nacen al estiércol y les abandona la certeza de que las vacas son vacas. El recluso 13.826 se llena la boca de leche, luego se deja encular por el recluso 14.628 y cuando siente que este eyacula, la escupe y da la ilusión de que el semen recorrió su cuerpo entero. Hongos aparte, los reclusos 13.826 y 14.628 han pensado seriamente en hacer una exhibición para todo el penal. Con el tarareo del recluso 28.153 de fondo, es lo que han llamado Canto a la vía láctea. Sí, en sus expedientes delictivos se indica entre alarmantes signos de exclamación que presentan inclinación artística. Por suerte para los ministerios implicados, mientras la leche mane no tendrán que lidiar con obstinados reclamos de libertad de expresión.
Pero cuidado, no es que se hayan reeducado, es que son tenuemente felices. De ser absueltos por buena conducta serían lo que son: escoria.
Abel Arcos nació en Guanabo en 1985. Su primera novela, 9550, una posible interpretación del azul, recibió en 2014 el Premio Franz Kafka. Ha escrito los guiones de, entre otros filmes, La obra del siglo, Agosto, La piscina, Los lobos del Este. Este texto es un fragmento de Informe sobre el Estrecho de la Florida II (Editorial Casa Vacía, Richmond, Virginia, 2018).