Vicki Huddleston, embajadora de EEUU en varios países (ahora ya retirada a sus 76 años), recién ha escrito un libro sobre su experiencia como diplomática en Cuba: Our Woman in Havana (Nuestra mujer en La Habana), con prólogo de Carlos Gutiérrez, el cubano que fue secretario de Comercio de EEUU de 2005 a 2009, bajo la segunda administración del presidente George W. Bush.
Así como existe la nostalgia posimperial, existe también la nostalgia posrevolucionaria. Y Vicki Huddleston, una dama inteligente y decente, con sentimientos solidarios de humanidad, no puede evitar sentirla a estas alturas de su vida: se enamoró de Cuba y de los cubanos, como tantos y tantos extranjeros que han vivido en nuestro país.
En consecuencia, la embajadora Huddleston desea lo mejor para nuestra sometida isla, una nación que perdió su soberanía hace ya seis décadas, secuestrada bajo la égida tan personalista como populista de una revolución totalitaria disfrazada como utopía proletaria: en resumen, el paraíso a distancia de la izquierda internacional (ese sitio al que se va de visita, pero donde casi nadie elige vivir por su propia voluntad).
Siempre es interesante leer el punto de vista de los protagonistas. Pero también es recomendable desconfiar de todo testimonio de primera mano. Ocurre que a veces los actores desconocen las intenciones del director de teatro para el cual actúan. Y, en específico, en la alta política, los actores muchas veces ignoran para cuál director de teatro están actuando en realidad.
Recomiendo la lectura de Our Woman in Havana por varios motivos. Primero, porque ya yo lo leí, y cualquier criterio tuyo en tanto lector será, por supuesto, tan bueno como el mío propio (en general, nunca ha de creerse demasiado en la crítica literaria). Segundo, porque estas confesiones de la memoria están escritas desde la derrota, y los libros de los perdedores tienen siempre un toque conmovedor: lo que pudo ser y no fue, lo que todavía podría ser pero es ya impensable. Y tercero, porque Vicki Huddleston, como el 99% de los norteamericanos que he conocido personalmente, por desgracia padece de PTSD: por sus siglas en inglés, Post-Totalitarian Sentimental Disorder, o Síndrome Sentimental Post-Totalitario. En su caso, complicado con castrismo congénito de corazón.
Atraviesa todo su libro, como un halo o un hado de hito histórico, la tan común admiración de ser tenidos como enemigos personales de Fidel Castro, no por los que serían apenas unos radicales retrógrados en Miami, sino por Fidel Castro en sí: el más duro de los línea-duras no solo local sino también global. Un titán continental a la hora de tocar los timbales. Hay algo de dominación deseada en esta tentación de la embajadora Vicki Huddleston. Así como hay también una especie de orgullo de género redimido en hacerle resistencia a semejante pugilato de posesión. Fidelismo freudiano.
Si en la novela Nuestro hombre en La Habana (1958) de Graham Greene, el personaje James Wormold se inventa una red de espías a partir de la prensa cubana, y esa red a la postre parece cobrar realidad, en la narrativa de Vicki Huddleston la red a espiar sería la de los disidentes cubanos, acosados casi amablemente por los agentes a sueldo de la Seguridad del Estado.
Al contrario de la obra de Greene, en la saga huddlestoniana nada indica la presencia en potencia de la muerte violenta tras cada paso y cada traspiés diplomático. La Habana no es Bagdad. En el siglo XXI la batalla insular es ahora, como la definiría Fidel Castro, de ideas, y no de cuerpos. Mucho menos de cadáveres. Diríase que el terrorismo de Estado terminó con la caída en Europa del Muro de Berlín (y con el show del general Arnaldo Ochoa fusilado con cuatro narcos castristas en el Caribe). La revolución como paroxismo del pacifismo propio de nuestra época: al parecer, desde la policía hasta los opositores políticos concuerdan en este paradigma literario.
En el libro de Huddleston asistimos así, pues, a las postrimerías de un "dictador carismático", concedido, pero tampoco se trata de un monstruo que debió de ser juzgado por su continuo cometimiento de crímenes de lesa humanidad. Mucho menos de un genocida cultural. Eso mejor déjenlo para Somoza, Trujillo, Stroessner y Pinochet. El socialismo será insoportable y todo lo que ustedes quieran, concedido, pero es un sistema que no asesina a cubanos en las cunetas como en el resto de los shithole countries de la región (tal como nos definiera en privado el actual presidente estadounidense Donald Trump).
De hecho, si fuera por los Castro nada más, ya el "el cambio ha llegado a Cuba". Pero, en la trama final de Vicki Huddleston, justo ahora es que viene a entrometerse en medio de la transición de poderes el susodicho presidente Donald Trump, para colmo con sus republicanísimos congresistas de la derecha cubanoamericana, los que, según las encuestas de los demócratas, ya no representan a sus votantes de La Florida a la hora de levantar el embargo económico de Washington contra nuestra tiranía en La Habana.
Porque por ahí van los tiros. Si la democracia en Cuba ha esperado 60 años, ¿qué más nos cuesta a los cubanos esperar otros seis o 16 años? Con el castrismo lo único que no puede hacerse es perder la paciencia, porque, los muy pobrecitos, entonces sí que se empecinan y se emperran, y todo irá de mal en peor. A los Castros hay que tratarlos como a damiselas encantadoras, con tino continuo, para ver si por una vez se equivocan y se animan a, por lo menos, no darnos nada a cambio para empezar. Algo es algo, ¿no? Como matar el burro a pellizcos. Manden más diplomáticos, que ya estamos ganando.
Porque por ahí vienen los tiros. La cuestión cubana como una cosa estrictamente económica. La democracia, como el cielo, es un concepto abstracto que bien puede caernos del cielo en cualquier momento. A fin de cuentas, incluso en EEUU la democracia hoy por hoy deja mucho que desear. Mientras tanto, la autora Vicki Huddleston, embajadora retirada que reincide en las redes de la revolución, ahora se desempeña como Consultora del Grupo de Estrategia Transnacional (TSG) y su Grupo Práctico de Asesoría Comercial para Cuba.
Our Woman in Havana (Nuestra mujer en La Habana) podría leerse entonces y no sin disfrute también, por su coherencia sin ninguna traza de complicidad, como Our Wallet in Havana (Nuestro monedero en La Habana).
Vicki Huddleston, Our Woman in Havana: A Diplomat's Chronicle of America's Long Struggle with Castro's Cuba (Overlook Press, Nueva York, 2018).